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«Ahora ser de izquierdas es una creencia, una identidad. No tiene nada que ver con la justicia social, con el laicismo o con las ideas racionales y científicas»

La cultura de la cancelación

Sé que probablemente muchos de mis lectores no sabrán lo que es Estirando el chicle. Es uno de las diez podcast más vistos de España, pero esto no significa necesariamente que usted lo conozca, puesto que su target son mujeres menores de treinta y cinco años, y quizá sea usted un hombre de cincuenta. El podcast lo llevan dos chicas que se llaman Carolina y Victoria y que a veces invitan a otras cómicas a participar.

Hasta ahí,  todo bien.

Todo iba bien. Hasta el momento en que invitaron a Patricia Sornosa, una cómica con casi diez años de exitosa carrera a sus espaldas y muchos premios en su haber. Patricia Sornosa ha sido claramente crítica con la ley trans y con la teoría queer. Teoría  según la cual el sexo no es biológico y por lo tanto cada persona puede auto identificarse como hombre o mujer a su conveniencia.

Lo siguiente fue que tanto Carolina como Victoria empezaron a recibir todo tipo de insultos y amenazas en redes  y que las marcas que patrocinaban el podcast empezaron a recibir asimismo miles de mensajes – literalmente, decenas de miles- exigiendo la cancelación inmediata de su esponsorización al programa.

Lo siguiente de lo siguiente  es que Victoria pidió perdón en redes.

Lo siguiente de lo siguiente de lo siguiente: Carolina pidió perdón y dijo que sentía mucho haber fallado a «su colectivo». No sé cuál es su colectivo, la verdad. Supongo que se refiere a la famosa secta abecedario cuyo comportamiento describo aquí.

Entonces Henar Álvarez, otra cómica, hizo un comunicado diciendo que «no había que cancelar a estas chicas solo porque hubieran cometido un error».

Y Elle España, una revista femenina, insiste en que las cómicas ·han cometido un «error» y añade que Patricia Sornosa es una tránsfoba (tránsfoba es la etiqueta que nos cuelgan a cualquiera que defendamos la asunción científica de que el sexo es binario, como explico aquí).

¿Es un error hablar con una persona que cree que el sexo es binario? ¿Es un error hablar con una persona que defiende la ciencia y que no cree en algo todavía no demostrado por la ciencia? ¿ Es un error hablar con alguien que no defiende la existencia de un alma femenina o un alma masculina?

Quiero recordarles que yo trabajo en un programa que se llama Espejo Público al que han acudido personalidades como Santiago Abascal, Gabriel Rufián, Macarena Olona o Rita Maestre y que yo incluso me he sentado al lado de Rita Maestre, que no me cae precisamente bien. Y que nunca nadie nos ha exigido que cancelemos el programa porque hemos invitado a gente con cuyas ideas algunos no comulgan.

También quiero recordarles que existen programas  informáticos gracias a los cuales -y tras el módico desembolso de 100 euros- una sola persona  puede manejar 10.000 cuentas y por lo tanto enviar 10.00 mensajes insultantes a quien quiera. De esa manera, si cinco personas se organizan pueden crear una campaña en la que parece que una verdadera turba se ha unido exigiendo algo. Pero se trata de un espejismo de redes, no de una realidad. Sí, los espejismos de redes pueden hacerles creer que en el sentir popular está arraigada la idea de que si yo digo que soy un hombre, inmediatamente lo soy, y que si mañana Gabriel Rufián nos dice que es una mujer, se obrará el milagro y de repente será una mujer.

Pero yo vivo en un barrio que, si bien está gentrificado, todavía alberga a muchos residentes de clase obrera. Y yo les garantizo que cuando hablo con las dependientas del supermercado, los tipos que trabajan en la obra que está en frente de casa, el frutero, las barrenderas (en mi barrio son todas mujeres)… y les cuento que está a punto de salir a la luz una ley por la cual te puedes autoidentificar del sexo que quieras sin necesidad de haber pasado por una hormonación, operación o similar, inmediatamente me dicen que no se lo creen.

No, señores, las redes no representan la realidad. En España hay cuarenta y seis millones de personas y probablemente solo un millón de ellas tienen redes sociales. Existen cuatro millones de cuentas de Twitter en España, pero eso no quiero decir que cuatro millones de personas en España tengan cuenta en Twitter. Ya les he explicado que hay programas que permiten manejar diez mil cuentas a la vez.

Pues bien, 45 millones de personas en España no tienen cuenta en Twitter. Y es muy probable que esos 45 millones de personas  no tengan ni la menor idea de lo que es Estirando el chicle ni tampoco crean que una persona se convierta mágicamente en hombre o en mujer por el mero hecho de sentirlo o desearlo.

