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En los últimos meses se ha registrado un incremento exponencial. La mitad de estos casos (más de 553.000) corresponde a Sudáfrica, el epicentro de la pandemia en el continente y el quinto país en el mundo con mayor número de infectados. Le siguen muy por detrás países como Nigeria (46.140), Ghana (40 533), Argelia (34.693) y Kenia (25.837).
La resiliencia y la experiencia africana en la gestión de epidemias podría ser su mejor baza. Sin embargo, la escasez de test de diagnóstico y la insuficiencia de recursos médicos y de personal sanitario parecen estar minando el éxito de la lucha de África contra la pandemia.
Escasez de test y capacidad diagnóstica
El número relativamente bajo de casos de coronavirus que se registraban en África hace unos meses había suscitado la esperanza de que algunos países conseguirían librarse de lo peor de la pandemia. Al final solo ha sido cuestión de tiempo.
Ni el país más desarrollado conoce a ciencia cierta el número total de personas infectadas por el SARS-CoV-2. Solo conocemos el estado de los que se han hecho las pruebas. Esto significa que el recuento de los casos confirmados depende del número de test que realiza un país. Las tasas de personas testadas (por cada 1 000 personas) oscilan entre 148 en Islandia y 0,76 en la India. En Sudáfrica, al 3 de mayo de 2020, la tasa de pruebas era de 4,5. Sin pruebas no hay datos.
Si miramos el número de PCR por país se observa que hay lugares en los que el número de casos confirmados es alto en relación al número de test realizados. Esto sugiere que el número de test es insuficiente para monitorizar de manera adecuada la pandemia.
En estos lugares, el número de infectados reales puede ser muy superior al de confirmados, como ocurre en el caso de República del Congo, Nigeria, Senegal, Mali, Costa de Marfil y Togo.
El pasado mes de abril Chikwe Ihekweazu, jefe del Centro de Control de Enfermedades (CDC) de Nigeria, hizo un llamamiento desesperado en Twitter para que se hicieran pruebas diagnóstico por PCR en su país.
Frente a este panorama, la Unión Africana lanzó el pasado junio una iniciativa llamada PACT (Partnership to Accelerate Testing in Africa) en la que se comprometía a suministrar, en un plazo de seis meses, 90 millones de kit diagnósticos entre los países miembros.
Aun así, quizás sean insuficientes para detener la marea de COVID-19 en un continente con una población de 1.300 millones de personas. De hecho, aún con los recursos de la PACT, se estima que aún faltarían 25 millones de test para que el continente igualara la capacidad de diagnóstico de muchos países Europeos.
Además de la PACT, la comunidad científica africana está echando mano de sus colaboraciones internacionales para poder incrementar sus capacidades. Gracias a ello se han montado ya laboratorios diagnósticos en Uganda, Senegal y Ghana. Sin embargo, la OMS tiene dudas sobre la eficacia de tales pruebas, que no siempre se ajustan a los estándares internacionales.
Aunque existe variabilidad entre los países africanos, en términos globales apenas la mitad de la población tiene acceso a atención primaria, y sus sistemas de salud funcionan a la mitad de sus posibilidades. Entre los retos a los que se enfrentan para incrementar su capacidad de diagnóstico estarían la instalación de laboratorios de referencia, el aumento del personal sanitario, y el autoabastecimiento de material sanitario.
Además, debido a la pandemia, la cooperación internacional se ha visto mermada. Países como Estados Unidos están limitando el acceso a suministros médicos. La Unión Europea también ha instado a los países miembros a limitar la exportación de EPIS y posibles medicamentos contra la COVID-19. En Abril, John Nkengasong, director de los Centros Africanos para el Control y la Prevención de Enfermedades en Addis Abeba, escribió en Nature acerca de cómo los países africanos están siendo excluidos del mercado mundial de tests de diagnóstico.
Efectos colaterales de la COVID-19 en África
Al impacto del confinamiento en la educación, los sistemas de salud, la seguridad alimentaria y la economía, se le suman los efectos colaterales que la pandemia del coronavirus está teniendo en los programas de salud dirigidos a otras enfermedades: la tuberculosis, la malaria y el sida acaban cada año con la vida de millones de personas.
El Fondo Mundial presentaba los datos de la primera ola de la pandemia que mostraban que el 85 % de los programas contra el VIH habían sufrido interrupciones, el 78 % de los de la tuberculosis y el 73 % en el caso de la malaria. La OMS alerta de que estas perturbaciones afectan sobre todo a las campañas de aprovisionamiento de mosquiteras y en el acceso a antipalúdicos). Los modelos epidemiológicos pronostican el doble de casos de malaria en el África subsahariana en los próximos años. Esto nos haría retroceder 20 años en la lucha contra la enfermedad.
Nuestro proyecto, financiado por el fondo COVID-19 del CSIC y que llevamos a cabo en colaboración con instituciones en Burkina Faso y Guinea Ecuatorial, pretende dar luz a esta cuestión. Por una parte, contribuir al diagnóstico de la COVID-19 mediante la realización de test rápidos por serología y test de PCR. Por otra, estimar las tasas de incidencia de la malaria antes y después de la pandemia.
África tiene que ser parte de la solución
África tiene una dilatada experiencia en la gestión de emergencias sanitarias. Existe una acción multilateral (Africa Joint Continental Strategy for COVID-19 OUTBREAK) que coordina esfuerzos de agencias de la Unión Africana y los países miembros, la OMS y otros socios, para la vigilancia, la prevención y el control).
Sin embargo, África necesitará también aprovisionamiento de fondos para pagar las vacunas y los posibles tratamientos, y aumentar el número de ensayos clínicos locales.
A pesar de que África tiene la mayor carga de enfermedades a nivel mundial, una cuarta parte, solo representa el 2 % de los ensayos clínicos mundiales. La comunidad clínicatrial) impulsada por la Academia Científica Africana (AAS) pretende acabar con esta brecha en la investigación clínica.
Un paso adelante en este sentido es la participación de Sudáfrica en el ensayo clínico de la vacuna de Oxford/AstraZeneca).
Pero para asegurarse el acceso a la futura vacuna, África tiene que ser parte integrante de la investigación clínica contra la COVID-19. No solo como meros sujetos de investigación, sino liderándola.
En palabras de la escritora, política, feminista y activista antiglobalización Aminata Traore: “Estamos desbordados de potencialidades y me rebelo contra la naturaleza del sistema y su capacidad para destruir la esperanza en África”.
* Elena Gómez Díaz es Investigadora Ramon y Cajal. Líder de un grupo de investigación de epigenómica en malaria, Instituto de Parasitología y Biomedicina López-Neyra (IPBLN-CSIC). Este artículo apareció originalmente en The Conversation y se publica aquí bajo una licencia de Creative Commons.
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