El Gran Lago Salado, ubicado en el norte del estado de Utah (Estados Unidos), es el sexto lago más grande del país y su salinidad es mucho más elevada que la del mar. Sin embargo, este vestigio de otro lago prehistórico, el Bonneville, está secando a un ritmo alarmante.
Esta gran extensión de agua ha reducido tanto su volumen que actualmente contiene poco más de una cuarta parte del volumen de agua que tenía en 1987. La superficie, que cubría unos 8.547 kilómetros cuadrados, se ha reducido desde entonces a menos de 2.590. De hecho,el verano pasado, el nivel de agua alcanzó el punto más bajo que se haya registrado en su historia.
A este ritmo, se ha estimado que el lago podría evaporarse por completo en apenas cinco años más, lo que traería aparejadas no solo consecuencias a nivel ecológico, sino también económico, afectando incluso a la salud de las personas que vivan en las inmediaciones.
Disminución de la calidad del aire
La evaporación del lago no solo afectará a la vida que alberga, sino también a las diez millones de aves migratorias que se detienen anualmente en este lugar para alimentarse de las moscas y las artemias.
También habría un gran deterioro económico para los negocios y las estaciones de esquí sobre Salt Lake City, así como un descenso de ingresos de resultas de la extracción de magnesio y otros minerales.
Con todo, el problema más grave y el que podría hacer que finalmente la población tenga que abandonar el lugar será la calidad del aire, que se deteriorará significativamente. Este deterioro se debe a que, al quedar expuesto el fondo seco del lago, aumentaría así el polvo en suspensión en el aire. Un polvo que estará mezclado con cobre, arsénico y otros metales pesados peligrosos que se han acumulado en el lago.
Una posible solución
A medida que millones de litros de agua desaparecen del lago anualmente, los niveles de salinidad están aumentando tanto que ya suponen una amenaza para muchas especies. Para frenar este deterioro, una investigación dirigida por científicos de la Universidad Brigham Young (BYU) encuentra que el consumo de agua en la región debe reducirse al menos en un tercio, posiblemente a la mitad.
También debería reducirse la dependencia de los agricultores del riego, pero ello requerirá cambios políticos y sociales sistemáticos. Unas medidas que deben de ser firmes, habida cuenta de que, en apenas media década, el Gran Lago Salado podría llegar a ser historia.