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El hecho de que a la presencia de la religión católica en los centros de enseñanza se le vayan sumando otras religiones como la religión islámica o la evangélica puede convertir a la escuela en el lugar en el que las confesiones compitan entre sí. Por ello urge la necesidad de abordar una nueva mirada laica ante una sociedad cada vez más plural, más secularizada y más liberalizada en las costumbres.

La laicidad de las instituciones públicas es la mejor garantía para una convivencia en igualdad de todas las personas, sin privilegios ni discriminaciones, ya sean católicas, musulmanas, protestantes, ateas o agnósticas porque lo importante es el sustantivo permanente “persona” y no su condición religiosa.

La actitud laica tiene como principales componentes la libertad de conciencia y la neutralidad del Estado en materia religiosa. En este sentido, el laicismo busca separar ámbitos diversos (entre ellos la ciencia de la creencia o el Estado de las confesiones religiosas) asegurando a cada uno el lugar más adecuado para garantizar el entendimiento y la coexistencia de todos los ciudadanos.

Las religiones, incluida la católica, deben ocupar el espacio que les corresponde en democracia y no parece que este tenga que ser ni necesaria ni convenientemente la escuela. La percepción de que la religión católica tiene mayor relevancia social por estar dentro de las aulas como materia específica no es real. Que las asignaturas de religión salgan del sistema educativo público no quiere decir que la religión vaya a perder su importante papel dentro de la comunidad. Simplemente debe tener otro más acorde con los nuevos tiempos en los que la escuela debe ser el sitio de la ciencia y no de la creencia. Ese lugar en el que se enseñe tanto el interés del conocimiento frente a la propagación de las mentiras como la importancia de los valores democráticos para una ciudadanía cada vez más multicultural.

Si la religión es adoctrinamiento no es posible su presencia en los planes de estudios porque el adoctrinamiento no tiene cabida en la enseñanza. Y si no es adoctrinamiento tampoco tiene sentido la existencia de una materia específica de religión porque en cuanto acontecimiento histórico, antropológico o literario ya está en la transversalidad del currículo. Por lo tanto, es innecesaria la presencia de la materia de Religión. Ocurre muchas veces que en el caso de la Religión católica las líneas que separan el conocimiento y la doctrina son muy delgadas, casi invisibles.  Hasta tal punto esto es así que especialistas como el conocido teólogo Juan José Tamayo afirma textualmente: “los contenidos de la asignatura de religión católica son en su totalidad catequéticos con tendencia al fundamentalismo; la concepción del cristianismo, mítica; el planteamiento de la fe, dogmático; la exposición, anacrónica”.

El análisis del currículo de la materia de religión católica ofrece algunas dudas ¿Es doctrina decir que “toda la realidad creada y los acontecimientos son signo de Dios”?  ¿“Reconocer y valorar que la realidad es don de Dios”? ¿ “La persona humana, criatura de Dios libre e inteligente”?. Son contenidos pertenecientes al currículo de religión católica para el primer curso de la ESO.  ¿Son doctrina estándares de aprendizaje evaluables como el que indica que el alumno  debe  “identificar, clasificar y comparar los rasgos del Mesías sufriente y el Mesías político”? ¿O “Comprender la novedad del Mesías sufriente como criterio de vida”? ¿Son doctrina algunos criterios de evaluación como el de “Explicar el origen de la dignidad del ser humano como criatura de Dios” o “Establecer diferencias entre el ser humano creado a imagen de Dios y los animales”? La disyuntiva sí que resulta un tanto doctrinaria ya que la dignidad del ser humano parece proceder de Dios y a un lado están los seres humanos creados a imagen de Dios y al otro los animales. No aparecen ni  los seres humanos creados por seres humanos ni  la dignidad que los seres humanos se dan a sí mismos mediante la democracia y el Estado de derecho, ambos tan fieramente humanos. Convendrán conmigo que todo esto si no es doctrina se le parece mucho. Desde luego, no es ni física cuántica ni biología evolucionista. Es creencia no ciencia.

