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Doña Maria, la criada rescatada después de 72 años explotada por una familia, el día 13 de mayo en un albergue carioca.
Doña Maria, la criada rescatada después de 72 años explotada por una familia, el día 13 de mayo en un albergue carioca.ayuntamiento de río de janeiro

Doña Maria es una anciana de 85 años que ha vivido toda su vida en casa de los patrones, una criada heredada de padres a hijos a lo largo de tres generaciones en Río de Janeiro. El universo de esta mujer saltó por los aires el primer lunes de mayo, cuando un desconocido le comunicó que ya no volvería con la familia con la que había convivido desde que era una adolescente de 13 años. Se le cayó el mundo a los pies. No entendía nada. Muy angustiada, imploró que la dejaran regresar con ellos: “El nivel de sumisión quedó claro cuando empezó a decir: ‘Tengo que volver porque tengo que dar de comer a la señora Yonne, la tengo que cuidar, la tengo que bañar… Si no vuelvo, se va a morir’. Se sentía absolutamente responsable por la vida de su empleadora”, recuerda al teléfono Alexandre Lyra, el inspector laboral que la rescató tras 72 años de servicio a los Mattos Maia sin salario ni vacaciones. Una vida sin más horizonte que las cuatro paredes del hogar. Nunca en Brasil se había descubierto un caso de esclavitud contemporánea tan prolongado.

Jamás en todos esos años doña Maria —un nombre ficticio dado por las autoridades para proteger su identidad— tuvo pareja, hijos o amigos ni supo nada de derechos laborales. La patrona cuyo bienestar era su principal preocupación y ocupación es también octogenaria. Maduraron y envejecieron juntas, pero no iguales.

La señora Yonne ocupaba el dormitorio principal de una vivienda que también compartía con su hijo André. Cuando, tras una denuncia anónima, la inspección de trabajo se presentó en su casa, los Mattos Maia recurrieron al argumento más repetido en estos casos: “Es como de la familia”. Con esa explicación se disfraza a menudo el delito de explotación laboral. Son criadas en familias acomodadas que las someten a menudo a condiciones realmente indignas, como a doña Maria. La anciana cuidadora dormía en un sofá, en pleno pasillo, al otro lado de la puerta de la habitación de la patrona, lista para acudir en cuanto la necesitara. El inspector calcula que la deuda acumulada por los salarios ronda 1,5 millones de reales (300.000 dólares).

Las trabajadoras de hogar son legión en Brasil, una auténtica institución y un pilar en las familias más privilegiadas. La mayoría, negras, de familias muy necesitadas. Doña Maria, negra, encarna el legado de la esclavitud en el Brasil actual. Un delito que se asienta sobre una relación de poder perversa.

“Ni ella se reconoce como una esclava, ni ellos como esclavistas”, recalca el inspector Lyra, que jamás había conocido un caso tan extremo como este. Extremo pero no único. Solo en el último año ha rescatado a otras siete trabajadoras domésticas esclavizadas en la ciudad de Río.

La asistente social Thaiany Motta, de 33 años, ha tratado a otras víctimas sometidas durante décadas por familias acomodadas, aparentemente respetables. Forma parte del proyecto Acción Integrada, creado por el Ministerio Público de Trabajo de Río de Janeiro y Cáritas cuando asumieron que no bastaba con rescatarlas. Primero, se centran en reducir el daño del trauma de la separación. Después, les ayudan a construirse una vida autónoma.

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Motta ve un patrón claro: “La relación de poder a la que están sometidas es muy fuerte. Es una servidumbre por una deuda de gratitud, una deuda emocional y afectiva. Se sienten obligadas a quedarse porque piensan que podrían estar peor, que ahí al menos tiene una casa y comida”. Solo en el último año esta profesional ha atendido a una decena de mujeres que llevaban 70, 50 o 30 años explotadas en el ámbito del hogar, propicio para que el delito no trascienda. “Son todas negras, aunque una no se considera negra”, dice.

