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  • Las dos potencias hermanas del Magreb se instalan en el desencuentro permanente cada vez más alejadas. El nuevo contexto internacional favorece el enroque de posiciones de los dos Estados, que han vivido meses de tensión


  • En noviembre, Argel, cuyas reservas energéticas son cada vez más solicitadas en Europa, cerró el grifo del gas a Marruecos, que ha tenido que recurrir a España para transportar el hidrocarburo desde la Península por el tramo del gasoducto que sus vecinos inutilizaron

El año transcurrido desde que el 24 de agosto de 2021 las autoridades argelinas rompieran relaciones diplomáticas con Marruecos permite constatar dos realidades: no hay ningún viso de reconciliación entre ambos vecinos, que se han acostumbrado a vivir dándose la espalda el uno al otro desde hace tiempo, y el contexto internacional –la guerra de Ucrania, la crisis económica y energética y los crecientes problemas sociales derivados de las mismas y de la pandemia- no aconseja a ninguna de las dos capitales magrebíes escalara en la adopción de medidas irreversibles.

No es la primera vez que los dos vecinos del norte de África, que se vienen enfrentando primero por la delimitación territorial en los años posteriores a su independencia y después por el control del Sáhara Occidental, rompen puentes oficiales. Tras el reconocimiento por parte de Argel de la República Árabe Saharaui Democrática la monarquía de Hassan II suspendía en 1976 las relaciones diplomáticas con el régimen militar. Sólo el lanzamiento de la Unión del Magreb Árabe –el proyecto de integración política y económica duerme hoy el sueño de los justos- en 1989 ponía fin al largo desencuentro.

Precisamente el 24 de agosto, pero de 1994, el asesinato en Marrakech de dos turistas españoles a manos de terroristas procedentes de Argelia degeneraba en un conflicto diplomático que, tres días después, y tras la imposición de visas a los argelinos para entrar en Marruecos, empujaba al régimen militar a cerrar la frontera con sus vecinos. Y hasta hoy. Un cierre fronterizo que ha dejado a familias y amigos separados durante casi treinta años y lastrado enormes posibilidades de cooperación económica, política o migratoria entre ambos países.  

De fondo, el conflicto del Sáhara

Fueron los “actos hostiles” de Marruecos denunciados por el Ministerio de Exteriores argelino la causa oficial de la ruptura el 24 de agosto de 2021, a la cabeza el supuesto espionaje de Rabat a altos cargos del régimen militar y la llamada a la autodeterminación de la región bereber de la Cabilia por parte del representante de Marruecos en Naciones Unidas. Pero el control de la que fuera colonia española hasta finales de 1975 es el gran conflicto de fondo entre los dos países. Patrocinador del Frente Polisario, el Estado argelino contempla con inquietud cómo la ofensiva diplomática marroquí de los últimos años está dando sus frutos y la monarquía de Mohamed VI camina cada vez más convencida de que no habrá nunca referéndum de autodeterminación ni solución de futuro que no pase por su soberanía sobre el desértico territorio.

Trump lo cambió todo y Biden lo aceptó

Pero las cosas habían comenzado a complicarse para Argel cuando, el 10 de diciembre de 2020, en una serie de tuits el ex presidente Donald Trump hacía público el reconocimiento estadounidense de la soberanía marroquí sobre el Sáhara Occidental. Una determinación que rompía con décadas de neutralidad de Washington y que no ha sido revertida por la Administración Biden. En la misma cadena de mensajes el ex inquilino de la Casa Blanca anunciaba además que Marruecos e Israel restablecían relaciones diplomáticas tras veinte años de ruptura oficial.

Argel tenía motivos para la exasperación: Tel Aviv y Rabat iban a convertirse en tiempo récord en estrechos socios en el ámbito de la inteligencia y la seguridad. Marruecos protege el territorio saharaui con tecnología militar israelí. Aunque en noviembre de 2020, apenas días antes del anuncio de Trump, el Frente Polisario diera por terminado el alto el fuego vigente con Marruecos desde 1991, lo cierto es que apenas se han registrado enfrentamientos armados de importancia entre las respectivas fuerzas armadas. El conflicto, a pesar de la propaganda del Frente Polisario –que presume de extraordinarias gestas militares inexistentes-, seguirá pasando inadvertido para la comunidad internacional.

