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Hace veinte años, los Kinsella parecían la perfecta familia feliz: cinco hijos, un marido sabio y emprendedor… Un sueño, si no fuera porque ese padre ejemplar descubrió que ella, Rachel, le era infiel, y decidió vender la casa y llevarse a los cinco niños al extranjero, sin dar a su esposa ninguna opción. Ahora, veinte años después, tres de los hijos, los gemelos Joe y Michael y Ellen, se reúnen con ella en la casa materna, abrumado cada cual por sus propios problemas, insatisfacciones y traumas.
Autora de una veintena de novelas y ensayos, Jane Smiley (Los Ángeles, 1949) obtuvo en 1991 el premio Pulitzer por su novela Herederás la tierra (1991), aunque fueron La edad del desconsuelo (1987) y Un amor cualquiera (1989) las primeras que suscitaron el interés por una autora interesada en retratar «el amor familiar, sus placeres y sus riesgos» según destacó Michiko Kakutani en el New York Times. Tres décadas más tarde, encantadora y locuaz, la propia Smiley confirma a El Cultural que sí, que sigue interesada en retratar la felicidad y la familia, a pesar de saber que hoy el lector se identifica más con lo oscuro, lo trágico y siniestro.
Pregunta. Antes que nada, déjeme confesarle lo extraño que me resulta hacerle una entrevista sobre una novela escrita hace más de treinta años… ¿Cree que sigue siendo la misma mujer, la misma novelista que escribió Un amor cualquiera? ¿Cuáles han sido los mayores cambios que ha experimentado como autora?
Respuesta. Francamente, diría que soy más vieja, más sabia, más tranquila, y que estoy interesada en escribir novelas más variadas, en probar nuevas formas, en explorar caminos diferentes, y en escribir sobre lo que observo más que sobre lo que siento.
Aunque cuando escribió este libro atravesaba «uno de los peores momentos de mi vida, personal y profesionalmente», detrás de la historia de los Kinsella no se oculta, disfrazada, su propia historia, sino la de un amigo que tiempo atrás le contó algo que había ocurrido en su familia. Un drama «que me llamó la atención, así que decidí escribir sobre ello. Cuando redacté un primer borrador, se lo mostré a él y a su madre y les pedí permiso para continuar, y me autorizaron a escribirla».
P. ¿Con qué personaje se identifica más?
R. No estoy segura. En realidad, ni con Rachel, la madre, ni con Ellen, la hija. Probablemente con Michael, el hijo que está ansioso por marcharse de nuevo, tras pasar un tiempo en la India, y mantenerse alejado, lo más alejado posible. Creo que su motivación es tanto el rechazo de su vida anterior como el deseo de explorar.
La perfecta felicidad
P. Al final de la novela, podemos leer que Raquel ha hecho a sus hijos los dos regalos más crueles: la experiencia de la perfecta felicidad familiar y la certeza de que siempre termina. ¿Sigue pensando lo mismo o quizá, treinta años después de escribir el libro, es más escéptico?
R. Mis hijos y mis hijastros ya han crecido y tienen sus propias familias, así que sí, supongo que ahora soy más fatalista sobre lo que los padres les dan a sus hijos. Creo que es importante tratarlos bien, educarlos y ayudarlos cuando lo piden, pero también hay muchas cosas que no entiendes de tus hijos (o que te ocultan). Y está también la suerte, un elemento que no podemos olvidar.
P. ¿Le resulta muy difícil escribir sobre la felicidad?
R. No, pero resulta más difícil encontrar un público para los libros sobre la felicidad, porque la felicidad, y la comedia, son más idiosincrásicos y personales. Los seres humanos se identifican más fácilmente con la tragedia. Escribir sobre eventos tristes o trágicos ayuda a hacerlos lógicos y comprensibles. La comedia se trata más bien de aceptar y apreciar lo impredecible, y lo que puede parecer gracioso para un lector puede resultar plano o triste o desmañado para otro. Las comedias también tienen más dificultades para cruzar las fronteras nacionales y para que las entiendan y disfruten lectores de otras sensibilidades y culturas.
Confiesa Smiley que normalmente suele escribir sin trazar un plan concreto, interesada sobre todo «en ver qué va a pasar», pero que el caso de Un amor cualquiera fue diferente porque sí logró lo que se proponía al comenzar a escribirlo, quizá porque conocía bien la historia real en la que se basó. A fin de cuentas, asegura que uno de los principales aprendizajes realizados a lo largo de estas tres décadas de escritura ha sido precisamente descubrir «cómo construir una trama que sea a la vez lógica y convincente. Naturalmente, lo que hago es pensar en la psicología, en los personajes y en cómo se presentan. Siempre digo que esto es porque vengo de una familia de chismosos. En casa todo el mundo siempre tenía una opinión sobre por qué alguien había hecho algo, y las opiniones diferían a menudo. Escucharles hablar de los demás fue muy esclarecedor para descubrir otras miradas sobre una misma realidad. También me encantaba leer novelas, historia y libros de ciencia, así que entendía lo que ocurría en una historia, lo que significaba. Lo que todavía me esfuerzo por hacer es representar el escenario. Me encanta la variedad del mundo, y me cuesta mucho retratar eso, así como a otros autores».
P. ¿Cuál de sus novelas ha tenido más borradores?
R. La más difícil fue «Vida privada», porque los detalles del personaje masculino eran difíciles de entender para mí.
Secretos de escritura
P. Háblenos de sus hábitos de escritura. ¿Escribe todos los días? ¿Por la mañana o por la noche? ¿Tiene algún ritual de trabajo sin el cual le resulte casi imposible trabajar?
R. Escribo por la mañana. Lo primero que hago es leer lo que escribí el día anterior a mi marido, corregirlo si es necesario, e ir a leer algo relacionado con mi futura novela o ensayo durante unos quince minutos. Sólo entonces puedo comenzar mi trabajo del día, normalmente unas mil palabras. Siempre lo hago con, ejem, Coca-Cola Light, mi proveedor de cafeína, ya que no tomo café. ¿Internet? Para mí las redes no son una distracción, me resultan realmente muy útiles, porque allí encuentro mucha información sobre asuntos que necesito saber, incluso sobre fenómenos climáticos básicos y sobre acontecimientos históricos. Además, me encantan los mapas de Google, disfruto poniendo a Google en un aprieto y haciendo que mire a su alrededor.
P. ¿Qué está leyendo o releyendo ahora?
R. Me encanta la historia, así que estoy con Justinian’s Flea, Plague, Empire and the Birth of Europe , de William Rosen, un libro de historia sobre la plaga del siglo VI (y sobre muchas otras cosas, es una historia voluminosa). Como me gusta leer un libro de Anthony Trollope cada verano, este año he elegido The Claverings. En cuanto al que más me ha impresionado últimamente, creo que el más triste que he leído ha sido The Broken Heart of America de Walter Johnson, un ensayo desgarrador sobre el racismo en los Estados Unidos.
P. ¿Quiénes son los escritores que más han influido en usted y en su trabajo?
R. Son muchísimos. Leí mucho cuando era niña, pero sólo libros de series como Los Cinco o Los Hollister, y libros de caballos (Nancy Drew, libros de C.W. Anderson). Cuando tenía 12 y 13 años empecé a leer libros más complejos para la escuela. El primero que realmente me encantó fue David Copperfield. También llegué a amar a Jane Austen, a George Elliot, a Agatha Christie, las Sagas Islandesas, la literatura medieval, la no ficción. Todos ellos han influido en mi trabajo.
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