“Si el Papa se ha atrevido con el Opus Dei, con los tradicionalistas o con Comunión y Liberación, cualquier cosa es posible”. Un alto cargo vaticano, muy cercano a Francisco, define así el actual momento de tensión que se vive en el interior de la Iglesia, con un Papa frágil de salud pero no de ánimo ni mente, al que “acosan” algunos potentes enemigos, que curiosamente formaron parte de la guardia pretoriana tanto de Benedicto XVI como, especialmente, de Juan Pablo II. Son los que Bergoglio quiere devolver a la senda de la Iglesia católica y que se sumen al modelo de Iglesia sinodal, participativa y alejada de la estrategia de involución del Concilio Vaticano II que supuso el largo pontificado del Papa polaco y el interregno de su sucesor, Ratzinger.
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No lo tendrá fácil Francisco: en cuarenta años de papados conservadores, muchos nuevos movimientos y realidades eclesiales ultras han proliferado en las estructuras vaticanas y ahora se revuelven contra las reformas organizativas del Papa argentino. Sin embargo, Bergoglio parece decidido a hacer entrar en vereda a estos grupos. Como apunta un informe elaborado por Settimana News sobre el fenómeno de estos colectivos, “es indicativo que en los centenares de nuevas familias eclesiales hay una quincena de fundadores bajo examen y unos 80 institutos ‘comisariados’” por cuestiones que tienen que ver con “carisma, gobierno, abusos y censuras teológico-litúrgicas”.
La refundación del Opus Dei
El caso más reciente, y el que ha captado la atención de todos los focos, ha sido el del Opus Dei. Institución intocable hasta la fecha, la única Prelatura personal de la Iglesia, a quien el Papa ha obligado a reestructurarse, pasando a depender de la Congregación para el Clero y despojando a su prelado de la condición de obispo.
El Motu Proprio –documento normativo elaborado por el Papa– ‘Ad charisma tuendum’ (Para proteger el carisma) que ha entrado en vigor este jueves 4 de agosto es, más allá de una formalidad organizativa, una apuesta clara por romper la dinámica de un movimiento basado en la jerarquía y el ejercicio, a veces incluso abusivo, del poder. Los casos de mujeres explotadas en casas de la Obra en América Latina o los recientes casos de abusos, con sentencias firmes incluidas, que han padecido miembros de la institución, sin que esta haya pedido un perdón sin paliativos, son claves para entender el movimiento papal. La organización ha tenido patente de corso desde que, hace ahora 40 años, Juan Pablo II les otorgara, mediante la Carta Apostólica Ut sit (Para que sea), privilegios que ningún otro Papa, en la historia moderna, había concedido a ningún otro movimiento.
No es el primer caso en el que Bergoglio mete mano a movimientos ultraconservadores. Desde que el Papa interviniera a los Franciscanos de la Inmaculada –una organización neoconservadora–, otro de sus objetivos ha sido el de limitar la influencia de aquellos grupos que, bajo la pátina de defender la tradición de la Iglesia en la liturgia, –misas en latín y de espaldas al pueblo, separando hombres y mujeres–, conspiraban para frenar los vientos de reforma auspiciados por Bergoglio desde que publicara Amoris Laetitia y abriera la puerta a la comunión de los divorciados vueltos a casar. El goteo de intervenciones en instituciones ultraconservadoras en Francia o Italia, y especialmente la prohibición del uso del misal anterior al Concilio, son una muestra de que el Papa va en serio. Y de que los enemigos son muchos.
Comunión y Liberación y el excesivo poder de los fundadores
Hace pocos meses, el Papa actuaba sobre otro de los grupos más poderosos en el interior del Vaticano (su gran rival en el último cónclave, el cardenal Scola, es miembro del mismo), Comunión y Liberación. Roma ha intervenido la asociación Memores Domini, la rama laica del movimiento fundado por Don Giussani, y ha forzado a su sucesor, el español Julián Carrón, a presentar su dimisión. Y es que Francisco considera, y así se lo dijo a los representantes de todos los movimientos el pasado mes de septiembre, que no podría haber cargos perpetuos.
De hecho, una normativa impulsada por Bergoglio en noviembre prohíbe que los líderes de los nuevos movimientos estén más de diez años al frente de las organizaciones y sólo concede excepciones en el caso de los fundadores. Es la situación en la que se encuentra, por ejemplo, Kiko Argüello, iniciador del Camino Neocatecumenal, los ‘kikos’.
En el caso de los cielinos (como se conoce a Comunión y Liberación), la Santa Sede, a través del prefecto del Dicasterio para los Laicos, el cardenal Kevin Farrell, ha pedido al movimiento que “no promueva un clima de desconfianza hacia la Iglesia y de resistencia hacia sus indicaciones”.
Abusos sexuales y de poder
En otros casos, las intervenciones tienen como razón visible abusos de autoridad, de poder y sexuales, que han llevado, como en el caso del movimiento de Schoenstatt, a la paralización del proceso de canonización de su fundador, el sacerdote Josef Kentenich, “a la espera de que se aclaren totalmente las acusaciones que pesan sobre él por abusos a monjas”. Roma también ha intervenido al Sodalicio de Vida Cristiana, tras probarse los abusos cometidos por su fundador, el peruano Luis Figari, y abusos indiscriminados a las religiosas pertenecientes a su rama femenina –las Siervas del Plan de Dios– tal y como ha revelado la periodista chilena Camila Bustamante en su investigación Siervas (Planeta). Una historia que recuerda, y mucho, a lo que sucediera años antes con el depredador Marcial Maciel y los Legionarios de Cristo, que hoy, en pleno proceso de refundación, siguen arrastrando algunos de los males que Francisco quiere extirpar de la vida de la Iglesia.
Del mismo modo, los Heraldos del Evangelio, cuya presencia en Sevilla la Nueva ha desatado la polémica desvelada por elDiario.es, también se encuentran intervenidos por problemas relacionados con la situación económica y denuncias de maltrato a escolares en Brasil, con nombramiento de comisario pontificio incluido.
Con todo, la purga no se limita solo a movimientos ultraconservadores. Así, en Italia causó impresión la intervención de la Comunidad de Bose, una congregación interconfesional, fundada por el carismático Enzo Bianchi, con hilo directo con el Papa Francisco y que apostaba por la unidad práctica de las distintas confesiones cristianas. En este caso, también hubo situaciones de abuso de poder, asociadas al carisma del fundador.
Los kikos, de momento, se libran
Tal vez, el único gran movimiento al que Francisco no ha conseguido meter en vereda son los neocatecumenales. Y eso que, en 2014, en su primera audiencia como Papa al movimiento, les advirtió de la necesidad de “renunciar a vivir en todos los detalles lo que vuestro itinerario exigiría, con tal de garantizar la unidad entre los hermanos que forman la única comunidad eclesial, de la que siempre debéis sentiros parte”.
Y es que buena parte de las críticas al Camino, y la razón por la que sus estatutos tardaron tanto en ser definitivos, es su carácter excluyente, sus misas en las que no puede participar (salvo excepciones), ningún otro católico no Neocatecumenal, y una liturgia y presencia parroquial muy específicas. “Allá donde entra una comunidad, desaparece la vida parroquial de base”, explican varios párrocos. Este mismo verano, recibiendo a Kiko Argüello y a varios miles de ‘fans’, Bergoglio sí les recordó que hagan “todo dentro de la Iglesia, nada fuera de la Iglesia”. ¿El próximo capítulo? Veremos.
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