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En Barcelona hay un nuevo caso de huerto urbano que peligra debido a contradicciones administrativas. Se trata de L’hort d’en Tomàs y no es un caso aislado; en los últimos meses ha habido situaciones similares: en L’hortSec en el barrio de Poble Sec y también en el barrio de Gràcia con el movimiento #Salveml’Alzina, que pretende salvar la encina centenaria mientras se gestiona la reconversión del espacio en jardín para el vecindario.

Hay que recuperar la memoria, porque la historia demuestra que los huertos urbanos siempre han existido desde la ampliación urbana en los inicios de la Revolución Industrial. Ciudadanos, llegados de zonas rurales, han buscado la conexión con la agricultura primigenia a pesar del cemento. L’hort d’en Tomàs fue el resultado de esa necesidad, que Albert Vidal y Vanessa Prades definen en su investigación Elogi de l’Hort Urbà (2013) como “huerto identitario” (el de la identidad rural) o “huerto migratorio” (para no olvidar las raíces cuando se está lejos del lugar de nacimiento).

Dibujo de L' hort d'en Tomàs realizado por David Mesa Cedillo, arquitecto y nieto de Tomás Cedillo
Dibujo de L’ hort d’en Tomàs realizado por David Mesa Cedillo, arquitecto y nieto de Tomás CedilloDavid Mesa Cedillo

L’hort d’en Tomàs lleva el nombre de quien comenzó a cultivarlo en 1989 en la falda de la montaña de Collserola, en el barrio de Montbau en la ciudad condal: Tomás Cedillo. Llegó de Santiago de Alcántara, en Extremadura, para trabajar en la Fábrica Olivetti de Barcelona, pero seguía necesitando el contacto con la tierra y creó el huerto con el permiso de los propietarios del terreno. Tomás ya no está entre nosotros, el espacio ha pasado a manos públicas y ahora es su nieto David Mesa Cedillo, arquitecto de profesión, quien lo mantiene junto a su compañera, también arquitecta, Mónica Sambade.

Hace unas semanas, algunas ovejas del rebaño que cuidan la montaña de Collserola limpiando el sotobosque para evitar incendios cayeron por un terraplén cercano. A los animales no les pasó nada, pero el accidente alertó a los técnicos municipales y al parque natural. Al llegar a la zona, descubrieron un lugar de maleza en el que los cultivos crecían entre las hierbas silvestres e identificaron el espacio como “huerto abandonado”. Nada más alejado de esto, porque sigue bien vivo gracias a la aplicación de la permacultura, un sistema de agricultura y ganadería sostenible y ecológica que David y Mónica utilizan para conseguir el máximo provecho vegetal con la mínima acción humana sobre la tierra.

La Administración ha puesto fecha a su desmantelamiento: el 12 de octubre a las 10 de la mañana. Similar a un desahucio, en este caso el de un rincón de biodiversidad.

Lo aprendieron en los cursillos sobre cultivo urbano que realizaron en el centro vecinal del Laberint d’Horta, financiados por el propio Ayuntamiento. Y vaya contradicción. Los técnicos de la propia Administración han decidido mandar las máquinas al lugar para destruir el entorno cuidado y las estructuras artesanas, creadas para la recogida del agua de lluvia con la que riegan. El pastor del rebaño urbano y muchas asociaciones vecinales del barrio apoyan la iniciativa de David y Mónica. Pero lo que más llama la atención es la postura de la Administración pública, que debería ser más cuidadosa y sensible con las decisiones que se toman de forma rápida y sin contemplaciones.

L’hort d’en Tomàs tiene una historia larga y preciosa. No solo ayudó a Tomás en sus momentos de necesidad biofílica e identitaria. Ahora es una escuela de aprendizaje en tiempos de emergencia climática para David y Mónica, aquello que no les han enseñado ni en la escuela ni en la universidad. Depender del agua de lluvia les hace más responsables ante la gran sequía que vivimos, no cultivan en verano y, conscientes de la falta de riego, dejan descansar la tierra.

Al fotografiar las plantas por la noche han descubierto que muchas son casa para los insectos que viven en el huerto y ayudan a su biodiversidad. Gracias a unos diarios que el abuelo escribía cada día y en los que detallaba hasta el influjo de la luna en sus cultivos, la pareja aplica buena parte de las técnicas que usaba Tomás.

¿De verdad que un huerto y una experiencia así deben desaparecer? ¿No se pueden buscar fórmulas colaborativas para que los vecinos puedan seguir disfrutando de un espacio así? Con todo, la Administración ha puesto fecha a su desmantelamiento: el 12 de octubre a las 10 de la mañana. Similar a un desahucio, en este caso el de un rincón de biodiversidad.

Una calurosa mañana de verano, Mónica me guía en el camino hacia L’hort d’en Tomàs. Subimos por el camino que da a la Ermita de Sant Cebrià y al desviarnos pasamos por el antiguo merendero de La Manya, que ya no existe, y que el proyecto agroforestal ATRA quiso recuperar como espacio de plantación de frutales. El proyecto quedó en nada. La sequía ha diezmado los árboles plantados y ha convertido el terreno en una zona todavía más árida. Subiendo la cuesta está el huerto que Mónica y David cuidan. Con la misma sequía, el terreno reacciona mucho mejor, porque se nota el cuidado y la aportación de materia orgánica a la tierra. Desmantelar un lugar así implica que correrá la misma suerte que el espacio con el que colinda.

El huerto es inspiración para el trabajo de investigación que Mónica está desarrollando ahora y que tiene que ver con las fórmulas de contacto con la tierra y la conexión natural de la Grecia clásica. Cultivar es universal para los humanos, su práctica diaria explica mucho de nuestra relación con las estaciones, con nuestra vida, por ejemplo, cuando comienzan y terminan los cultivos. Plantar en septiembre u octubre para que el resultado pueda recolectarse en abril… así es en secano, así volverá a ser y debemos ir adaptándonos de nuevo a ello.

Mónica y David dicen que para ellos el huerto ha supuesto “una toma de conciencia sobre lo que cuesta conseguir unos cuantos granos de trigo y, por tanto, el alimento”. Ahora que nos encontramos ante una crisis alimentaria, derivada de las otras crisis, tiene menos sentido provocar la desaparición de esos pequeños espacios de cultivo urbano. Si hemos entendido todo lo que hay detrás de un proyecto de estas características que sigue adelante, concluiremos que salvar L’hort d’en Tomàs es, finalmente, salvarnos a nosotras como especie. Pongámonos manos a la tierra.

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