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El letrero de
la pared parecía vibrar como si una película de agua tibia se deslizara por él.
Eckels sintió un parpadeo sobre su mirada, y fue en esa oscuridad fugaz donde
el cartel se encendió:
SAFARI EN EL TIEMPO S. L.
SAFARIS A CUALQUIER AÑO DEL PASADO.
USTED ELIGE EL ANIMAL.
NOSOTROS LE LLEVAMOS.
USTED DISPARA.
En la
garganta de Eckels se formó una flema tibia; tragó para hacerla descender. Los
músculos de la boca formaron una sonrisa cuando levantó despacio la mano con un
cheque de diez mil dólares y lo agitó delante del hombre del mostrador.
—¿Este safari me garantiza que voy a volver con vida?
—No garantizamos nada —dijo el dependiente—, excepto
los dinosaurios. —Se giró—. Este es el señor Travis, su guía del safari en el
Pasado. Él le dirá a qué y dónde disparar. Si le dice que no dispare, no
dispare. Si desoye sus instrucciones, a su vuelta se le impondrá una sanción de
otros diez mil dólares, además de posibles acciones gubernamentales.
Eckels echó un vistazo a través de la enorme oficina hacia una maraña de cables enredados y cajas metálicas zumbonas, hacia una aurora que emitía destellos ahora naranjas, ahora plateados, ahora azules. Sonaba como una gran hoguera abrasando el Tiempo, todos los años y todos los calendarios de pergamino, todas las horas; todo apilado y en llamas.
Un roce con la mano y ese fuego podría, al instante,
revertirse maravillosamente. Eckels recordaba el texto del anuncio palabra por
palabra. De la brasa y de la ceniza, del polvo y del carbón, como salamandras
doradas, los tiempos viejos, los tiempos verdes, podrían rebrotar; las rosas
endulzar el aire, el pelo blanco volverse negro azabache, las arrugas
desaparecer; todas y cada una de las cosas podrían volver a su semilla,
ahuyentar la muerte, apresurarse hacia los comienzos, los soles nacer en los
cielos del occidente y ponerse en orientes gloriosos, las lunas decrecer al
revés de lo habitual, todas y cada una de las cosas encajar unas dentro de
otras como cajas chinas, conejos dentro de sombreros, todas y cada una de las
cosas volviendo a la muerte fresca, la muerte seminal, la muerte verde, al
tiempo antes del comienzo. Un roce con la mano podría hacerlo, el más mínimo
roce de la mano.
—Increíble. —Eckels suspiró, la luz de la Máquina en
su cara delgada—. Una verdadera Máquina del Tiempo. —Sacudió la cabeza—. Da que
pensar. Si las elecciones hubieran ido mal ayer, podría estar aquí ahora mismo
huyendo de los resultados. Gracias a Dios, Keith ganó. Será un buen presidente
de los Estados Unidos.
—Sí —dijo el hombre detrás del mostrador—, hemos
tenido suerte. Si Deutscher hubiera ganado, tendríamos el peor tipo de
dictadura. Es un hombre antitodo, militarista, anticristiano, antihumano,
antiintelectual. La gente nos llamó, ya sabe, bromeando, pero en serio. Decían
que si Deutscher llegaba a ser presidente ellos preferirían irse a vivir a
1492. Por supuesto, nuestro trabajo no es gestionar escapadas, sino hacer
safaris. Como sea, Keith es presidente ahora. Lo único de lo que usted debe
preocuparse es de…
—Disparar a mi dinosaurio —Eckels terminó la frase por
él.
—Un Tyrannosaurus rex.
El Lagarto Tirano, el monstruo más increíble que ha existido en la historia.
Firme este descargo. Si le ocurre cualquier cosa, no nos hacemos responsables.
Esos dinosaurios están hambrientos.
Eckels enrojeció de enfado.
—¡Trata de asustarme!
—Honestamente, sí. No queremos que nadie entre en
pánico al primer disparo. El año pasado murieron seis guías y una docena de
cazadores. Estamos aquí para ofrecerle la emoción más intensa que un verdadero
cazador podría desear. Lo llevamos sesenta millones de años atrás para cazar la
presa más impresionante de todos los tiempos. Su cheque sigue ahí. Rómpalo.
El señor Eckels miró el cheque. Sus dedos se
crisparon.
—Suerte —dijo el hombre tras el mostrador—. Es todo
suyo, señor Travis.
Atravesaron la habitación en silencio, armas en mano,
hacia la Máquina, hacia el metal plateado y la luz rugiente.
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