Pero bueno… volvamos al lío de lo que pasó con Estirando el chicle. Después de que Victoria y Carolina, al más puro estilo de las purgas estalinistas, pidieran perdón por haberse atrevido a hablar con una mujer feminista, después de que Henar Álvarez, también colaboradora del podcast, lanzara su comunicado de marras diciendo que Victoria y Carolina no merecían el bullying que estaban recibiendo porque «habían cometido un error»… ¿Qué fue lo siguiente? Pues que la que empezó a recibir mensajes de odio fue Henar. Pero esta vez no venían por parte de la secta abecedario, sino que venían más bien por lo que Gabriel Rufián ha llamado despectivamente el «facherío».

Es decir y para entendernos y, aplicando reglas de psicología social: desde el momento en que Victoria y Carolina renegaron de su postura; desde el momento en que no dijeron de forma clara que el programa era suyo y que ellas tenían derecho a invitar a quien les diera la gana que para algo en este país se respeta la libertad de expresión; desde el momento en que agacharon la cabeza como penitentes arrepentidas… no solo demostraron que eran débiles sino que también señalaron que tenían un punto vulnerable: el miedo que tenían a la presión social. Se vio claramente que tenían pánico a que el programa se cancelara y a que aquellas marcas dejaran de patrocinarlas, así que les enseñaron lo que había que hacer para acabar con ellas. Y hubo una turbamulta que entendió que estas chicas tenían un talón de Aquiles. Y fueron a morderlo.

Rufián , Echenique, Ana Milán… muchas personalidades consideraron muy horrible que Henar Álvarez recibiera mensajes de odio. Que está muy mal, no se lo niego yo. Pero es sorprendente que estas personas y muchas otras no dijeran una palabra cuando se llamó tránsfoba a Patricia Sornosa, cuando se alentó a acabar con ella, cuando se exigió que no se le contratara ni que se le diera voz en un medio de comunicación

Patricia Sornosa, por cierto, en ningún momento se ha retractado ni ha pedido perdón, porque ella es coherente con sus ideas. 

Así que toda esta gente -que tan progresista y tan de izquierdas parece ser o quiere que nos creamos que es- nos ha demostrado que tiene un doble rasero. Que para ellos hay mujeres de primera y de segunda.

 Si se pide la cancelación de una cómica, Patricia Sornosa, que en ningún momento ha cometido un delito y que simplemente ha expresado unas ideas que son coherentes con la ciencia, nadie se alza en armas ni publica nada en redes. Por supuesto, en ningún momento se le apoya y se considera estupendo y maravilloso que se arremeta contra ella y se la difame.

Ahora bien, si alguien insulta, amenaza y exige la cancelación de tus amigas, entonces sí, entonces pides empatía y comprensión y crees que el «facherío» es una horda y una turbamulta de gente sin criterio.

En realidad, la mentalidad cerrada, el pensamiento crítico y la baja empatía son síntomas de poca inteligencia, no de ser de derechas o de izquierdas. Solo las sectas y las personas con rasgos psicopáticos, narcisistas y maquiavélicos exigen que se le aísle a una persona porque no tiene ideas que coinciden con las suyas. Las personas mentalmente sanas son asertivas y están dispuestas a debatir con personas que tienen ideas diferentes. Y esto no tiene nada que ver con ser «facha» o con ser «progre».

Pero ¿qué es el facherío?

Vamos a analizarlo.

La izquierda tradicional creía en la lucha de clases. Pero Rufián cree en la en la lucha identitaria. Rufián cree que un hombre que se identifique como mujer pertenece al «colectivo más oprimido de la historia» y que, por lo tanto Marina Sáez, «catedrática» de derecho mercantil de la Universidad de Valladolid, una persona nacida hombre, no operada, y que cobra unos 65.000 euros mensuales brutos al año, está más oprimida que mi amigo Luis, que nació hombre y sigue siendo hombre, y que cobra 892 euros al mes.

La izquierda tradicional no creía en el nacionalismo. Sin embargo, Rufián es fervientemente nacionalista. La izquierda tradicional, digo, es internacionalista, de ahí que uno de sus himnos sea precisamente La Internacional y se crea en la Internacional Obrera. Marx creía que el fundamento económico de la nación es el desarrollo del intercambio sobre la base de la economía capitalista. Marx afirmaba que la nación, en el verdadero sentido de la palabra, es un producto directo de la sociedad capitalista. Marx aseguraba que la burguesía tiende a constituirse en estado nacional porque es la forma que mejor responde a sus intereses y que garantiza un mayor desarrollo del capitalismo. Pero Rufián, repito, es nacionalista.

