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Desde los inicios de la modernidad, las élites capitalistas han imaginado a la multitud plebeya como un monstruo colectivo y amorfo que, guiado exclusivamente por los impulsos más brutales y primitivos e incapaz de soportar la sofisticación de la excelencia individual, se convierte en una fuerza nihilista que amenaza los cimientos de la civilización. La burguesía decimonónica describió a los trabajadores díscolos en numerosas ocasiones como una especie de poliorganismo descerebrado, una multitud zombi o una hidra revolucionaria. Precisamente en El sueño de Gargantúa, Antonio J. Antón muestra cómo el liberalismo clásico consiguió apartarse de esa teratología reactiva para elaborar un ideal utópico larvado que aún es una parte esencial de nuestro sentido común, de la subjetividad compartida con la que afrontamos el día a día. Mediante un fascinante esfuerzo de erudición y bibliomanía, Antón excava en los imaginarios que, procedentes del pasado, palpitan en el inconsciente colectivo del consumismo contemporáneo, en los sueños y pesadillas que marcan el pulso cotidiano de los habitantes de las sociedades tardocapitalistas.

En Monstruos del mercado, David McNally invierte esta lógica mostrando cómo las imágenes góticas de la modernidad no fueron patrimonio exclusivo de las clases altas. De hecho, las categorías teratológicas elitistas fueron apropiaciones burguesas de discursos que, en origen, habían sido desarrollados por grupos plebeyos. Fueron una herramienta emancipadora que las fuerzas populares emplearon para expresar su propia perspectiva acerca de los cataclismos sociales del capitalismo emergente y, muy especialmente, de la aparición del mercado de trabajo. En Roja esfera ardiente, Peter Linebaugh propone una especie de mosaico, divertido y vertiginoso, de las resistencias que surgieron en muy distintas partes del mundo a la expropiación de los bienes comunes y a la eliminación violenta de las formas de subsistencia seculares que proporcionaban alguna autonomía a la clase trabajadora. Line­baugh traza una constelación de proyectos antagonistas decimonónicos que, a pesar de no tener una estrategia unificada, se movieron en un horizonte político compartido cuyas estribaciones se prolongan hasta el día de hoy.

Las clases trabajadoras padecieron cel auge de las disecciones públicas, auténticos espectáculos sin mayor interés científico en los que la burguesía exhibía su capacidad para controlar y explotar el cuerpo de los pobres

Este fue el contexto en el que el protoproletariado retrató, en diferentes momentos y lugares, a las élites capitalistas como monstruos que desmembraban a los humildes para alimentarse de su sangre y su carne. En Monstruos del mercado se explica que, curiosamente, no era una construcción enteramente fantasiosa, sino que guardaba relación con cambios históricos profundos en el trato social de los cadáveres que afectaron profundamente a los más pobres. Las clases trabajadoras urbanas no sólo se vieron desposeídas de los ritos funerarios tradicionales y arrojadas a la ignominia de las fosas comunes. Además, padecieron con especial intensidad el auge de las disecciones públicas, auténticos espectáculos sin mayor interés científico en los que la burguesía exhibía su capacidad para controlar y explotar el cuerpo de los pobres incluso después de la muerte (la mayor parte de los cadáveres empleados eran de indigentes o de sentenciados a muerte). McNally describe cómo la demanda de cadáveres impulsó una boyante economía forense y un intenso movimiento popular en torno a las ejecuciones, no tanto para evitarlas como para rescatar los cadáveres de los reos e impedir así que fueran destinados a la disección.

Pero tal vez lo más interesante de Monstruos del mercado es que muestra cómo las fantasías sobre desmembración y secuestro de órganos se han prolongado a lo largo de dos siglos y reaparecen hoy para volver a imaginar el capitalismo global como un sistema vampírico que se apropia del cuerpo humano. La aparición de leyendas monstruosas relacionadas con crisis económicas recientes está bien documentada. Entre 1982 y 1983 en algunas zonas de Bolivia se decía que el Banco Mundial había enviado a emisarios estadounidenses con el objetivo de sacar la grasa a los campesinos para pagar la deuda externa. En otras zonas de Sudamé­rica han sido frecuentes las historias acerca de raptos de niños con el objetivo de extraerles órganos, venderlos y así pagar al FMI. Pero Monstruos del mercado se centra particularmen­te en dos figuras. En primer lugar, la eclosión de vampiros y brujos en el África subsahariana contemporánea, que tienen una fuerte presencia en la cultura popular: conductores de mototaxis nigerianos que se convierten en zombis y echan dinero por la boca como si fueran cajeros automáticos, leyendas camerunesas sobre obreros zombis de la economía nocturna informal, historias tanzanas sobre trabajadores poseídos por fuerzas demoniacas… Para ­McNally todas estas historias sacan a la luz los conflictos y el sufrimiento de grupos sociales a merced de fuerzas económicas globales enormemente destructivas y con la capacidad para generar dinero como por arte de magia.

Los zombis eran símbolos de la alienación laboral, una manera de elaborar la vivencia de formas extremas de explotación

En segundo lugar, McNally deconstruye las imágenes convencionales de los zombis y muestra su carga antagonista. Los zombis eran símbolos de la alienación laboral, una manera de elaborar la vivencia de formas extremas de explotación. Las primeras descripciones de zombis aparecen en Haití y se referían a muertos que trabajan, cuerpos puramente mecánicos y carentes de subjetividad cuya única identidad era su capacidad laboral. Las historias haitianas de zombis surgieron en las plantaciones esclavistas, pervivieron con las compañías azucareras y tuvieron un fuerte auge durante la ocupación estadounidense de la isla a principios del siglo XX, cuando el Ejército norteamericano recurrió al trabajo forzoso de los nativos para construir sus infraestructuras. Siguiendo el ejemplo de las élites burguesas decimonónicas, Hollywood invirtió el sentido original de los zombis y convirtió a las víctimas en monstruos devoradores de personas.

Tanto en el caso de los vampiros como en el de los zombis, Monstruos del mercado analiza las producciones culturales populares no como residuos premodernos de un mundo aún encantado, sino como lecturas imaginarias pero complejas de los brutales cambios que impone la globalización capitalista y que además tienen correlatos en la cultura libresca: Mary Shelley en la Europa del siglo XIX o Ben Okri en el África contemporánea. McNally aspira a rehabilitar las connotaciones utópicas del Demogorgon —el pueblo-monstruo— como un semillero de historias mágicas movilizadoras.

Portada de 'Monstruos del mercado', de David McNally.

Autor: David McNally.

Traducción: José Luis Rodríguez.

Editorial: Levanta Fuego, 2022.

Formato: tapa blanda (456 páginas. 19 euros).

Portada de 'Roja esfera ardiente', de Peter Linebaugh.

Autor: Peter Linebaugh.

Traducción: Cristina Piña Aldao.

Editorial: Akal, 2021.

Formato: tapa blanda (558 páginas. 32 euros) y e-book (14,99 euros).

Portada de 'El sueño de Gargantúa', de Antonio J. Antón Fernández.

Autor: Antonio J. Antón Fernández.

Editorial: Akal, 2020.

Formato: tapa blanda (368 páginas. 20 euros) y e-book (9,99 euros).

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