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El líder del PP, Pablo Casado (en el centro), junto a los exministros Rafael Arias Salgado (izquierda) e Ignacio Camuñas el pasado 19 de julio en un acto en Ávila.
El líder del PP, Pablo Casado (en el centro), junto a los exministros Rafael Arias Salgado (izquierda) e Ignacio Camuñas el pasado 19 de julio en un acto en Ávila.RAÚL SANCHIDRIÁN / EFE

Los políticos recurren a menudo a expresiones mágicas, aparentemente incontestables. Por ejemplo: “Hay que mirar al futuro, no al pasado”. Repiten como estribillos en lemas electorales palabras que entran bien, haya o no sustento detrás (“cambio”; “libertad”). Aprenden a expresarse en triadas sonoras (“sangre, sudor y lágrimas”) y a bendecir los eufemismos (mejor daño colateral que muerto civil; copago que repago). Dominan la hipérbole (todo es fantástico o catastrófico, según quién hable), y cuentan en sus partidos con personas cuya misión es fabricar una verdad paralela con argumentarios que se envían a primera hora para que nadie se salga del guion.

El trabajo diario del periodista consiste en batallar contra ese armazón de palabras y arrancar al político un pensamiento original y honesto, haciendo ver sus contradicciones y señalando los matices o grises que tapan las gafas partidistas. Es un proceso fatigoso, porque los portavoces cada vez están mejor entrenados para ignorar al periodista, es decir, al ciudadano —si es que se ponen a tiro— y para colocar, se pregunte lo que se pregunte, la respuesta aprendida. Pero como si no tuviéramos suficiente tarea, ahora, además, nos hacen perder el tiempo.

De repente, los medios tienen que aclarar que la Guerra Civil española comenzó —como todas— con un golpe de Estado, es decir, con la rebelión armada de quienes no ocupaban el poder para desalojar a los que lo hacían legítimamente. Y hay que aclararlo porque la mentira se difunde en tribunas solemnes y públicas como el Congreso de los Diputados. Curiosamente, son los que hace no tanto tenían constantemente la palabra “golpista” en la boca los que ahora ponen en duda que Franco lo fuera.

Hay que aclarar, porque una diputada de Vox lo difunde en Twitter, que las vacunas del coronavirus no imantan el brazo.

Hay que aclarar que en España no falta libertad y que por tanto, no hay que reponerla. Que no son menos libres los castellanoleoneses o gallegos que los madrileños.

Mucho tiene que ver con el marketing político, que mal utilizado hace estragos en los discursos. En El Ala Oeste de la Casa Blanca, el equipo del presidente Barlet le recomienda, antes de un debate electoral que se exprese en frases cortas. Llega la cita. “Necesitamos un recorte de impuestos por una razón: el pueblo americano sabe cómo gastar su dinero mejor que el gobierno federal”, dice su rival. Barlet replica: “Ahí está. Esa es la respuesta corta que mi equipo lleva semanas buscando. Las frases cortas pueden matarte en una campaña. ¿Pero cuáles son las siguientes? ¿Cómo va hacerlo? Deme las diez frases siguientes y me retiro ahora mismo”. El rival enmudece y el equipo de Barlet se rompe las manos a aplaudir.

“Hay que mirar al futuro, no al pasado”. ¿Cuál es el resto de la respuesta? ¿Hay que dejar en fosas y cunetas a los miles de desaparecidos del franquismo? ¿Debe o no estar presente la Justicia en el levantamiento de un cadáver con evidentes signos de muerte violenta? ¿Tiene que regirse el Valle de los Caídos por un decreto de 1957?

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