La izquierda socialdemócrata defendía la libertad de expresión. Rufián la defiende…. siempre que sea la libertad de expresión de sus amigas.  Y no ha movido un dedo por defender la de Patricia Sornosa, que ha recibido amenazas mucho más graves que los que haya recibido Henar.

«¿No será que Rufián representa al facherío al que tanto critica?»

La izquierda tradicional es materialista, Rufián cree en los sentimientos. Cree en el alma, y cree que se puede «nacer en un cuerpo equivocado», aunque no existe evidencia científica, incuestionable e indiscutible, que sustente esta afirmación. Rufián niega la realidad material y cree que basta con sentirse hombre o mujer para serlo.

La izquierda tradicional era laica, pero sin embargo Gabriel Rufián es religioso: también se saca fotos súper feliz con mujeres que portan un hijab. El hijab no representa al islam, puesto que ningún cura del Corán exige que la mujer se ponga un velo. El hijab representa a la interpretación más clasista, machista y fundamentalista del islam. Y Rufián apoya esta facción.

La izquierda tradicional creía en la protección de los vulnerables. Rufián apoya sin ambages el anteproyecto de la ley trans, y por lo tanto defiende meter a violadores en cárceles de mujeres y a hombres en refugios para mujeres violadas.

La izquierda tradicional  no creía en las grandes corporaciones pero Rufián apoya a las grandes corporaciones farmacéuticas y  propugna  y promociona la experimentación de tratamientos experimentales e irreversibles en humanos, muy particular en menores. 

La izquierda tradicional creía en la redistribución de la riqueza. Gabriel Rufián cobra 126.582,68 euros al año y, que se sepa, no los redistribuye.

 En fin, que Rufián es nacionalista, apoya interpretaciones fundamentalistas de una religión patriarcal, cree que existe un alma, niega la libertad de expresión, apoya a corporaciones capitalistas, abandona a su suerte a poblaciones vulnerables y se sitúa en el estrato socioeconómica de la burguesía más acomodada…

¿No será que Rufián representa al facherío al que tanto critica?

Entonces ¿qué coño es la izquierda y qué coño es la derecha?

Dos de las obras más conocidas, celebradas y polémicas de Gustavo Bueno son El mito de la izquierda (2003) y El mito de la derecha (2008). En ambos ensayos, el filósofo prueba que los términos «izquierda» y «derecha» se usan de forma «vaga, confusa y oscura», por lo que ya no nos sirven para describir acertadamente a la realidad. Creo que el ejemplo de Gabriel Rufián nos lo ha dejado muy claro. De ninguna manera una persona como Gabriel Rufián podría ser considerada de izquierdas por una persona como yo, que tengo 55 años y que por lo tanto he sido educada en una idea de lo que es la izquierda completamente diferente.

Volvamos a Gustavo Bueno: «El formato unívoco del concepto de izquierda sigue vivo en nuestros días, incluso en su forma trascendental o ‘cósmica’. Aún hoy interpretan muchos la condición de pertenecer a la izquierda como si estuviese derivada de ciertos atributos trascendentales constitutivos de la propia personalidad. Muchos de quienes aún hoy en día se definen, con convicción cuasi mística, como ‘de izquierdas de toda la vida’ (incluyendo en esa vida a la tradición familiar), y muchos de quienes entienden su condición de ‘izquierdas’ como una concepción del mundo que colorea y penetra todos los aspectos y detalles de su vida (algo similar a lo que para otros significa la condición de ‘cristiano viejo’ o de ‘musulmán chiíta’) están utilizando el formato absoluto (…). El ‘ser de izquierdas’ se presenta entonces como un atributo capaz incluso de conferir un sentido a la vida; un atributo que permitiría situar a los hombres en el puesto real que les corresponde en el Mundo, y ello, aunque su vida transcurra en lujosos apartamentos o en la vida social de los círculos más aristocráticos».

Y añade Gustavo Bueno más tarde una frase visionaria:

«A medida que se vacíen más y más de contenido las diferencias positivas o empíricas entre los militantes de izquierda y los de derecha, se aducirá con mayor énfasis la condición de su pertenencia a una izquierda unívoca, absoluta y casi meta-política (por no decir metafísica). Esto tendrá lugar ya, por ejemplo, cuando los contenidos positivos tradicionalmente asignados a la derecha,  hayan sido asimilados también por la izquierda».

