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Mejor maten a sus hijas; una mujer que aborta, ya no sirve para nada”, dijo un sacerdote en Coahuila como respuesta a la determinación de la Suprema Corte de Justicia de la Nación que declaró inconstitucional penalizar el aborto. Una persona que presuntamente tiene cierto valor moral exhorta a la violencia feminicida en un país en el que asesinan a diez mujeres al día por razón de género.

La declaración es alarmante y es una muestra de por qué la religión no puede ni debe ser considerada para tratar asuntos que competen a la vida pública. Los derechos no se consultan, mucho menos a representantes de instituciones religiosas, porque el acceso a la justicia y el desarrollo individual debe garantizarse a cualquier persona independientemente de sus creencias o preferencias.

Así que no, en la mesa de discusión de la interrupción del embarazo no debe estar sentado ningún representante de una iglesia ni usar a Dios como argumento, porque entonces se estaría faltando a la laicidad del Estado. Primero están los derechos de las mujeres y nuestra autonomía, no lo que algunos grupos consideren lo que deberíamos hacer y cómo tendríamos que ser castigadas si no accedemos a una maternidad forzada. Practicarse un aborto no es una decisión fácil, y hay muchas razones por las que una mujer no quiera ser madre, y ninguna de esas tiene que explicárselas a nadie, ni ser cuestionada o juzgada, porque es su cuerpo, su vida y su elección.

Si tuviéramos en cuenta las religiones en la Constitución, tendríamos que preguntar a los miles de musulmanes que viven en México cómo deberíamos de vestir y usar el hiyab para no ofenderlos en la vía pública; pero no es así, porque hay libertad de culto. Y es precisamente en pos de esa libertad que la Corte también avaló la objeción de conciencia a personal de salud que no quiera realizar la interrupción del embarazo debido a su religión, siempre y cuando no represente un peligro para la vida de la persona gestante.

Así es como funciona. Nadie obliga a nadie a nada que no quiera. Cada quien su credo, cada quien su cuerpo. Y tan libres como siempre.

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