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Los granos de arena que forman las playas son fruto del proceso de la erosión durante millones de años. El mar acaricia esos cuerpos hasta hacerlos diminutos y se convierten en escenario de infinitas historias, desde besos robados al atardecer hasta la sangre vertida en una guerra. La memoria del periodista Joan Riera viaja hasta una playa muy concreta, la de Magaluf, hace varias décadas, siendo él todavía un niño, y recuerda cómo jugaba a buscar cicatrices en las pieles alemanas y británicas que visitaban la Isla. Marcas expuestas al sol mezcladas con el olor de la cerveza compartida por quienes pocos años antes se disparaban en arenales menos lúdicos. «La memoria estaba presente ahí», detalla Riera, «como lo está en cada generación. El problema llega cuando esta nos falla colectivamente». De esto trata La memòria esclava, su primera novela que publica el sello Balèria y con la que «profundiza» en el recuerdo compartido.
El día 10 de diciembre a las 19.30 horas en Can Balaguer será cuando Riera, junto a Lluís Maicas, Guillem Rosselló y el director de este diario, Miquel Serra, desvelen más sobre la trama de la novela, la cual es contada por un abogado «progre y revolucionario durante la Transición que acaba colaborando con los servicios secretos para destruir a un personaje público que es un referente de la Memoria Histórica».
Reminiscencias
Esta es la parte más estructural del libro, algo así como el tronco del cual brotan brazos que conforman un enorme árbol de muchas ramificaciones. A lo largo de las páginas van apareciendo «casos de corrupción que recordarán a algunos a los que hemos tenido aquí y al lector le irán sonando constantemente», pero desaconseja hacer la analogía de buscar nombres reales para los ficticios, aunque sea tentador por las reminiscencias que puedan dar. «Todo es ficción», indica y advierte que «no me interesan el cómo, el cuándo ni el dónde, sino el por qué». Todo ello se articula para «dar una visión del poder desde una óptica actual y novelada», con intrigas, intereses de conflictos e hilos manipulados detrás de los focos.
«El poder es como un teatro en el que ves lo que está delante, pero no todo lo que está detrás». De ahí las maquinaciones que impulsan una historia en la que personajes y lectores revisitan constantemente un tiempo pretérito que, sin ser necesariamente mejor, pudo haberlo sido. De este modo, Riera repasa la Transición, las mayorías absolutas socialistas, la pervivencia del franquismo en la democracia, las renuncias y las concesiones de unos y otros, y un gran calado más de circunstancias y situaciones que fueron herederas de su época y de las que ahora somos herederos nosotros. «En aquel momento se salvó la situación, pero los traumas siguieron y hasta hoy», lamenta el autor.
Traumas
La prueba de que arrastramos estos traumas como sociedad está a nuestro alrededor, «solo basta con encender la televisión», india Riera para quien la única solución pasa por «profundizar». Eso es «lo que he intentado hacer y lo he hecho a través de mi memoria», lo cual explica que haya hechos que puedan «sonar al lector» ya que «todo escritor se basa en lo que conoce» y sus años en el periodismo de investigación nutren una imaginación y creatividad fusionada con realidad.
Experiencias que son solo suyas porque «el pasado es memoria y nada nos pertenece tanto como ella». Y más todavía, «todos somos esclavos de nuestra memoria, pero esta no es la verdad, sino una manera de sentirla». He ahí el ancla que hay que saber gestionar, un amarre que puede dar estabilidad a nuestras acciones, pero, al mismo tiempo, imposibilitarlas inútilmente sin permitirnos avanzar.
En esa dicotomía se mueven los protagonistas del engranaje que dibuja La memòria esclava, el pasado nostálgico o el futuro prometedor. Pero no deja de ser un espejo de nosotros mismos, de España y Mallorca, que no puede –ni debe– olvidar, pero sí convivir con la historia: «Gracias a la memoria, las decisiones que se toman son más prudentes» por saber lo que ya ha ocurrido. «La locura es el olvido del pasado, la memoria supone la lucidez».
Las fichas que Riera mueve en su tablero elaboran una reflexión sobre cómo «todos somos condicionados por el pasado individual o colectivamente». Aunque con la salvedad de que «un trauma individual no superado puede llegar a olvidarse, pero el colectivo nos perseguirá durante siglos. Se supera o pervive», infiere Riera.
Cicatrices
No se trata, pues, de enterrar lo acaecido, lo traumático, ni de ocultar la herida que no sanó y no ha dejado de supurar desde su dolorosa e inolvidable incisión punzante. Se trata, más bien, de ser capaces de mostrar las cicatrices que toda sociedad y todo individuo tiene a pleno sol mientras manos y pies son acariciados por la indiferente arena de una playa, con el olor dulzón de la cerveza impregando una imagen placentera por y para el recuerdo.
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