Por si no lo pillan, voy a explicar esto en lenguaje coloquial: ahora ser de izquierdas o ser de derechas viene a ser más o menos como ser del Real Madrid o del Barça. Es una creencia, una identidad, una forma de relacionarse. No tiene absolutamente nada que ver con la justicia social, con el laicismo o con las ideas racionales y científicas. Tiene que ver con convencer a una parte de la población de que tú estás en la parte buena de la historia, porque sí, porque te lo mereces y porque hoy es hoy; y de que los demás están en la mala. Tiene que ver con convencerles de que, si no te siguen a ti, oh profeta elegido, entonces se aliarán con la más profunda abyección moral. Y de que si no te hacen caso no les espera un infierno con calderas y señores con cuernos y rabo, no…  les espera algo mucho peor. Les espera el infierno en la tierra. Llamarán a tu trabajo para exigir que no trabajes (en mi caso enviaban mails a librerías para que retiraran mis libros, en el caso de Sornosa se ha exigido que no la inviten a ningún medio de comunicación), dejarán pintadas en la puerta de tu casa, temerás por tu integridad física… ¡Y todo esto en nombre de una superioridad moral!

¿Izquierda versus derecha o democracia versus totalitarismo?

Desde siempre el totalitarismo se ha asociado con la extrema derecha. Y se olvida la izquierda totalitaria, como si la izquierda no pudiera ceder al totalitarismo sin dejar de ser izquierda. Pero ya hemos visto que aquí izquierda o derecha significa lo que esté en la cabeza de cada cual. Y quizá por lo tanto no deberíamos plantear un debate entre la izquierda y la derecha sino entre la democracia y el totalitarismo.

Déjenme que les recomiende un libro y una serie.

El problema de los tres cuerpos es una novela de ciencia ficción del escritor chino Liu Cixin. En el principio de la novela se narran hechos reales. A principios de la década de los 50 del siglo pasado el Partido Comunista Chino proyectó un programa para aumentar la producción agrícola e industrial del país. Este programa se llamó El gran salto adelante e implicó la movilización de millones de personas del campo a las ciudades y viceversa. El proyecto fue un enorme fracaso y llevó a millones a una hambruna sin precedentes y a la muerte de más de 10 millones de personas. El gran salto adelante iba acompañado de La revolución cultural:  miles de intelectuales opositores o disidentes fueron asesinados o llevados a la muerte social (hoy se dice cancelados) o internados en campos de concentración. Reeducación, decían. No es casualidad que hoy día la ideología woke, que presuntamente es de izquierda, utilice la palabreja: edúcate, te dicen. El Gobierno chino creó las tristemente famosas «guardias rojas», grupos paramilitares de jóvenes que espiaban, denunciaban y castigaban toda disidencia. (¿No le suena a algo que estamos viviendo de nuevo?)  Y todo en favor del progreso, decían.

La primera escena de El problema de los tres cuerpos, en la que unas jóvenes guardias rojas, mujeres de entre 15 y 21 años, asesinan a golpes a un científico que se niega a abjurar de la ciencia, y a negar que la ciencia tiene razón, es aterradora, muy cruda, muy difícil de digerir. Sobre todo, porque sabes que el autor no se ha inventado la historia, que es real. Que la escena fue real.

Déjenme que les recomiende ahora una serie de televisión, Misa de medianoche, que pueden ver en Netflix. En esta serie un joven párroco llega a un pueblo aislado y arrasado por la depresión tanto económica como social. Este sacerdote va a sustituir al que antiguamente impartía misa en la comunidad. El clérigo trae una nueva esperanza a los fieles y, además, según parece, realiza un milagro: cura a una niña enferma. Solo la doctora y el ateo del pueblo creen que ‘el milagro’ en realidad puede ser una curación espontánea, con una explicación científica plausible. Bueno, el párroco ha traído al pueblo algo que él cree que va a ser la curación de los males de sus feligreses, pero sin saberlo ha metido el mal en el pueblo (no les cuento más para no hacer spoilers). El ama de llaves del párroco, Bev, se mete en un delirio fundamentalista religioso en el cual ella decide quién puede salvarse y quién no.  Todo aquel que no comparta sus creencias ha de ser quemado, literalmente. Bev es ese tipo de villana a la que amas odiar. Es el monstruo de la historia.

La serie puede ser una metáfora de muchas cosas, pero desde luego muestra a las claras lo que es el fundamentalismo religioso. Y el fundamentalismo queer también es fundamentalismo religioso.

