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1. La religión a la luz de la historia
La religión en general, al echar un vistazo atento a la historia, ha engendrado más mal que bien. La razón de esto es simple: la religión, de cualquier clase que sea, promueve el carácter dogmático y fustiga el científico; enseña a creer y no a dudar. Una sociedad gobernada por el dogma es, en general, más proclive a la intolerancia y a la virulencia de grupo. El objetivo principal de toda religión es objetivar plenamente el principio de identidad y desterrar el de contradicción, el islamismo es un buen ejemplo de lo que digo. Es por eso que toda religión, por descabellada que resulte al sentido común, proclama, sin ningún género de pudor, tener la verdad; y por esa verdad absoluta muchos hombres y mujeres están dispuestos a morir si es necesario, por defenderla de los amantes de la impiedad. Es posible decir, sin ser necesariamente partidario u hostil de alguna ideología religiosa cristiana, que las iglesias cristianas —principalmente la Católica— con sus credos y sus códigos morales han objetivado más mal que bien en el mundo antiguo y en el actual; y, al parecer, la religión cristiana con sus elementos constitutivos, a saber, las iglesias, los credos y los códigos morales son, en este siglo, como en los pasados, meros escollos de los que habría que prescindir, de una vez por todas, si es que en realidad se quiere materializar nuevos estadios dignos de hombres y mujeres a la altura del contexto en el que la vida homo-sapiens se despliega. Si en realidad somos objetivos deberíamos por lo menos asentir en esto: la Iglesia Católica, como las evangélicas, casi nunca ha estado a favor de las grandes gestas encaminadas a brindar un poco de felicidad al ser humano; en general ha estado en contra, no sólo en este siglo, de todo aquello que puede contribuir positiva y significativamente en el aumento de una vida libre, feliz y saludable para el ser humano. Un repaso histórico no caería mal, es con base a ello que se puede determinar que el mejor legado que ha dejado a la humanidad esta institución —vetusta y rancia en exceso— es sufrimiento, ignorancia, miedo, intolerancia y miseria de toda clase. A pesar de ciertas contribuciones poco originales en el terreno de la ética y otras obras de caridad, aquello no es suficiente para redimirla de sus inexcusables faltas; ni la Iglesia Católica ni las demás iglesias cristianas han estado a favor de la felicidad humana, sino más bien a favor de aquello que aumenta la miseria interna y externa en el mundo. Pues es, objetivamente hablando, la pobreza, la enfermedad, la ignorancia y la miseria en el más alto grado la condición de posibilidad para la existencia de toda religión. De una institución que por siglos ha sembrado las peores simientes y que ha contribuido con su operar al incremento inconmensurable de la mentira, la ignorancia, la superstición y la intolerancia es pues necio esperar otra cosa que no sea maldad y crueldad. Aunque a muchos les parezca increíble y definitivamente absurdo, la Iglesia Católica, que se jacta de ser caritativa y humanitaria, y las protestantes en su momento se opusieron ferozmente al estudio científico del cuerpo humano y sus enfermedades; no obstante, la medicina paulatinamente se fue abriendo paso entre los barrizales de la superstición y comenzó a desarrollarse.
2. Causas de la enfermedad
Por mucho tiempo, cuando la Iglesia Católica y las protestantes dominaron realmente en los diversos ámbitos de la vida social, se creyó infundadamente que el origen de la enfermedad se debía a dos causas: por un lado podía ser la amonestación o llamada de atención por parte de Dios —rico en misericordia y tardo para el enojo— al accionar pecaminoso de un ser humano, por otro, se creía que, la mayor parte de veces, la causa principal de ello obedecía al insidioso maquinar del demonio, enemigo de Dios y, por lo mismo, del ser humano; la solución que proponían los líderes religiosos para superarla consistía básicamente en implorar la ayuda de los santos para que aquellos, como cercanos y amigos del buen Dios, intercedieran a favor del cese de ésta; se recomendaba también conseguir reliquias, eso fue muy popular en la edad media (y todavía lo es); también se incitaba a las personas a que efectuaran oraciones especiales y peregrinaciones de toda clase. Sin embargo, si un enfermo mostraba signos de demencia u otra enfermedad mental de inmediato aquel padecimiento era asociado directamente con el diablo, se consideraba como una suerte de posesión, por tanto para ello era ineludible el exorcismo, una práctica desagradable y humillante, sobre todo para el aquejado. Esa creencia de que las enfermedades que sufrían los cristianos se debían a la acción diabólica fue algo bastante común en la Edad Media, y se fundamentaba en las teorías evangélicas y los escritos de los tempranos Padres de la Iglesia. La creencia en el poder curador de la religión cristiana es algo que no ha sido erradicado totalmente, aún hoy en día mucha gente lo sigue creyendo así.
