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Los quilombos son una parte de la historia de Brasil que muchos preferirían olvidar. Estas comunidades remotas fueron fundadas por los esclavos que huían del trabajo forzado. En un país donde la esclavitud se abolió apenas en 1888, siendo la última nación del mundo en hacerlo, se han convertido en poblaciones relegadas por las políticas sociales. Este año, por primera vez, serán contados en el censo nacional, un paso gigantesco para los activistas que luchan por darle visibilidad al problema.

Se estima que hay cerca de 6.000 territorios quilombo, aunque es una cifra inexacta. Por años, estas comunidades se han visto olvidadas por el Gobierno y en ciertos casos, abiertamente discriminadas. En 2017, el presidente Jair Bolsonaro tuvo que pagar una multa de 50.000 reales (10.000 dólares) por decir que los habitantes de los quilombos “no sirven para nada, ni siquiera para procrear”.

Muchas de estas pequeñas localidades son autosuficientes, pero la contaminación amenaza su frágil economía. En 2013, un barco de propano explotó en lha de Mare, privando a varias comunidades pesqueras de la temporada de turismo. La actividad de los pescadores artesanales en la isla también se enfrenta a los residuos de un puerto petroquímico en la misma bahía.

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