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Detalle del rostro del caballero antes y después. Foto: Hèléne Desplechin

El pasado año 2020 se cumplió el 500.º aniversario de la muerte de Vittore Carpaccio y para celebrar la efeméride tanto el Palacio Ducal de Venecia como la National Gallery de Washington habían organizado dos exposiciones. La obra Joven caballero en un paisaje, que forma parte de la colección del barón Thyssen desde 1935 (la adquirió el padre del barón junto a un retrato de Botticelli y un retrato grupal de Frans Hals), iba a salir por primera vez de nuestro país camino a Estados Unidos. Este era un buen motivo para acometer su limpieza y para que la obra no saliera de las salas, el Museo Thyssen-Bornemisza apostó por una restauración cara al público. La pandemia frustró el calendario previsto pero no el trabajo de Alejandra Pérez y Susana Martos, encargadas de devolver al cuadro su tono original. 

Después de un año de intenso trabajo, la pinacoteca presenta el resultado en la sala 11 de la colección permanente junto a un vídeo que explica la intervención. En la instalación se ha incluido una espada de características muy similares a la que sujeta el caballero, prestada para la ocasión por Patrimonio Nacional. Tras la intensa labor de las dos restauradoras este joven misterioso “ha recuperado el esplendor de sus colores”, asegura Guillermo Solana, director del museo. Todos los estudios que se han realizado han permitido conocer detalles del proceso creativo del pintor y obtener información para llevar a cabo la restauración con rigor. 

Estudio de materiales y retirada del barniz

“Teníamos que estudiar los materiales y el estado de conservación de la tela 500 años después de ser pintada. Era un trabajo delicado porque tenía una tela y una capa pictórica muy fina por lo que tuvimos que extremar las precauciones”, asegura Susana Pérez. Para ello, seleccionaron varias zonas de las que extraer micromuestras para “confirmar los materiales que teníamos que usar para estabilizar la obra”, sostiene. Además, la radiografía de la pieza determinó que “la tela estaba reentelada, es decir, que tenía una tela de refuerzo”, así que con el fin de evitar más daños el equipo de restauración apostó por la estabilización de la misma con injertos de tela similar en las zonas que se había desprendido. 

Foto: Hèléne Desplechin

Una vez acabada esta fase Martos y Pérez procedieron a la limpieza del barniz que había oxidado y amarilleado el cuadro.  “Esta parte es la más vistosa. Cuando el barniz se expone al oxígeno, este se va oscureciendo y esa capa que en origen sirve de protección y para dar luminosidad acaba aplanando las perspectivas y oscureciendo los colores”, detalla Alejandra Martos. También llevaron a cabo un análisis para conocer el disolvente más adecuado para su eliminación y “analizamos diferentes zonas para estar seguras de que solo se eliminaba el barniz”, amplía. A pesar de que el estado de conservación de la pieza era bastante bueno, esta presentaba “restauraciones anteriores más agresivas y tenía micropérdidas”. 

Modificaciones en la composición

Desde el boceto a la pintura final el pintor fue modificando algunos detalles. Aunque estas correcciones son imperceptibles para el ojo humano, la tecnología cuenta con técnicas que permiten llegar hasta las capas más primigenias del lienzo. Así es como descubrieron que el caballo que vemos en el cuadro era de menor tamaño y se presentaba en dirección opuesta. Además, el jinete también fue incluido más tarde en el lienzo, al igual que el pavo real con su cola replegada, símbolo de humildad y caridad que contrasta con la soberbia y el poderío que denota el caballo. 

Cambios en la composición del animal. Foto: Hèléne Desplechin

También se ha descubierto que el artista eliminó un segundo ciervo, animal que guía a las almas al otro mundo, o que originalmente el misterioso joven empuñaba la espada con mayor fuerza. El cuadro, en su conjunto, es una panoplia de elementos simbólicos en el que cada detalle está situado en una posición estratégica dentro de la composición con el fin de crear un entramado que se relaciona con las virtudes y los hechos que se atribuyen al protagonista para ensalzar su memoria. 

Misterioso protagonista

De san Eustaquio al capitán Marco Gabriel, de una familia patricia veneciana, pasando por Antonio de Montefeltro, Francesco Maria della Rovere, tercer duque de Urbino, Fernando II de Aragón o algún caballero de la orden del Armiño. Han sido muchas las teorías sobre la identidad del protagonista de la obra pero la más reciente y más fiable es la de Augusto Gentili. Según el texto que ha publicado para el catálogo de la exposición celebrada en 2017 en el museo El Renacimiento en Venecia, estaríamos ante Marco Gabriel, un militar veneciano “capturado en Modone, uno de los puertos estratégicos de la Serenísima, ciudad que fue asaltada por los otomanos. Marco Gabriel fue traslado a Estambul donde, en un momento de debilidad, pudo ofrecer su trabajo al enemigo. Finalmente, fue decapitado”, explica Ubaldo Sedano, jefe del área de restauración del museo.  

Esta hipótesis, profundiza, podría estar avalada por la presencia de “una fortaleza semiderruida de donde sale un caballero, que podría ser el propio Marco Gabriel, cuya alma se encamina hacia la reencarnación”. Todo esto tendría sentido respecto a otros elementos de la pintura como la presencia de un perro fiel que acompaña al jinete o del ciervo como mensajero de las almas. De ser así, estaríamos ante un retrato póstumo, una alegoría, en palabras de Solana, de la lucha entre el bien y el mal.

@scamarzana



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