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La trata de mujeres forzadas a convertirse en esclavas sexuales mediante la prostitución es la base de una novela que ha dado muchas alegrías a Marta Robles. Con La chica que no supiste amar acaba de ganar el premio en la categoría nacional que ha otorgado el encuentro literario Alicante Noir.  

«Si te recorres España de cabo a rabo, te encuentras clubes de alterne. En todas partes hay trata de mujeres y prostitución. Y luces de colores que no solemos mirar para ver el problema», denuncia. Por eso sabe que «queda mucho trabajo por hacer» a pesar de que «ha cambiado la perspectiva de la sociedad».

Esa realidad es la de que «la trata lleva en España desde el año 92; la trata y la prostitución están relacionadas de manera imposible de negar». Un problema del que alerta de que «también hay captación en España«. Las investigaciones que ha hecho a lo largo de su carrera han plasmado lo que sucede en torno a esos lugares.

Y con una novela ha encontrado la forma de impactar más sobre esta realidad. «Como periodista tenía la oportunidad de escribir sobre activistas. Y eso hice. Pero me di cuenta de que cada vez hay más reportajes, con una audiencia excepcional, pero al día siguiente parece que se olvida. Como si eso fuera de otros». 

Tan cerca

Esa mirada a un lado es lo que la enerva «porque hay un 40 % y casi al lado tiene que haber alguien». Además de los consumidores, Robles señala la otra gente involucrada que ha de mantener este sistema «porque se necesita un abogado, un médico, un banquero, policías corruptos, periodistas corruptos. Y me parecía importante que se diera a conocer. Y cada vez más».

Esa «sobresaturación de temas de dureza que hace que al final se nos endurezca el corazón» es la que la llevó a sentarse con el ordenador para escribir. «Decidí que había llegado el momento de una novela porque es muy efectiva para remover la conciencia y abordar la trata desde el apartado muy preciso», explica.

Y ese espacio era «el último peldaño de la trata de las mujeres, las nigerianas, que tienen el peor sitio porque en España hay racismo». Eso le da pie a enumerar lo que sucede con ellas: «Las pegan, las matan, las dejan embarazadas, les quitan los hijos, y cuando llegan, y piensan que tendrán un rayo de luz, están esclavizadas«.

En ese retrato del «círculo vicioso de la trata» recuerda que desde el origen es habitual contar «con la complicidad de familiares o cercanos para que contraigan una deuda a través de los gastos que generen». Estas se convierten en «cadenas invisibles con captadores a sueldo de los proxenetas que sepan donde están sus familias y todo esté en riesgo en tanto no se atengan y hagan ese trabajo». Y hace una pausa para remarcar esta última palabra, «me da vergüenza llamarlo así».

Tan lejos

Centrada en este tema, al que incluso ha dedicado un cortometraje basado en el inicio de la novela, está habituada a que cuando da charlas le pregunten ¿cómo no denuncian? «Son gente sin papeles. No tienen absolutamente nada y su familia está en peligro», les suele responder. Un problema en el que además, cuando esta llamada a las autoridades se produce, «los proxenetas están como mucho dos o tres años en la cárcel y tirando por lo alto, con lo que el riesgo es enorme».

El círculo vicioso que antes nombraba recorre un camino desolador. «Una vez salen no tienen formación y ya no tienen dinero para enviar a su familia«. A eso, añade que «tampoco piensan en volver porque tienen que aceptar lo que han hecho delante de sus familias».

En esa situación, «muchas acaban no solo en la prostitución, en el caso de otras, como las nigerianas acaban siendo las mamis: las que reciben a las víctimas de tratas, que lo han sido previamente. Es muy difícil arreglar el mal. Y no se puede erradicar, como los asesinatos, el engaño o la traición. Lo que hay que hacer es ponerlo difícil a los malos y a los puteros».

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