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“¿ Qué hago de mi vida? Trabajar. Lunes y jueves, gimnasia. Martes y viernes, tenis. Vivo siempre en movimiento. Siempre libre”. Esto nos decía la protagonista de una publicidad de toallitas de 1982. Luego se ponía un vestido blanco, se miraba al espejo y se iba, como si nada. Y ante nosotras, una imagen con la que todas seguramente crecimos: viendo cómo la toallita absorbía un extraño líquido azul. Llegamos al 2000 y, durante esos años, las publicidades mostraban a unas alumnas diciéndose algo en secreto. Una le pasaba a la otra un buzo para que se tapara y una toallita. “Vos sabés en quién confiar”, decía el mensaje. Las amigas parecían cómplices de una pillería.

Pasaron más de 10 años y en 2016, el mensaje cambió y una voz en off nos decía: “Animate. Animate a aprovechar las oportunidades de la vida”. Una chica hacía trekking con las amigas. “Bailá”. La chica bailaba hip-hop. “Movete”. La misma chica corría un maratón, entrenaba al aire libre, planeaba viajes con el novio, andaba en bici. “Saltá”. Y saltaba con un skate. “Porque la vida te está llamando. Hacé tu movida”.

Y así llegamos hasta hoy, cuando una de las últimas publicidades (de 2021) nos muestra a una chica con el pelo teñido y un piercing. “Hay un tema sobre el que sabemos mucho pero hablamos poco. Mens-trua-ción. Como si tuviéramos algo que esconder. ¿Indispuesta? A una sola cosa no estamos dispuestas”. La chica agarra una pelota de fútbol. “A no poder vivir la menstruación libremente, sin vergüenza. Estoy menstruando, voy a menstruar, yo menstrúo. Sentite cómoda con tu menstruación”. Seguro vos misma viste o escuchaste estos mensajes en la televisión, en los medios gráficos y hasta en la forma en la que nosotras mismas hablamos del tema. Pero el paradigma está cambiando. ¿Cómo vivimos hoy este tema? ¿Qué tabúes ya derribamos y cuáles nos quedan por delante?

La mayor parte de quienes hacemos y leemos OHLALÁ! nacimos entre los 80 y 90: menstruar era una palabra que, por lo general, no decíamos. Buscábamos eufemismos para referirnos a nuestro sangrado. “Me vino”, “estoy indispuesta”, “vino Andrés, el que viene una vez por mes”. Muchas recibimos una charla en la escuela en la que nos explicaron con láminas ilustradas de úteros fríos, inertes, inmóviles y rígidos la anatomía de los cuerpos, mencionada solo como aparato reproductor y la menstruación como un asunto de higiene personal, más que como un evento relacionado con la salud sexual, emocional e integral. Era un tema que solo conversábamos con amigas muy cercanas, para chequear si lo que nos pasaba era normal. Nuestras madres tenían poca información para proporcionarnos. Cuando nos “desarrollábamos” (otro eufemismo para referirse a la menarca), nos compraban unas toallitas, un corpiño triangulito y a otra cosa. Nadie nos decía que la menstruación es una fase del ciclo de toda mujer en edad fértil, una parte vital que cumple muchas más funciones que avisarnos si estamos gestando o no.

El discurso publicitario no ayudaba demasiado. Todo lo contrario, más bien restaba. Porque insistía en mostrarnos chicas espléndidas, sin hinchazón, ni granos, ni malhumor, que se ponían un pantalón blanco al cuerpo y salían con su novio, con sus amigas, a “romperla” y hacer su vida porque su toallita las mantenía a salvo de papelones y ese ibuprofeno les quitaba los cólicos. Cuando el discurso feminista empezó a propagarse, algo cambió y empezamos a ver publicidades dirigidas a nosotras que nos mostraban menos presas de gustar, pero aun así haciendo esfuerzos físicos y anímicos mucha veces impensables para esos días. Ni hablar de ese discurso social que sindicaba a la mujer menstruante como una “ovárica” infumable.

