en jaulas, prostituidos o trabajando en minas

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En un mundo mejor, Iqbal Masih probablemente viviría aún y tendría 36 años. Pero el 16 de abril de 1995, cuando tenía solo 12, Iqbal fue asesinado por denunciar la situación de otros niños que, como le ocurrió a él, fueron vendidos como esclavos y obligados a trabajar como animales.

Por increíble que parezca, en el siglo XXI no solo existe la esclavitud: es que hay más esclavos que nunca en la historia. Según la Agencia Mundial del Trabajo, perteneciente a la ONU, hay más de 40 millones de seres humanos que viven y trabajan privados de libertad. En esta macabra pirámide de dominación, los más numerosos son los más vulnerables: el 70% son mujeres y niñas y el 25% son niños.

Desde la mendicidad forzada hasta el trabajo en minas (donde, al igual que en la Inglaterra del siglo XIX, se usa a los niños porque caben en túneles más pequeños que los adultos o las máquinas), pasando por los talleres de marcas occidentales donde se trabaja de sol a sol y la esclavitud sexual, millones de niños en todo el mundo son forzados a renunciar a su infancia y son usados, mientras son útiles, como una herramienta barata que hace funcionar a esta monstruosa maquinaria. Dos tercios de los esclavos del mundo viven en Asia, en países como la India (18,5 millones), China (3.39), Pakistan (2,13 millones) o Bangladesh, con 1,5 millones. 

En estos países, donde el desarrollo comercial es relativamente alto (están integrados en los procesos productivos globales), pero el desarrollo social es muy bajo, la pobreza y la desigualdad propician que exista la actividad más indigna que el ser humano pueda ejercer. Una prueba de lo globalizada que está esta lacra es el recientemente descubrimiento de 2.000 esclavos que vivían en jaulas y solo eran liberados durante el día para ser embarcados en barcos pesqueros, donde trabajaban a cambio de la comida. El campamento de sus captores estaba en una isla de Indonesia, los esclavos eran birmanos y los barcos tenían bandera tailandesa. Dos tercios de los esclavos que hay en el mundo viven en Asia.

En la India, nada menos que cinco millones de niños han cambiado su infancia por una vida que sería indigna incluso para un adulto. La Ley de Trabajo Infantil, modificada en 2016, prohíbe que cualquier niño menor de 14 años trabaje y limita el empleo de jóvenes de 14 a 18 años, excluyéndolos de una lista de 83 “trabajos peligrosos”.

Sin embargo, son frecuentes las noticias sobre rescates de niños esclavos en talleres de ropa clandestinos, en operaciones llevadas a cabo por organizaciones independientes como “Bachao Andolan”, y que muchas veces acaban en batallas campales en las que los trabajadores sociales llevan la peor parte. Uno de los fundadores de Bachao, que quedó cojo y tuerto tras la paliza de unos esclavistas, aseguraba que, en uno de estos talleres, la tarea de los niños consistía en coser en prendas deportivas de marcas caras etiquetas con la frase “child labor free” (hecho sin trabajo infantil). Cuando hace unos años la prensa india descubrió que el ministro de Agricultura de aquel país usaba niños para arar sus tierras, éste se excusó diciendo que, tras las lluvias del monzón, temía que los bueyes se rompiesen una pata trabajando en el barro.

‘Reclutando’ niños perdidos

En cualquier ciudad india es fácil ver niños mendigos, casi todos ellos controlados por una mafia urbana que les explota, en ocasiones mutila para que den más lástima y casi siempre desecha cuando crecen y se vuelven difíciles de someter. La estación de trenes norte de Nueva Delhi, donde cada día llegan criaturas que escapan de hogares violentos, huérfanos y niñas no deseadas, es donde suelen ser reclutados estos “niños perdidos” que se convierten instantáneamente en carne de cañón para esclavistas sin escrúpulos. El 99% de las niñas terminarán en la industria sexual y después de unos años, si tienen suerte, en el servicio doméstico. 

Pero no solo las grandes industrias o mafias se aprovechan de los niños para esclavizarlos. En ocasiones, son los propios padres quienes usan a sus hijos como forma de pago de una deuda, garantía de un préstamo o compensación por un favor. En una explotación minera del centro de la India, el capataz que reclutaba familias enteras para trabajar y vivir en una mina a cielo abierto ofrecía un saco de arroz más al mes a los progenitores que permitieran trabajar a sus pequeños. Cuando la gente de Bachao consiguió rescatar a unos cuantos de estos niños esclavos, muchos de ellos se asombraron al ver por primera vez “patatas de colores”, que eran en realidad frutas. Durante toda su vida, solo habían comido patatas y arroz. A la familia de uno de estos niños recuperados se les “permitió” seguir trabajando en esa mina, pero perdieron su derecho a montar una tienda de campaña y desde entonces debían dormir a la sombra de una excavadora.

India: la esclavitud sale gratis

Cuando un niño pasa a ser esclavo, difícilmente llegará a convertirse en una persona adulta completamente libre. Además del trauma de haber sido usado y haber perdido los años más importantes en la formación de su personalidad, deben lidiar con la desconfianza y el miedo que les inspira un mundo para siempre hostil. En cambio, a los esclavistas les sale barato: incluso si son condenados, la pena en la India puede ser tan leve como seis meses de prisión y el equivalente a 250 euros de multa.

Hace unos años, The Guardian reveló en una investigación que para la construcción de estadios de fútbol para la Copa del Mundo de Qatar de 2022, se empleaba a miles de nepalíes trabajando en condiciones de esclavitud. Además de ver sus sueldos y pasaportes retenidos para evitar que escapasen, vivían hacinados y trabajaban en condiciones tales que se producía una muerte al día. Uno de los países más ricos del mundo esclavizando a los ciudadanos de uno de los países más pobres para que el mundo entero se divierta viendo un Mundial de Fútbol es, tal vez, el mejor ejemplo de que la esclavitud no ha cambiado a lo largo de la historia, solo ha evolucionado. 

En la famosa historia de Peter Pan, se describe a los “niños perdidos” como “los que se cayeron de la cuna (…) y nadie se dio cuenta de que no estaban”. Si pasaban siete días sin que nadie les buscase, se convertían en niños perdidos y eran enviados a “Neverland”. Desde Pyongyang hasta Hong Kong, diez millones de niños sin infancia viven ajenos a los cuentos infantiles, las campañas mundiales y los días internacionales que el resto del mundo celebrará hoy y olvidará mañana. Para ellos es solo un día más de trabajo.

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