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La filósofa Corinne Peluchoun, en el Instituto Francés en Madrid, el pasado 10 de mayo.
La filósofa Corinne Peluchoun, en el Instituto Francés en Madrid, el pasado 10 de mayo.JUAN BARBOSA

Corine Pelluchon (Barbezieux-Saint-Hilaire, 1967) es filósofa, experta en bioética y defensora de los animales. En 2018 publicó Manifiesto animalista, donde sostenía que los derechos de los animales tenían que entrar de una vez por todas en los parlamentos. En su último libro publicado en Francia, Les Lumières à l’âge du vivant (Seuil, Las Luces en la era de los vivos), explica que el mundo está dividido entre quienes viven en la dominación (la explotación laboral, la violencia de género, las macrogranjas…) y los defensores de la consideración (animalistas, feministas, partidarios de la convivencia…), que interceden por lo que llama “las luces”. Su intención es acompañar a estos últimos, estructurar su pensamiento con su obra, elaborando “una revolución antropológica”. En España acaba de publicar Reparemos el mundo. Humanos, animales, naturaleza (Ned Ediciones, 2022, traducción de Sion Serra), una compilación de textos sobre animalismo, ética y sobre la vejez. Hablamos en el Instituto Francés, donde este martes ha participado en un debate junto al paleontólogo Juan Luis Arsuaga. Vive en Hamburgo (Alemania), adonde se marchó con el objetivo de lograr alianzas con investigadores. Ha fracasado, pero no tira la toalla. Su bonito vestido tiene un momento de protagonismo en la charla.

PREGUNTA. Uno de los temas que trata en su último libro publicado en España es la vulnerabilidad. ¿De qué manera esta nos determina?

RESPUESTA. Vulnerabilidad, del latín vulnus, herida, es la fragilidad del viviente: la vejez, la mortalidad, el cansancio… Somos frágiles y necesitamos de cuidados, de la ayuda del otro. Pero para mí la vulnerabilidad también es una fuerza: es la capacidad de sentirnos incumbidos por los demás, de que nos lleguen. Solo un yo vulnerable puede ser responsable. Es algo que compartimos con los animales. La toma de conciencia sobre nuestra vulnerabilidad es la clave para estar abierto a los demás, incluidos los animales. Es algo que nos empuja a ser conscientes de nuestras responsabilidades respecto del resto de los seres. Tiene una función crítica: nos obliga a modificar la manera en que nos hemos pensado.

P. La guerra de Ucrania, de la que estamos siendo testigos, ¿de qué manera se ve a través del prisma de la vulnerabilidad?

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R. Nuestro tiempo es el de la dominación, tanto de la naturaleza del resto como de la propia. La represión de nuestra vulnerabilidad es la dominación y esta lo transforma todo en guerra, que se impone en todas las esferas. La guerra en Ucrania es el espejo trágico del imaginario de la dominación, que tiene también otras formas: la del capitalismo financiero, la explotación de la naturaleza, la explotación de los animales, la competencia generalizada. Como decía el socialista francés Jean Jaurès, cuando el hombre explota a otros hombres, aunque suceda en tiempos de paz, es la guerra. La guerra siempre es el mal: muertos, refugiados, heridos, es una tremenda desgracia, pero nuestro mundo está ya en guerra, incluso en tiempos de paz. El gran desafío hoy es promover una relación con el otro, con la naturaleza, en el trabajo, con los animales, que no sea de dominación, lo que yo llamo “la consideración”.

P. ¿Puede explicar en qué consiste esta “consideración”?

R. En el reconocimiento del valor propio de cada ser y en la transmisión de un mundo común. La clave de la consideración es la vulnerabilidad. A través de esta última podemos cambiar de modelo de desarrollo. Pero para cambiar hay que emprender una guerra con uno mismo y lograr cortar de raíz el principio de dominación que nos tiene colonizados. Para emprender esta guerra tenemos que reconciliarnos con nuestra propia vulnerabilidad y a partir de ahí veremos con más claridad que todos somos iguales, así como la fragilidad de la existencia y la belleza de esta. En estos momentos hay una guerra entre la dominación y la consideración. De un lado tenemos el modelo extractivista, productivista, las macrogranjas, la competencia sin freno, la violencia doméstica. Y del otro tenemos la preocupación por los animales, por la naturaleza, el anhelo de convivencia… Tenemos que aceptar que en los años venideros vamos a vivir enfrentamientos muy violentos.

P. ¿Cree que esta fricción acabará en guerra? ¿Que habrá muertos?

R. Por supuesto. Fíjese en Le Pen, con el 42% de los votos. Sabemos qué tipo de política desea. Tenemos cinco años para hacer algo al respecto.

P. ¿Y cómo lo hacemos?

R. Para prevalecer hay que acompañar a este movimiento de fondo que remueve nuestra condición terrestre, vulnerable y mortal, que le da sentido a nuestra existencia. Si dejamos de reducir la ecología a la lucha contra el cambio climático y consideramos su sentido existencial, pues promueve la cohabitación con el resto de los seres, podremos ver su poder cicatrizante. Es lo contrario de la dominación.

P. ¿Cómo se vive teniendo estas certidumbres?

R. Con esperanza. No es una esperanza optimista, es una que coexis­te con la angustia. La esperanza es la superación de la desesperación. Y es también la espera de algo que está por llegar, del que veo signos precursores. Aunque veo el vacío moral de los humanos que se sienten seducidos por las políticas de la identidad, por el nacionalismo. Y sucede por culpa de los gobiernos tecnocráticos. Necesitamos que la consideración impregne a la sociedad. Pero los políticos no nos escuchan. Solo prestan atención a los sondeos… No debemos dejarle la sed de sentido a la religión ni a los ideólogos de la extrema derecha o izquierda que usan ese vacío para promover ideales nostálgicos donde nos oponemos a supuestos enemigos. Estoy escribiendo un libro sobre la esperanza, está dirigido a los jóvenes que están desesperados por la guerra y el cambio climático. Trata sobre cómo transformar estas emociones negativas en positivas. Sé de lo que hablo: tuve una fuerte depresión en mi juventud que se prolongó en el tiempo.

P. ¿Qué aprendió? ¿Cómo vive?

R. Necesitamos momentos de felicidad. Me encanta la belleza, los vestidos: me permito ese placer. Me rodeo de cosas bellas, no soporto la violencia. Tengo una gata. Para mantener la fuerza mental se necesitan estrategias.

P. ¿Puedo preguntarle a quién votó en las últimas elecciones?

R. A Macron. Me parece muy inteligente, ha gestionado muy bien la pandemia. Pero no escucha a los intelectuales y le falta empatía. Su postura ecológica es pésima.

P. ¿Qué opina de la mirada de la investigadora Jocelyne Porcher, que afirma que es posible amar a las vacas y matarlas para venderlas? Porcher defiende las granjas pequeñas y es contraria a las macrogranjas.

R. Precisamente este otoño publicamos un libro con un intercambio de cartas entre ambas. A pesar de su rechazo por los animalistas como yo, nos hemos entendido muy bien. Ella no acaba de asumir que somos 8.000 millones de individuos y que si todos comiéramos carne tres veces a la semana, lo que prevalecería serían macrogranjas cuatro veces más grandes que las actuales. Yo soy partidaria de subvencionar a los pequeños ganaderos, en política hay que hacer concesiones. Necesitamos objetivos comunes y que Macron y Europa nos oigan.

P. ¿No es una contradicción?

R. Cuando se pasa de la ética a la política no se puede ser puro. Hay que ser pluralista.

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