3. Los milagros y los santos
Las curaciones milagrosas que supuestamente efectuaban los santos fueron ampliamente creídas y aceptadas por las masas cristianas; se sabe que San Francisco Javier todavía en vida resucitó a 14 personas. Además de ello, se dice que poseía el don de lenguas, lo cual resulta bastante curioso pues aquello no le facilitó la mejora de su mal japonés. Los huesos de santa Rosalía curaron, por mucho siglos, toda suerte de enfermedades, mas cuando aquellos fueron analizados por un anatomista competente, William Buckland, se concluyó, después de una investigación exhaustiva, que en definitiva eran huesos de cabra (Russell, 1935). A San José de Cupertino se le daba por volar de vez en cuando, se dice que “cierto día los religiosos lo vieron elevarse hasta una estatua de la Virgen que estaba a tres metros y medio de altura y darle un beso al Niño Jesús. Luego rezó en el aire con intensa emoción” (ACI Prensa, 2020 ), y eso no fue todo; se cuenta que “el más famoso de estos sucesos se dio cuando diez obreros deseaban llevar una cruz pesada a una montaña alta, pero no lo lograban. Entonces Fray José se elevó por los aires con la cruz y la llevó hasta la cima del monte” (ACI Prensa, 2020 ). Esta creencia infundada no disminuyó al comienzo en el terreno protestante.
4. La superstición, la mano derecha de la crueldad
Las plagas y las calamidades, fenómenos comunes en la edad media, fueron atribuidas principalmente al operar sucio del diablo y otras a la ira incontrolable de Dios. Para calmar al buen Dios los curas, los lacayos de los obispos, recomendaban a la masa cristiana atribulada que entregara sin ningún género de reniego sus tierras (Russell, 1935, pág. 37) a la bienhechora y piadosa Iglesia Católica, en fin ella era la única que podía abrir o cerrar las puertas del cielo a toda aquella masa menesterosa. Por otro lado, también se imputaban a las brujas de ser las principales culpables de muchos infortunios en la vida objetiva como en la subjetiva. Inocencio VIII que, en 1484, promulgó una bula papal en la que reconocía la existencia de estos entes demoníacos, persiguió, con la ayuda de Heinrich Kramer y Jacob Sprenger, los sujetos más bondadosos y cristianos que han existido —fueron, quizá, la expresión más pura de la mismísima bondad de los cielos— con una inconmensurable ferocidad a las mujeres practicantes o sospechosas de tal aberración. La mujer, sostenían los clérigos, por su debilidad y perversidad, podría ser más fácilmente inducida y subyugada por el deseo de obrar tal transgresión en contra de la ley divina, a saber, la eclesiástica. En Alemania, entre 1450 y 1550, fueron incineradas más de cien mil brujas. Se llegó a creer, por insólito que nos parezca hoy en día, gracias a la inagotable erudición del Martillo de las Brujas, como algo muy serio que si las tempestades, granizos y truenos azotaban con bastante frecuencia a una región, eso se debía en esencia a las prácticas satánicas e inicuas de las brujas, que eran mujeres por supuesto, dado que eran las más proclives a fornicar con el diablo. En el terreno protestante las cosas no fueron, en esa época, para nada mejor, eran igual o peor que los católicos persiguiendo mujeres por sospechas de brujería.
5. Más superstición
Fue ampliamente creída la hipótesis de que la peste bubónica que, en 1680, azotó sin azote a Roma, se originó como consecuencia de la cólera desmesurada de San Sebastián (Russell, 1935, pág. 37), ya que había quedado en el olvido, ya casi nadie le rezaba, debido a la cantidad de distractores mundanos que abundaban por doquier, fue necesario construirle un “monumento” (Russell, 1935, pág. 37) de tamaño colosal para que aquel mal desapareciera. Para atenuar la muerte negra, que fue un caldo de cultivo para la reproducción masiva de toda clase de supersticiones, en 1348, se daba muerte a numerosos judíos, para calmar la cólera divina, como un deporte o un buen pasa tiempo, se estima que quince mil fueron asesinados violentamente y dos mil incinerados, el Papa, en todo caso, se limitó sólo a condenar la acción (Russell, 1935, pág. 37). Éstos métodos a pesar de lo supersticiosos y cruentos que fueron, se les aceptó como verdaderos y existió una resistencia obstinada por parte de la Iglesia Católica a la implementación de la medicina científica (Russell, 1935, pág. 37).
