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Los talibanes entran en Kabul en un vehículo americano. / AFP

Un presidente paranoico en Kabul y otro ansioso por terminar la guerra en Washington propiciaron la caída del Gobierno y el triunfo de los talibanes

Si Ashraf Ghani fuera como Volodímir Zelenski y los afganos hubieran luchado valientemente como los ucranianos, Kabul no hubiera caído tan rápido en manos de los talibanes. Eso es lo que suspiran los militares estadounidenses, traumatizados por el Vietnam de nuestro tiempo. Un informe del Inspector General para la Reconstrucción de Afganistán coincide con esa visión, pero reparte la culpa a todos los niveles, empezando por la Casa Blanca.

Ghani era un presidente paranoico obsesionado con que quienes le rodeaban conspiraban contra él, afirma el documento, pero el principio del fin había llegado año y medio antes de la caída de Afganistán, cuando el presidente Donald Trump, autor de ‘El arte del trato’, firmó un pésimo acuerdo con los talibanes tras ocho rondas de negociaciones secretas. En él se comprometía a retirar las 13.000 tropas estadounidenses antes del 1 de mayo de 2021. La OTAN le siguió el paso. Joe Biden sabía que era un mal acuerdo, pero lo subscribió. Solo retrasó la fecha hasta final de agosto, porque para cuando llegó al poder solo le quedaban 2.500 soldados en el país, en comparación a los 100.000 que llegó a ver mientras fue vicepresidente de Obama.

«Solo tenía una alternativa, enviar miles de tropas de vuelta a Afganistán a luchar una guerra que ya habíamos ganado en relación al motivo por el que fuimos allí (la captura de Osama Bin Laden tras los atentados del 11-S)», se justificó después.

Abandonados

En Afganistán el acuerdo de Washington se vio como lo que fue. Los vientos habían cambiado y los talibanes volverían al poder tan pronto como los americanos se fuesen. «Muchos ciudadanos vieron los Acuerdos de Doha como un acto de mala fe, pensando que EE UU entregaba el poder en sus prisas por salir del país», afirma el informe.

Dentro del palacio presidencial de Arg, Ghani respondió airado a la sugerencia de Biden de que negociara con los talibanes compartir el Gobierno. Estaba convencido de que Washington conspiraba contra él y buscaba sustituirle. De ahí que fuera relevando a todos los generales entrenados por EE UU y sustituyéndolos por la vieja guardia que consideraba más leal, contó a los investigadores el exgeneral Sami Sadat. «Ghani era un presidente paranoico asustado de sus propios paisanos», testificó. Su opinión coincidía con la que habían dado otros mandos militares al ‘The Washington Post’.

Como resultado, Kabul cayó en horas, en lugar del mes que había anticipado la inteligencia norteamericana. El estudio apunta a la retirada de las empresas subcontratadas por EE UU como el momento clave en el que el Ejército afgano de desmoronó. «Fue como quitarle los palos a la pila de Jenga (juego en el que se construye una torre de madera añadiendo palitos de la base) y esperar que se mantenga en pie», admite el informe. «Construimos ese Ejército para que se apoyase en los contratistas y cuando se los quitamos se acabó la partida».

Ajeno a esa realidad, el Gobierno de Ghani seguía haciendo planes para digitalizar la economía mientras los talibanes avanzaban. Horas antes de que tuviera que huir del país ni siquiera había hecho planes para la evacuación. Los testigos cuentan perplejos que el joven consejero de seguridad nacional, Hamdullah Mohib, sin experiencia militar, sostenía que solo se necesitaban seis meses para recuperar el terreno perdido.

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