Dos han sido las medidas principales adoptadas por Argel en los últimos meses para castigar la “hostilidad” de sus vecinos: el cierre del espacio aéreo a la aviación comercial marroquí y, sobre todo, la no renovación del contrato del gasoducto Magreb-Europa, que transportaba el hidrocarburo desde los campos argelinos hasta la Península a través de territorio marroquí. Una medida que ha hecho especial daño a Marruecos, que se ha visto obligado a comprar gas natural licuado en mercados internacionales, regasificarlo en España y transportarlo desde la Península (empleando el tramo del Magreb Europa que pasa por su territorio).

España, entretanto, viéndolas venir. La cuestión del Sáhara le costó más de un año de problemas con Marruecos al Gobierno de Pedro Sánchez, hasta que su carta a Mohamed VI –difundida por el Palacio Real marroquí el 18 de marzo-, en la que calificaba la propuesta de autonomía marroquí como “la base más seria, realista y creíble” para la resolución del conflicto, ponía fin al desencuentro a costa de abandonar la tradicional neutralidad en la cuestión. Al tiempo que se cerraba la crisis con Rabat, se abría otra con Argel, que a día de hoy boicotea el comercio con España y ha rebajado a niveles mínimos la cooperación en materias sensibles como la seguridad o la lucha contra la migración irregular en el Mediterráneo. España da por hecho que Argel le subirá el precio del gas.

El contexto internacional aconseja prudencia

La actual situación internacional, con una crisis económica y energética causada por la guerra de Ucrania, no aconseja a ninguno de los dos gobiernos adentrarse por caminos que puedan derivar en veleidades bélicas. Desde luego, Marruecos ha dejado claro que opta por tender la mano a sus vecinos –así lo ha hecho el rey Mohamed VI en sus últimas comparecencias públicas, siendo ignorados por Argel sus llamados-, a pesar de las advertencias de las autoridades israelíes a Rabat respecto al acercamiento del régimen iraní al argelino. Los Ejércitos ruso y argelino harán maniobras militares antiterroristas conjuntas junto a la frontera marroquí en noviembre, en todo caso una iniciativa más simbólica que otra cosa.

Por otra parte, la guerra de Ucrania, con una Europa ávida de alternativas al gas ruso, ha reforzado la posición de Argel sin menoscabo de sus estrechos vínculos con la Rusia de Putin. Desde este jueves y hasta el próximo sábado el presidente francés Emmanuel Macron estará de visita en Argelia con la misión de reforzar las relaciones bilaterales en un momento de frialdad con Rabat.

Por su parte, Italia, una vez confirmado el desencuentro argelino con España, se echó en brazos del presidente Tebboune, con el que las autoridades transalpinas han suscrito un importante acuerdo para incrementar las importaciones de gas natural argelino. A Europa le preocupa además que la inestabilidad de las dos potencias magrebíes repercuta negativamente en el control fronterizo y migratorio en un momento de crisis alimentaria y previsibles movimientos de población en el Sahel.

Asimismo, la crisis social derivada del encarecimiento de la vida y la sequía –que afecta por igual a ambos países- exigirá a Rabat y Argel a emplearse a fondo en el otoño que viene para hacer frente al descontento creciente de la población. Explotar el recurso del enemigo externo es siempre una buena estrategia en tiempos de dificultad. “Será una crisis larga, porque ninguno de los dos países tiene incentivos para la reconciliación. Desde el punto de vista doméstico, ambos regímenes ganan con el enfrentamiento”, afirma a NIUS la profesora de Relaciones Internacionales de la Universidad de Exeter y especialista en política exterior magrebí Irene Fernández-Molina. La docente no cree que haya riesgos a corto plazo de una escalada entre las dos capitales magrebíes.

Muchas cosas están cambiando en la esfera internacional, no pocas en Europa y el conjunto del Mediterráneo, pero no desde luego en las relaciones entre los dos vecinos del Magreb. Su disputa es, hoy por hoy, irresoluble, y el contexto regional y global no ayuda a resolverla. No llegará la sangre al río, pero el daño para las poblaciones, también para los países del entorno –incluida España-, tardará mucho en ser reparado.



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