6. El desarrollo científico de la medicina y sus grandes obstáculos
a) La anatomía, la disección y la locura
La Iglesia Católica y muchos sectores del mundo cristiano se opusieron tozudamente al estudio de la medicina científica (Russell, 1935, pág. 37). La anatomía fue vista como algo malo y pernicioso, esto porque podría obstaculizar la resurrección de la carne en el juicio final, además los jerarcas religiosos repudiaban el derramamiento de sangre, aunque no pusieron el grito en el cielo con la de los judíos. El papa Bonifacio VIII prohibió férreamente la disección. Por otro lado, un enfermo tenía que ser atendido por un presbítero antes que por un doctor, pues su alma, esto porque la antropología cristiana es dualista, era más valiosa que su miserable cuerpo; y si era pobre, lo era aún peor. Los enfermos mentales, más que nadie, sufrieron indeciblemente en manos de religiosos fanáticos; la locura era considerada como una irrefutable posesión diabólica. Por siglos los lunáticos fueron víctimas de los peores tratos en las cárceles; pues se creía que se les debía tratar mal, ya que eran entes del mal y vasijas del diablo. Según el criterio sostenido por Russell:
Durante toda la Edad Media, como hemos visto, la prevención y cura de enfermedades eran ensayadas por métodos supersticiosos o enteramente arbitrarios. No era posible nada científico sin la anatomía y la fisiología, y éstas a su vez, sin la disección, a la que se oponía la Iglesia. Vesalius, que fue quien primero hizo anatomía científica, logró escapar de la censura oficial durante un tiempo, porque era médico del Emperador Carlos y, quien temía que sufriera su salud si le privaban de su médico favorito (Russell, 1935, pág. 42).
Creía que eran suficiente los métodos supersticiosos y arbitrarios, a pesar de esa negativa, más tarde la fisiología se desarrollaría después que la anatomía. Con William Harvey, se puede considerar que la fisiología alcanzó un carácter científico, éste además fue el que descubrió la circulación de la sangre. Pero los prejuicios de la Iglesia, a pesar de lo avasalladora que se manifestaba la ciencia emergente sobre aquellos, no fueron totalmente vencidos.
b) la vacuna
El momento preciso para salir a fulgurar se les presentó con el descubrimiento de la vacuna, esto estimuló la proliferación de toda clase de prejuicios y sandeces:
Los sacerdotes (y médicos) consideraron la vacuna como «cartel de desafío al cielo mismo, y aún a la voluntad de Dios»; en Cambridge se pronunció un sermón universitario en contra de ella. Más tarde, en 1885, cuando hubo una seria epidemia de viruelas en Montreal, la parte católica de la población se resistió a vacunarse, con el apoyo del clero. Un sacerdote expuso: «Si nos encontramos afligidos por la viruela, es porque hemos tenido un carnaval este último invierno, festejándose la carne, que ha ofendido al Señor». Los Padres Sacramentinos, iglesia que estaba situada en el corazón mismo del distrito infestado, comenzaron a condenar la vacuna, se exhortó a los fieles para que confiaran en ejercicios devotos de varias clases; bajo la sanción de la jerarquía, se ordenó una gran procesión acudiendo solamente a la Virgen, y el uso del rosario, fue especificado cuidadosamente (Russell, 1935, pág. 43).
c) Los anestésicos, fuente de controversia
El hallazgo de los anestésicos generó otra gran controversia en el seno de la ortodoxia religiosa cristiana, fue una gran oportunidad para que los teólogos salieran a irradiar y exhibir su sabiduría milenaria, por lo que no vacilaron ni un segundo en afilar muy bien sus cuchillas teológicas. Simpson, en 1847, propuso que se utilizara en los partos, con el fin de hacer menos doloroso el proceso de alumbramiento; la Iglesia Católica, necrófila en el más alto grado y amante de todo lo nocivo, y todos los sectores conservadores de la sociedad de esa época se opusieron tozudamente; pues se debía cumplir al pie de la letra el benevolente veredicto del misericordioso Dios hebreo: “parirás a los hijos con dolor” (Génesis 16), el cloroformo evidentemente lo impediría. Simpson, cuya cordura sobrepasaba inmensamente a la gazmoñería religiosa, argumentó que Dios durmió a Adán cuando tuvo que extirparle su costilla de la cual salió, como por arte de magia, la mujer, pero el fanatismo religioso a pesar de la sensatez de aquel no disminuyó.
A modo de conclusión
La iglesia Católica en especial, que es el sistema religioso cristiano que aún domina en número e influencia en el campo religioso, sin ningún tipo de pudor por todos los errores cometidos en el pasado, todavía sigue interviniendo y emitiendo vehementemente su opinión en temas muy peliagudos como el aborto, la eutanasia y otras cuestiones embarazosas. Pero hablando así francamente: ¿deberíamos prestar atención a una organización tan alejada de la virtud, usurera y, en ciertas ocasiones —cuando en realidad gozó de poder e influencia política y económica en la sociedad—, hasta criminal? ¿Acaso su postura anticientífica, desfasada y dogmática, no ha causado suficiente miseria interna y externa en el mundo para seguir escuchando su opinión, que es más necedad que otra cosa?
Víctor Salmerón
Bibliografía
ACI Prensa. ( 2020 , setiembre 17 ). 7 hechos sobrenaturales de San José de Cupertino, conocido como el santo volador. Retrieved from ACI Prensa
Russell, B. (1935). Religión y Ciencia. Titivillus.
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