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Carmen Martínez | El día a día de una envasadora de Almería puede ser de 2 horas o de más de 12, dependiendo del género y la demanda de ese momento. Desconocen a qué hora terminarán su jornada ni a qué hora entrarán al día siguiente, ni si ese día tendrá que comer o tomar bocadillo en el almacén o si las llamarán para trabajar en festivos sin que puedan atreverse a decir que no. En el almacén las horas pasan de pie, en el poco espacio de cada puesto de trabajo, seleccionando por categorías, envasando, cargando cajas. Mientras tanto, soportando el ruido de la maquinaria y los gritos de las encargadas para acelerar el ritmo de trabajo. Si van al aseo, deben fichar y no estar demasiado tiempo, todo está cronometrado. Muchas, no saben qué cobraran en el tiempo de trabajo entre campañas, si no han acumulado para el paro y porque no cobran ni disfrutan vacaciones. Otras, las que no son fijas-discontinuas tampoco saben si la campaña siguiente tendrán trabajo ya que evitarán hacerte fija y tendrán que empezar de nuevo en otra empresa.

Estas condiciones que acabamos de relatar se encuadrarían
mejor en un relato sobre la esclavitud del siglo XlX, que en pleno siglo XXI en
la que se hace llamar la Huerta de Europa. Premiada y agasajada por gobiernos y
empresas, calificada de puntera e innovadora, motor de la economía almeriense.

El sector hortícola de Almería funciona así desde hace
décadas, las sucesivas negociaciones del convenio solo han conseguido leves
mejoras y, en demasiadas ocasiones, las trabajadoras no se atreven a acogerse
al convenio o directamente no se aplica.
Hablamos de un convenio de mínimos
que haría sonrojarse al estatuto de los trabajadores. Las últimas
negociaciones, en 2016, aplacaron una huelga en ciernes y consiguieron que se
redujera de 50 a 48 horas la jornada semanal a partir de la cual se cobran
horas extras y que se garantizara un mínimo de 160 horas mensuales y un 60% de
contratos fijos.

Cuatro años después, ese convenio no solo sigue siendo insuficiente sino que se sigue incumpliendo rutinariamente dejando a más de 20.000 trabajadoras sin derechos laborales. Tras dos años de bloqueo de las negociaciones por parte de la patronal, y tras un 2020 donde las envasadoras arrimaron el hombro cómo las que más siendo trabajadoras esenciales, el sector ha dicho basta y ha convocado 4 días de huelga en vísperas de Navidad, fechas clave de ventas.

Pese a los intentos de la patronal por presionar a las
trabajadoras y ocultar en los medios de comunicación el seguimiento de la
huelga, las trabajadoras han estado en las puertas de los centros de trabajo
reivindicando su derecho a la conciliación familiar-laboral, a disfrutar y
cobrar vacaciones, a tener un sueldo mínimo y digno mensual, a la consolidación
de la subida del SMI y a la estabilidad de las plantillas.

Movilizar una huelga de cuatro días en Almería en el entorno
de la agricultura es de gran valentía teniendo en cuenta que toda crítica al
motor de la provincia es rápidamente silenciado y neutralizado. Un sector que
mueve miles de millones y que se sustenta en la explotación  de las envasadoras del manipulado, de los
trabajadores del campo y del propio campo y sus recursos en manos de
multinacionales, no está dispuesto a ceder sus privilegios ni por el respeto a
los mínimos derechos humanos.

Estos días se han vivido agresiones a las huelguistas,
presencia intimidatoria de la guardia civil, presiones para no secundar la
huelga, comunicados a prensa de la patronal desmintiendo el éxito de la
convocatoria mientras por otro lado intentaban contratar personal a escondidas.
Pero también se ha vivido también mucha unión y solidaridad entre trabajadoras
que han estado en los piquetes informativos desde las primeras horas de la
madrugada.

Carmen Martínez es militante de Anticapitalistas Almería y sindicalista de CGT.



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