La presidenta de la Comunidad de Madrid ahonda en una narrativa que se mira en postulados extremistas y busca la confrontación. Una deriva en la que la educación y la sanidad se erigen como moneda de cambio para la división.
MADRID
ACTUALIZADO:
Lo ha vuelto a hacer. La presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha endurecido –aún más si cabe– su discurso. Este martes, en una reciente alocución con motivo del Día de la Memoria del Holocausto y Prevención de los Crímenes Contra la Humanidad, Ayuso comparaba el inicio de la Shoa, término que en hebreo significa Holocausto, con la situación que se vive actualmente en España.
«Todo tiene un origen. La Shoa no comenzó con la Solución Final. Empezó con el señalamiento, la criminalización, la deshumanización y la discriminación. Ejerciendo y fomentando desde el poder público y con los recursos del Estado. Como sigue pasando hoy por todo el mundo, también en España, en escuelas públicas, en entornos vecinales, en algunas calles, plazas», llegó a afirmar la líder del PP madrileño.
Unas declaraciones que han generado estupor y que se unen a un argumentario que ahonda en postulados extremistas y le emparentan con la ultraderecha. «No dejo una batalla sin dar, mientras estén de esa manera unilateral imponiendo un modelo de España que nadie ha votado en unas urnas», llegó a decir hace apenas dos semanas durante una entrevista en Trece TV, la televisión de la Conferencia Episcopal Española.
Y es que en su disputa por el granero de votos de Vox, Ayuso no tiene problemas en deslegitimar a un gobierno elegido en las urnas, criminalizar las protestas de los profesionales de la sanidad y la educación, o negar el consenso científico en lo referido a la crisis climática. Una deriva que, de forma unívoca, nos remite a una estrategia de radicalización del discurso en el contexto de un año electoral.
Lo público en la diana
En esa deriva extremista, Ayuso mide bien el objetivo de sus diatribas. Lo público, con la educación y la sanidad a la cabeza, integra el grueso de un discurso que tiene por objetivo avalar el progresivo desmantelamiento de lo que es de todos. Un modus operandi propio de la derecha que Ayuso ha llevado a nuevas cotas.
Para ello se sirve de un argumentario que flirtea con el odio, la caricaturización y las medias verdades. «Ayuso ha hecho de la exageración y el esperpento una forma de hacer política, copiada de las estrategias trumpistas. No es naíf, de alguna manera muestra una autenticidad que es valorada por sus electores que cuando deben opinar sobre sus palabras, pueden llegar a considerarlas como exageradas, pero con un fondo de verdad. Es la política de la crispación y el enfrentamiento llevada hasta el último extremo», explica a Público Verónica Fumanal, asesora en comunicación política.
En efecto, más allá de la dialéctica, incluso del vocabulario que implementa la líder conservadora, es la narrativa lo que marca la diferencia. Una clara apuesta por las trincheras y la crispación que, en palabras del experto en comunicación Pedro Marfil, consigue «posicionar» al electorado y ahondar en la brecha: «Ayuso consigue un discurso sencillo y efectista, apela a la rivalidad, al conflicto, y esto es lo que hace tan dañina a este tipo de narrativa».
Según Marfil, Ayuso es capaz de «mantener a todo su electorado alerta dejando caer que hay una mano oculta que hace y deshace a su antojo, siempre hay un enemigo cerca, ya sea la izquierda comunista o el independentismo, sitúa a la gente en un dualismo constante que tensiona a la sociedad».
La sombra de MAR
Y en ese guion de la crispación y el desencuentro, sobra decir que Miguel Ángel Rodríguez juega un papel fundamental. «Para mis mensajes, para mi agenda, para mi trabajo, creo que es el que va a hacer el mejor papel en estos momentos», esgrimía la presidenta Ayuso en enero de 2020 sobre su jefe de Gabinete, más conocido como MAR.
Un binomio que les ha reportado éxitos electorales y que ha intensificado la agresividad en los mensajes de la presidenta, potenciando la confrontación con el Gobierno central. Además, la firme presencia mediática de Ayuso, enmarcada en un constante clima de polarización, permite a la presidenta construir un relato en el que logra aparecer como una líder activa.
Pese a todo, tal y como apunta Fumanal, conviene relativizar la impronta de MAR, no en vano es ella la que, en última instancia, se sube al estrado y enciende la maquinaria de la confrontación: «Ningún asesor tiene la capacidad de coaccionar a un líder político para que pronuncie y haga suya una idea. Por lo tanto, cuando un político pronuncia unas palabras da igual quien las haya escrito o pensado, las hace suyas para la historia».
El señuelo del liberalismo
Por último, uno de sus trampantojos preferidos: el liberalismo. Ayuso se erige a menudo garante de esta doctrina cuando, en sus arengas públicas, hace gala de un extremismo difícilmente compatible con el pensamiento de Adam Smith. Fumanal, de hecho, impugna de plano esa supuesta filiación de la presidenta de la Comunidad de Madrid: «De ninguna manera, los periodos de ilustración en Europa son fruto del liberalismo, basada en la razón, la ciencia… su forma de hacer política es más propia del oscurantismo, basada en la exageración, el dogma y la fe de los periodos donde la creencia era ley. Si hablamos en términos históricos».
Marfil, por su parte, hace hincapié en otra fragante incoherencia de carácter ideológico en torno a la idea de Estado. Según este experto en comunicación política, «Ayuso adopta una narrativa del victimismo que le funciona muy bien y que consiste en denunciar un supuesto abandono del Estado, alegando falta de inversión, lo cual, en cierto modo, contradice esa máxima del liberalismo que busca minimizar su intervención».