Yo comulgaba con esa esa izquierda que hace más de un cuarto de siglo se levantó y dijo a los marxistas que había algo más que la lucha de clases, que también hay que luchar contra el sexismo, la homofobia y el racismo. Poco podía imaginar aquella niña de 25 años que yo fui que esa idea de ampliar la lucha iba a degenerar en todo lo que contrario: igual que el párroco de Misa de medianoche, llevamos el mal a nuestra comunidad creyendo que llevábamos el bien. Los que ahora se llaman a sí mismos izquierda, la izquierda auto identificada, han sacrificado la lucha contra las desigualdades en favor de la lucha «por la diversidad». Han metido un caballo de Troya en el feminismo, y ahora resulta que el feminismo no va de defender a las mujeres sino de borrarlas. Y también han metido un caballo de Troya en el antirracismo, abriéndole la puerta a interpretaciones fundamentalistas del islam, clasistas, machistas, contra las que no nos permiten luchar a riesgo de que nos caiga el sambenito de islamófobas.

 Esta nueva izquierda es la que la pensadora, ensayista, lesbiana y feminista militante Caroline Fourest califica de «generación ofendida».

La «generación ofendida»

La «generación ofendida» es una generación de niños mimados. En general, son ricos. O al menos sus papás lo son. Y ellos quieren serlo también.  Son unos oportunistas que saben bien los mecanismos de lo que se ha dado en llamar «la batalla cultural». Y se hacen las víctimas. Sobre todo, se hacen las víctimas.

«El estatus de víctima es un estatus transitorio que sirve para denunciar un crimen. Uno no puede ser víctima siempre. Pero la generación ofendida convierte el estatus de víctima en identidad de víctima»

La doctora Martha Stout nos dice en su libro The Sociopath Next Door: «¿Hay algún manierismo, algún tipo de comportamiento, algún uso del lenguaje, que pueda identificar a un sociópata? Sí, hay uno. Se hace la víctima. Siempre se hace la víctima».

Carolina Fourest nos explica que«gracias a la generación ofendida hemos pasado de la escucha y la compasión a las víctimas a la bonificación por víctima». Esto último es algo muy diferente a la escucha a la víctima. Porque el estatus de víctima es un estatus transitorio que sirve para denunciar un crimen. Uno no puede ser víctima siempre. La vida es demasiado larga para eso. Pero la generación ofendida convierte el estatus de víctima en identidad de víctima. La víctima nace víctima y siempre lo será. Y pasa así a fracturar las luchas sociales, bonificando aquel que puede reivindicarse como más víctima que los demás. De forma que cada cual va a luchar por estar más oprimido que el otro, y va a exigir a la mínima la cancelación y la muerte social de aquel al que le coloque la etiqueta de opresor.

En definitiva, esta izquierda está ocupada con delirios incomprensibles, disquisiciones absolutamente ridículas, mientras que la clase obrera a la que han abandonado se enfrenta a una inflación desbocada, unos precios de electricidad inasumibles y unas cifras de desempleo endémicas. Esta nueva izquierda se lía con estas campañas de cancelación y las usa muy oportunamente como cortinas de humo para olvidar que no tiene nada que ofrecer para luchar contra la pobreza y las desigualdades.

Antaño, la censura venía de la derecha conservadora y moralista. Hoy llega desde esta izquierda autosentida, moralista e identitaria, que desde su atalaya moral y sus perfiles de redes sociales se dedica a la noble causa social de lanzar anatemas, edictos o fatuas contra intelectuales, actrices, cantantes, cómicas, escritoras, obras de teatro o películas, podcast o programas de televisión. ¡Si al menos se alzara contra algo real! Pero no. Polemiza por nada. Grita, clama y se enfurece por memeces. 

Como dice Carolina Fourest, esta nueva izquierda, «en lugar de inspirar un nuevo imaginario, renovado y más diverso, censura. El resultado es visible: un campo intelectual y cultural en ruinas. Que beneficia a los nostálgicos de la dominación».

Y la metáfora final…

Quiero acabar este artículo con una historia que viví ayer por la mañana. Un okupa entra en un chalet de Villaviciosa y sale en la tele afirmando ufano que él ahora es el propietario del chalet. En el bar hay unos chicos viendo la noticia en la tele. El camarero se pone del lado del propietario: «Pobre hombre, menudo palo, qué horror». Los jóvenes woke peliteñidos le increpan. «La vivienda es un derecho y si el propietario tiene dos casas, debe ceder una». Entonces el okupa habla de que «si encuentra dónde vivir se irá con su perro». Los woke peliteñidos en ese momento dicen: «Pobre perro, que vida más dura debe llevar».

Pobre perro. 

No hago comentarios a la anécdota.  Les dejo a ustedes extraer la moraleja.

Disclaimer. La autora del artículo advierte de que vive con dos perras (animales, no humanas) y que siempre ha sido ferviente defensora del tratamiento ético a los animales.

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