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“Este es el gran privilegio de pertenecer a la Commonwealth, que se extiende por todo el mundo: hay hogares dispuestos a darnos la bienvenida en cada continente de la tierra”, decía la princesa Isabel (todavía no era entonces Isabel II) en 1947 al cumplir 21 años. Visitaba Sudáfrica. En Ciudad del Cabo, frente a un micrófono de la BBC, manifestó una promesa que se convertiría en eje de su reinado: “Ante vosotros declaro que toda mi vida, sea breve o longeva, estará dedicada a vuestro servicio y al servicio de nuestra gran familia imperial a la que todos pertenecemos”.

La reciente gira de Guillermo de Inglaterra y de su esposa, Kate Middleton, por Belice, Jamaica y las Bahamas, ha servido para recordar al Palacio de Buckingham que aquella Comunidad de Naciones diseñada para preservar el legado sentimental del Imperio solo ha mantenido a duras penas su sensación de unidad por respeto a la figura de Isabel II. 54 naciones “iguales e independientes” de las que 14 mantienen aún a la reina como su jefa de Estado. Canadá o Australia, donde una mayoría de ciudadanos se muestra más favorable a la república, son dos colosos nacionales para los que el debate sobre la monarquía se reduce a la conveniencia o no de mantener un detalle exótico pero poco relevante.

En otros países como los caribeños, sin embargo, el legado de la esclavitud, del colonialismo y del racismo vuelve a flotar en la superficie a medida que se consolidan como democracias maduras. “El debate ya ha sido sustituido por la firmeza de su decisión. La emancipación está en auge. No es casualidad que todo esto haya llegado cuando la reina— que situó a la Commonwealth en el centro de su vida cuando ascendió al trono— se encuentre en el ocaso de su reinado”, escribía estos días en The Guardian Moya Lothian-McLean, cuyo podcast llamado Human Resources (Recursos Humanos) sobre el pasado británico de comercio de esclavos ha removido muchas conciencias en el Reino Unido.

Si el año pasado Carlos de Inglaterra tuvo que asumir, durante su visita a la isla, que Barbados anunciara su proclamación de la república, su hijo Guillermo ha escuchado el preaviso de boca del primer ministro jamaicano, Andrew Holness. “Jamaica es un país muy orgulloso de su historia y de todo lo que ha logrado. Queremos seguir avanzando y lograr, en breve tiempo, nuestros objetivos de desarrollo y nuestras verdaderas ambiciones, como país desarrollado, próspero e independiente”, proclamó el pasado miércoles en Kingston ante los duques de Cambridge. A nadie sorprendió la voluntad republicana de Holness, que defiende desde hace tiempo, pero sí su estrategia de poner en un compromiso a una pareja que se encuentra en su momento más dulce de popularidad.

Los duques de Cambridge saludan a niños en Trench Town, Kingston, Jamaica, a través de una valla, en su viaje por el Caribe, en marzo de 2022.
Los duques de Cambridge saludan a niños en Trench Town, Kingston, Jamaica, a través de una valla, en su viaje por el Caribe, en marzo de 2022.POOL (REUTERS)

Era el modo de recordar a Guillermo y Kate que algunas heridas del pasado son completamente independientes de los cuentos de hadas que gustan de construir los diarios tabloides británicos. Y que la celebración de los setenta años de reinado de Isabel II, el Jubileo de Platino que se conmemora este año, coincide con una rabiosa toma de conciencia fuera y dentro del Reino Unido sobre un pasado racista cuyas secuelas no se alivian solo con gestos de reconciliación. “Coincido firmemente con mi padre, el príncipe de Gales, quien dijo el año pasado en Barbados que la horrorosa atrocidad de la esclavitud será siempre una mancha en nuestra historia”, expresó Guillermo en el que supuestamente debía ser el discurso central de la visita oficial. “Quiero expresar mi profunda tristeza. La esclavitud fue aberrante. Nunca debió haber ocurrido”.

Pero ocurrió. Y la respuesta gradual de la monarquía británica, que no ha alcanzado aún una disculpa formal ni un compromiso de reparación económica —fueron cientos los esclavos marcados con las iniciales DY, propiedad del Duque de York, por la Royal African Company—, no ha satisfecho a los políticos y activistas caribeños. Sobre todo porque llueve sobre mojado, y aún está vivo en el recuerdo de muchos la humillación sufrida por los miembros de la llamada generación Windrush —en recuerdo del barco que llevó al Reino Unido a muchos habitantes de las Antillas en 1948 para proporcionar mano de obra a un país devastado por la guerra—. En 2018, casi cien de ellos fueron deportados a sus países, cuando la ex primera ministra Theresa May estaba al frente del Ministerio del Interior, por no tener sus documentos legales de residencia. Un modo especialmente cruel de recordar a los jamaicanos y los habitantes de otras islas caribeñas que necesitan un visado para viajar al país donde reside su jefa de Estado.

Guillermo y Kate, duques de Cambridge, asisten a un desfile militar en Jamaica en el mismo Jeep en el que paseó Isabel II en 1960, el 24 de marzo de 2022.
Guillermo y Kate, duques de Cambridge, asisten a un desfile militar en Jamaica en el mismo Jeep en el que paseó Isabel II en 1960, el 24 de marzo de 2022.TOBY MELVILLE (REUTERS)

En estas circunstancias, cada gesto de Guillermo y Kate ha sido un agravio. El saludo a la población, en Kingston, con una alambrada de por medio, fue interpretado como una prevención de supremacía blanca. El paseo de la pareja en el mismo Land Rover descapotable con que Isabel II pasó revista a las tropas en 1960, un gesto de nostalgia hacia el pasado imperial.

El viaje ha resultado tan desastroso como para que el duque de Cambridge llamara a consultas, en medio del periplo, a sus principales asesores, e improvisara una nota de despedida con sabor a punto final: “Sé que esta visita ha hecho que enfoquemos con mayor precisión asuntos del pasado y del futuro. En Belice, en Jamaica o en Bahamas serán sus ciudadanos los que decidan su futuro (…) No nos corresponde a nosotros decir a la gente lo que debe hacer (…) No nos corresponde a nosotros pensar quién pueda liderar en el futuro la familia de la Commonwealth”, decía Guillermo en un texto de despedida que sugiere, por primera vez, que no sea necesariamente un miembro de la casa de Windsor quien presida en un futuro lo que quede de un proyecto llamado Comunidad de Naciones que Isabel II quiso preservar, dejando las cuentas pendientes del pasado en un cajón. A la monarquía moderna que Guillermo y Kate quieren simbolizar le corresponde abrir esos cajones y airear su interior.

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