La relevancia de la religión no se cuestiona como hecho histórico, social o personal. Lo que se cuestiona es el lugar que la Religión ocupa en los estudios académicos como materia específica, un lugar inadecuado, improcedente, e inapropiado. Es evidente que la religión y, por supuesto, la religión católica debe ser objeto de estudio en los centros de enseñanza. De hecho lo es, ya que está presente, por ejemplo, en las explicaciones sobre el origen de la lengua española, el estilo arquitectónico de un templo, el Camino de Santiago, un cuadro de El Greco o la música de Vivaldi. Específicamente, en la materia de Historia de la Filosofía, por ejemplo, se profundiza en el pensamiento de San Agustín o Santo Tomás y se analizan las pruebas de la existencia de Dios y el papel del cristianismo en el pensamiento occidental.

Por tanto, la presencia de una asignatura denominada religión católica dentro de los planes de estudio es estratégica y alude más a criterios de un pasado complicado y de una herencia estancada en los acuerdos entre el Estado español y la Santa Sede que obligan a que se oferte la asignatura de religión en todos los centros de enseñanza. Algo, por cierto, que condiciona el resto del horario escolar.

              Asimismo, la formación religiosa es un derecho que no puede bajo ningún concepto generar obligaciones para otras personas y menos si se trata de escolares. En la oferta educativa tiene que haber opciones, no alternativas, y la supuesta libertad de elección de unos no puede conllevar la ausencia de esa libertad para otros. No se oferta numerología cabalística a los alumnos que no quieran matemáticas, terraplanismo a los que no quieran ciencias naturales o negacionismo a quienes no acepten la ciencia histórica.  Y se da una paradoja y es que para que los alumnos tengan la posibilidad de escoger la materia de religión católica el resto de alumnos tienen la obligatoriedad de elegir una alternativa. La supuesta libertad de elección de unos conlleva la ausencia de esa libertad de otros. Obligar a elegir una alternativa a la religión, además de afianzar la presencia de la religión, es como si el derecho de algunos ciudadanos a celebrar su liturgia religiosa conllevase la obligación para el resto de la ciudadanía de leer Por qué no soy cristiano de Bertrand Russell (obra muy recomendable, por otra parte).

              Frente a la Religión con sus alternativas debe existir un sólido conocimiento científico y filosófico y una ética común. El legado de la Ética de Aristóteles o del Imperativo Categórico kantiano no puede ser percibido como una simple alternativa ante la religión. Además, se envía un mensaje peligroso a los estudiantes cuando se les transmite que existe una moral religiosa y una alternativa a ella cuando lo que existe son unos principios éticos que nos unen a todos.

Muy al contrario, la educación debe abrir espacios en los que se eduquen seres humanos críticos y responsables, en definitiva, libres.  En este sentido tanto la filosofía como la ética se sitúan en ese contexto de aprender a ser libres ya que esa libertad nos permite comprender, crear y modificar conceptos que surgen del propio ser humano.

La nueva Ley debe recuperar y reforzar la carga horaria de la Ética que tiene que tener valor por sí misma y dejar de ser una alternativa a la religión. Una ética universal y cosmopolita, en palabras de la catedrática Adela Cortina, más acorde con esta época en la que tanto nos manifestamos contra las identidades que seccionan y aíslan. El Preámbulo de nuestra ley educativa lo aclara cuando designa a la educación como el medio más adecuado para garantizar el ejercicio de la ciudadanía democrática, responsable, libre y crítica, que resulta indispensable para la constitución de sociedades avanzadas, dinámicas y justas.

Se puede ser creyente o no, pero en cualquier caso es necesario ser creíble en aras de una escuela laica que eduque sin dogmas al mismo tiempo que transmite el incuestionable valor del hecho religioso.

Luis Alfonso Iglesias Huelga es profesor de filosofía y autor del libro La ética del paseante y otras razones para la esperanza (Editorial Alfabeto).

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