Doña Maria, en el albergue de Río donde fue acogida tras salir de la familia que la explotaba.
Doña Maria, en el albergue de Río donde fue acogida tras salir de la familia que la explotaba. AYUNTAMIENTO DE RÍO DE JANEIRO

Con los años son completamente anuladas, apunta la asistente social en una entrevista telefónica. “Toda su vida gira en torno a los intereses de la familia”. Cambian de iglesia, van a la de sus patrones. Y, cuando se sientan ante la televisión, es para ver los programas favoritos de ellos. La terapia incluye gestos tan sencillos como salir a tomar un helado. Por elegir el sabor.

134 aniversario de la abolición de la esclavitud

La fecha en la que el caso de doña Maria fue divulgado, el viernes 13 de mayo, multiplicó el impacto de la noticia en los medios y los hogares brasileños. Brasil conmemoraba el 134 aniversario de la abolición de la esclavitud. La ley Áurea fue firmada por la princesa Isabel en 1888 en un palacio carioca que aún existe en un muelle donde durante tres siglos atracaron los barcos negreros. Quedaba ilegalizada, que no eliminada, en toda América la inhumana práctica que fue la base de la economía en la colonia portuguesa. Solo 13 kilómetros —una hora de autobús— separan el escenario del aquel momento histórico de la vivienda donde los Mattos Maia sometieron a su sirvienta a lo que aquí está tipificado como trabajo análogo a la esclavitud.

Tras la abolición, Brasil no ofreció tierras, trabajo ni educación a los liberados, que pronto fueron sustituidos como mano de obra por inmigrantes blancos europeos. Totalmente desamparados, muchos antiguos esclavos prefirieron regresar con sus amos. Suplicaban techo y comida.

El inspector Lyra, de 51 años, recuerda desde Río otros detalles de rescate de doña Maria. La primera vez que fue interrogada en presencia del patrón guardó silencio. Él respondía por ella; también guardaba sus documentos. La antigua criada llegó a un refugio municipal de Río de Janeiro, donde sigue acogida, con lo puesto y poco más: la documentación, un bono de autobús y una tarjeta bancaria que no manejaba. Los investigadores creen que antes de la pandemia salía a hacer la compra una vez por semana. El castigo para los patrones puede oscilar entre dos y ocho años de prisión.

Al llegar al refugio, “estaba muy delgada, con mucho miedo, se resistía a quedarse”, cuenta la asistente social Cristiane Lessa, de 40 años, que la recibió. Allí duerme por fin en una cama mientras recibe ayuda de un equipo psicosocial para recomponer su vida. “Ahora empieza la tarea de deconstruir esa idea de que tiene una familia con la que quiere volver, una idea construida durante años de dedicación total”, explica Lessa, del área que vela por los ancianos en el Ayuntamiento de Río. Simultáneamente, las autoridades han emprendido la búsqueda de familiares que puedan acogerla cuando esté lista. Si no, vivirá en una residencia con otros ancianos.

Un lustro ha transcurrido desde que las autoridades brasileñas rescataron por primera vez a una trabajadora esclavizada en el hogar, un ámbito privado y propicio a que los delitos no trasciendan. Pero en el último año, los rescates han aumentado porque hay más denuncias. Este incremento obedece a varios factores. Uno, la enorme repercusión que tuvo la entrevista en uno de los programas más visto de televisión con Madalena Gordiano, explotada desde los ocho años (y a la que los tribunales indemnizaron con la vivienda familiar). Muchos brasileños comprendieron entonces que lo que ocurría en casa de los vecinos era un delito. Y dos, la labor de concienciación de los sindicatos de empleadas del hogar y de los movimientos antirracistas.

Las esclavas domésticas contemporáneas suelen compartir una niñez de enormes necesidades y abusos. Doña Maria nació en la finca de los abuelos de su actual patrón, donde sus padres eran colonos. Llegada la adolescencia, fue enviada a servir a los Mattos Maia en Río. Cuando se trasladó a la recién construida Brasilia, ella llevaba ya una década limpiando, lavando, planchando, cocinando… a cambio solo de techo y comida. Pasaron seis décadas más, Brasil vivió una dictadura, un Mundial, unos Juegos Olímpicos… Con 85 años cumplidos intenta superar el trauma más reciente para saborear la libertad.

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