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Durante el verano de 2020 asistimos a una ola de calor siberiana en la que las temperaturas alcanzaron los 38°C; la más alta jamás registrada dentro del Círculo Polar Ártico. Ese mismo año, los incendios forestales sin precedentes en el Ártico liberaron un 35% más de carbono que en 2019, batiendo asimismo el récord anterior de emisiones producidas por los incendios forestales en la región desde el año 2003. También pudimos ver como el hielo marino en el océano Ártico se acercó a sus mínimos históricos, apuntando la marca más baja registrada desde que se comenzó a medir la variación estacional de la capa de hielo. Se tratan todos ellos de claros recordatorios sobre los efectos extremos y acelerados del cambio climático en las regiones del norte. El Ártico ya se ha calentado a más de 2°C por encima del nivel preindustrial, y se espera que este rápido calentamiento se duplique a mediados de siglo.

A todo ello hemos de sumar que debido a las emisiones de gases de efecto invernadero del deshielo del permafrost y los incendios forestales, el rápido calentamiento del Ártico amenaza a todo el planeta y complica el ya difícil desafío de limitar el aumento de la temperatura global entre los 1,5°C y los 2ºC; límite que los científicos categorizan como el punto de no retorno tras el que no podremos hacer nada para influir en los procesos que rigen el termostato interno de nuestro planeta.

El permafrost es un almacén congelado de carbono orgánico que representa aproximadamente el doble del carbono presente en la atmósfera de la Tierra.

La región del permafrost contiene un almacén congelado masivo de carbono orgánico antiguo que en total se cree que representa aproximadamente el doble del carbono presente en la atmósfera de la Tierra. Este carbono se acumuló durante decenas de miles de años cuando las condiciones frías y heladas aislaron bajo el hielo los restos orgánicos ricos en carbono de las plantas y animales. Así, podemos entender el permafrost como la película en pausa que narra los procesos microbianos que afectan a la materia orgánica muerta; y cuya descongelación esta promoviendo la descomposición acelerada de esta, lo que amenaza con convertir el sumidero de carbono del Ártico en una fuente neta de gases de efecto invernadero para la atmósfera.

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El deshielo del permafrost profundo y el Acuerdo de París

El deshielo del permafrost puede producirse como un proceso gradual, comenzando en la superficie de hielo y aumentando paulatinamente en profundidad. Sin embargo también puede verse agravado en gran medida por eventos de deshielo abruptos que tienen como consecuencia el colapso de extensas capas de hielo.

El deshielo del permafrost amenaza con convertir el sumidero de carbono del Ártico en una fuente neta de gases de efecto invernadero

Estas áreas colapsadas pueden exponer el permafrost profundo y los gases almacenados en el mismo, lo que a su vez acelera el deshielo. De hecho, los eventos climáticos extremos, como la reciente ola de calor de Siberia, pueden desencadenar episodios catastróficos de deshielo que, en última instancia, pueden liberar una cantidad desproporcionada de carbono del permafrost a la atmósfera.

Esta retroalimentación climática global se está intensificando por la creciente frecuencia y severidad de los incendios forestales árticos y boreales mencionados, los cuales son foco de vastas cantidades de carbono, procedentes tanto directamente de la combustión, como indirectamente al acelerarse el deshielo del permafrost.

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Así, el deshielo del permafrost inducido por el fuego y la posterior descomposición de materia orgánica previamente congelada pueden ser una fuente dominante de emisiones de carbono del Ártico durante las próximas décadas. Y es precisamente en este sentido que el estudio publicado bajo el título Permafrost carbon feedbacks threaten global climate goals, alerta de que estas emisiones no se están contabilizando por completo en los presupuestos de emisiones globales, lo que presumiblemente reduce en gran medida la cantidad de gases de efecto invernadero que los seres humanos podrían emitir para mantener el incremento de la temperatura global por debajo de los 1.5 y los 2 ºC.

«En diciembre de 2020, más de 70 países anunciaron a nivel internacional nuevas y más ambiciosas contribuciones como parte de sus compromisos del Acuerdo de París; sin embargo, los presupuestos de carbono de los que informaron estos compromisos estaban incompletos, ya que no tienen en cuenta completamente las retroalimentaciones del Ártico», explica Susan M. Natali,científica asociada del Woodwell Climate Research Center y autora principal del articulo que se publica esta semana en la revista PNAS. De ello se deduce que existe una necesidad urgente de incorporar la ciencia más reciente sobre las emisiones de carbono procedente tanto del deshielo del permafrost, como de los incendios forestales del norte a la hora de considerar cuán más agresivamente deben reducirse las emisiones humanas para abordar la crisis climática global.

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