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Llueve y nuestra voz no apaga y el sol nos empapa a mi este destello dice:
No puedo pensar ni mi vida sé ya ahora que siento bajo mis rajados párpados
mis ojos sobre ti y
mis palabras aletean fuera de mi incompresibles.
Dime ¿nos oyes llorar?
¿nos oyes como un cauce que agoniza el silencio?
Acabó conmigo me rajó los pulmones me quitó el brazo me arrancó la mejilla de mordiscos que me miró sobre al agua quieto sobre me amó con la piedra me cantó el acero del sol quemando mi me pidió perdón al hendirse sobre mi cuerpo creyendo que ya estaba muerto y ahora que lo estamos te cantamos como cuando el aire se fue de mí y no podía recordarte a través de mi sangre.
El cielo no es blanco
Ni duele
Nam Ari
Y no importan estas metáforas rotas que se amontonan al decir tu nombre Nam Ari ¿Nos oyes llorar? Son nuestros pasos tras sus huellas, caminamos entre los edificios, sí, y…
Son flores de hierro
los lagrimales tuyos bajo el
cencio
las tumbas sueñan
el alquitrán en mis mejillas
¿sientes, como yo, mis parpados como una luz ciega que no ves?
Tampoco yo siento la tarde
y no comprendo los reflejos del sol en las ventanas como poemas muertos que nos miran y que dicen las llagas que iluminan mis palabras
no perecee el aire
no se apaga la tierra
no te toco ni te palpo
no me congelan los cauces de luz
no me entierran estas imágenes
ni sus tallos me abandonan
mi ojo apenas te refleja entre los quebrados vidrios que atardecen
Nam Ari
no tengo palabras y es porque, sí, siento el último canto que mi vena apagó como el ave que oye el estertor de la luz y siento las voces que no te olvidan nunca nevar en mis heridas, mi iris atardece, mis huesos gimen el frío, fue tan lejano tu nombre te cantamos ahora apenas que se entreabre el cencio desvencijadas mis palabras y melodías son en ti pétalos del hambre.
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