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Cara y cruz. Igual que una moneda, el consumo de carbón tiene su lado positivo, o práctico, al menos, y otro negativo. El primero es que ofrece una alternativa rápida y directa al gas procedente de Rusia. El segundo, que es tremendamente contaminante. Tanto que hace ya tiempo los países de la UE asumieron que deben recortar su consumo si quieren rozar siquiera sus objetivos de reducción de emisiones para 2050. En un escenario marcado por el alza de precios y la guerra de Ucrania y en el que Europa intenta atajar su dependencia del gas ruso, al lanzar la moneda muchos países se están encontrando con que, a diferencia de hace un año, empieza empieza a salirles «cara».

Como mínimo, el nuevo marco amenaza la planificación trazada por la UE para dejar atrás el cabrón.

Hace días, en la segunda semana desde el inicio de la guerra de Ucrania, Fraunhofer ISE calculaba que las plantas del continente estaban quemando en torno a un 51% más de roca sedimentaria que un año antes. En paralelo, registraba un descenso en la demanda de gas.

La salida más directa

El aumento en el uso del carbón tras registrar una caída del 40% entre 2010 y 2020 no es algo estrictamente nuevo. A finales de 2021, coincidiendo con el repunte en la demanda de energía y el alza en los precios del gas, la generación de carbón europea ya aumentó cerca de un 18%. A la vista del escenario que se estaba dibujando, en febrero, antes incluso de que Moscú iniciase la invasión de Ucrania, algunos expertos avanzaban ya que la producción de las centrales térmicas podría aumentar a lo largo de este año hasta equiparar los niveles de 2018. La guerra y sus múltiples derivadas, sin embargo, han llevado el debate sobre el carbón a primer término.

Bruselas ha planteado ya el objetivo de reducir en dos tercios la dependencia del gas ruso antes de que acabe el año y liquidar las importaciones de cara a 2030. No será una tarea fácil. Más o menos el 40% de los 500.000 millones de metros cúbicos de gas que consume Europa cada año proceden del país de Vladimir Putin. ¿Cómo lograrlo entonces y garantizar el suministro a largo plazo? Sobre la mesa hay varias opciones, como acercarse a otros exportadores de gas —EEUU, Noruega, Argelia, Qatar o Egipto, por ejemplo—, pisar el acelerador de las renovables o la polémica nuclear… Y quemar carbón, una alternativa fácil y directa para satisfacer la demanda de energía.

Hace poco el vicepresidente de la Comisión Europea y responsable del Pacto Verde, Frans Timmermans, reconocía a la BBC que, dadas las circunstancias, «no hay tabúes» en la quema de carbón como alternativa al gas ruso. Es más, el dirigente comunitario mostraba su confianza en que incluso un alza puntual del carbón no resulte incompatible con los objetivos climáticos de la UE.

«Las cosas han cambiado. La historia dio un giro muy brusco hace una semana y debemos aceptar ese cambio histórico. Polonia y otros países tenían planes para dejar el carbón y usar gas natural para luego pasar a las energías renovables. Si se quedan más tiempo con el carbón, pero luego pasan inmediatamente a las renovables, todavía podrían estar dentro de los parámetros que establecimos para nuestra política climática», detalló Timmermans.

No ha sido el único dirigente del continente que ha apuntado en esa dirección. Hace una semana Václav Bartuška, comisionado de Seguridad Energética del Gobierno checo, coincidía durante una entrevista con Seznam Zprávy en el «cambio» que imprimió la invasión de Ucrania y apuntaba que el carbón desempeñará un papel «temporal». «Esperábamos que estuviera fuera de la combinación al final de esta década. Pero se quedará más tiempo. Lo necesitaremos antes de encontrar recursos alternativos. Hasta entonces, ningún gobierno más verde que el nuestro apagará el carbón». La república había basado su estrategia de descarbonización en gran medida en el gas.

El vicecanciller y ministro de Asuntos Económicos y Acción Climática alemán, Robert Habeck, deslizaba hace poco también que es posible que su país, con una fuerte dependencia del gas ruso, deba revisar su ambiciosa hoja de ruta de descarbonización si Moscú corta su aporte.

Jonny Caspari 1je5j4an2ri Unsplash

«A corto plazo, puede ser que, como precaución y para estar preparados para lo peor, tengamos que mantener las plantas que funcionan con carbón en espera y tal vez incluso dejarlas operar», explicó el alto cargo, del Partido Verde, a la cadena pública Deutschlandfunk: «El pragmatismo debe triunfar sobre todos los compromisos políticos. Se debe salvaguardar la seguridad de los suministros«. La república federal fue de las primeras naciones en anunciar la creación de reservas estratégicas de carbón y de gas. De momento, eso sí, la reapertura de minas parece fuera de la agenda.

En una tónica similar, Rumanía, que se ha fijado también el objetivo de eliminar el carbón en la próxima década, ha apuntado a la reactivación de las centrales térmicas con el polémico combustible fósil. “Tendremos que reiniciar las centrales eléctricas de carbón”, apuntaba Barna Tánczos, su titular de Medio Ambiente. Los medios locales señalan ya la reapertura de Mintia, planta cerrada en 2021. También en Reino Unido se estaría explorando prolongar la vida de la central de West Burton.

Otro buen ejemplo lo deja Italia, que ha pasado de anunciar sus planes de abandonar el carbón a mediados de esta década a reconocer que quizás necesite recuperar parte del sector. Su primer ministro, Mario Draghi, llegó a sugerir hace poco que el país podría reactivar centrales eléctricas de carbón «para cubrir cualquier déficit en el futuro inmediato», declaraciones que más tarde matizaban desde el departamento de Medio Ambiente. El ejecutivo sí desliza, en cualquier caso, que «en caso de una falta absoluta de energía» podría echar mano de las plantas de Brindisi y Civitavecchia.

El mineral no es ajeno en cualquier caso al escenario generado por la guerra. Rusia es también una fuente de carbón térmico fundamental para Europa. Otros países con producciones destacadas son Colombia, Sudáfrica, Polonia o EEUU, donde el sector ha resurgido ante el aumento de demanda a nivel nacional e internacional. La industria estadounidense está de hecho interesada en los mercados europeos y su patronal, NMA, ha mostrado ya su disponibilidad para «desempeñar un papel crucial» a la hora de satisfacer las necesidades energéticas de Europa.

Imágenes | Albert Hyseni (Unsplash) y Dominik Vanyi (Unsplash)

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