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Publicado el 8 de septiembre de 2020 en El Deber
En la mañana del sábado pasado, empezó a circular mi nuevo libro El desencanto. 14 años del gobierno de Evo Morales (Editorial 3600, disponible en internet) en el que analizo críticamente el accionar político del expresidente y particularmente mi implicación en el “proceso de cambio”, que pasó de la esperanza a la profunda decepción. Muchas personas reaccionaron, agradezco que esté siendo leído y que circule. Lo más curioso fue que, antes de que pasaran veinticuatro horas, alguien llamó a mi casa en Bolivia -no sé cómo adquirió el número- y escondido del otro lado del auricular dejó una pregunta que en realidad era una acusación: “¿Cuánto les pagó Doria Medina por El Desencanto?”. Ignoro el origen de la llamada, aunque intuyo su fuente.
Empecemos por lo obvio. Nadie me pagó para escribir el libro. O más bien, no lo hizo Doria Medina, a quien no conozco personalmente y de quien jamás he recibido un quinto (y por supuesto que no apoyo su candidatura). La institución responsable de mi salario mensual es la Universidad Nacional Autónoma de México; soy investigador titular en esa casa de estudios hace más de una década y escribo con toda libertad y responsabilidad.
Pero eso no es lo importante. Lo que revela la llamada es el afán de control del pensamiento, la imposibilidad de aceptar otras ideas, la necesidad de homogenizar un discurso que polarice y aplane las diferencias. Por eso, creo conveniente traer a colación dos reflexiones que están en la introducción de mi libro: porqué lo escribí y desde dónde lo hago en términos políticos.
Sobre el primer aspecto afirmo: “he querido publicar este libro porque esta es la historia de una apuesta, quizás no equivocada, acaso ingenua, pero seguro desviada y descompuesta. Es una pequeña muestra de cómo pueden cambiar las personas y los proyectos, cómo la política tiene múltiples rostros y el poder puede desvirtuar las mejores intenciones. El tono crítico de estas páginas es para no olvidar los errores. La complacencia es mala consejera, especialmente para con los políticos. La experiencia del gobierno de Morales, exitosa, contradictoria y compleja, debió ser la perfecta ocasión para un balance profundo y crítico de los límites y aciertos de una agenda progresista, pero lo que escuchamos fue una ola apabullante de aplausos y defensa visceral de lo indefendible. Como colectividad crítica, perdimos la oportunidad de avanzar con base en la autoevaluación transparente de los errores, muchos prefirieron la trinchera y fomentar la brigada de los elogios mutuos. Este libro es una nota disonante en esa melodía”.
Con respecto a mi posición política, sostengo: “Escribo desde una posición de izquierda crítica, ecuménica, que no obedece a jefes, que no promueve monopolios de la verdad y de la interpretación, con voz propia, indisciplinada, apasionada por la diversidad, por la irreverencia, por la autonomía. Una izquierda que no se cuadra frente a estatuas, ni dogmas, ni doctos; que no se inclina ante los lineamientos intelectuales o políticos de un comité central o de los ‘líderes históricos’. Una izquierda libertaria que, frente a la podredumbre que ve en frente, apuesta que otra izquierda es posible”.
Poco más qué decir. Ojalá que el libro nos ayude a avanzar, evitando tropezar dos veces con la misma piedra.
Investigador del Instituto de Investigaciones Sociales de la UNAM
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