Aunque la sangre sigue sin salir en los comerciales, el cambio es notable. Feminismo mediante –y su impacto en la visibilidad de nuestros cuerpos– y gracias a los nuevos métodos de gestión menstrual –como las toallas de tela, la copa menstrual, el free bleeding–, empezamos a ponernos en contacto con eso que pasaba allá abajo, que no queríamos ver, mucho menos oler, mucho menos nombrar.

Si en la serie icónica de los 2000 –Sex and the City– las alusiones eran elípticas (la menopausia de Samantha, los tampones que Carrie les prestaba en el baño), en la secuela And Just Like That vemos a Charlotte manchar su mono blanco y cómo ayuda a su hija Lily a colocarse su primer tampón. En The Bold Type –una suerte de SATC veinteañera– el tema aparece ya en la primera temporada. Incluso, cuando Kat dice varias veces seguidas la palabra “menstruación”, su amiga Sutton –más recatada– le pide que la deje de repetir.

La escritora Rupi Kaur publicó una foto en la que se veía su ropa manchada de sangre menstrual que se hizo súper viral. “Nunca imaginé que la imagen tendría la atención que tuvo –dijo ella–. La sangre menstrual se observa, tradicionalmente, de forma negativa. A mí se me ha enseñado que estoy enferma, cuando la realidad es que no lo estoy, estoy experimentando el proceso más natural del mundo”.

En Argentina, la ginecóloga Melisa Pereyra (que también fue nuestra chica de tapa) irrumpió con su cuenta @gineconline, donde muestra su copa menstrual llena de sangre o su bombacha manchada, pero luego se empieza a entender: esa sangre es un endometrio que se preparó durante semanas para alojar un embrión.

El ciclo menstrual ha pasado de ser simplemente “un sangrado que aparece una vez al mes” o “una confirmación de que no estamos embarazadas” a ser realmente un proceso que habilita una forma más de autoconocimiento.

Hablemos de menstruación: empezamos a darle otro lugar, ¿qué cambió?
Hablemos de menstruación: empezamos a darle otro lugar, ¿qué cambió?DENISE GIOVANELI

Ahora que empezamos a hablar socialmente del ciclo menstrual, también pudimos rebelarnos ante el dolor menstrual, pudimos ponerle nombre a la inflamación constante, pudimos permitirnos dudar si las pastillas anticonceptivas eran la única opción que teníamos ante la irregularidad (por cierto, no), pudimos comprender y sentirnos comprendidas por el sufrimiento innecesario, y pudimos también darnos cuenta de las asociaciones existentes entre este y nuestro estilo de vida.

Pero, además, que la menstruación se conozca, se reconozca, se nombre, se visibilice, es importante para terminar con ese paradigma que nos necesita lineales y productivas todos los días del mes, cuando es una realidad que, durante nuestro período, estamos con la energía más baja, inflamadas, más introspectivas y, muchas veces, doloridas. ¿Cómo vamos nosotras a habilitarnos el descanso necesario si la sociedad no lo hace? Una sociedad que incluya la menstruación como cualquier otro proceso fisiológico –comer, beber, respirar, dormir, orinar, defecar– va a posibilitar que nosotras seamos más amorosas y compasivas con nuestra propia ciclicidad. Poder decirle a nuestro jefe o jefa que necesitamos menos carga, reposo o, incluso, el día libre; poder pedirle a nuestra pareja que se ocupe de las compras o de los chicos; poder comernos un pote de helado sin culpa; ser menos hacendosas por uno o dos días son cosas que aún necesitan hacerse más espacio en lo cultural y social.

Los registros acerca de la carga económica que implica menstruar en Argentina son casi nulos. Según los datos de @amred.argentina, durante 2021 una persona gastó entre $3200 y $4100 por año en su menstruación.

Menstruar no es algo que está por fuera de la realidad de las mujeres y aún hoy sigue siendo un factor de desigualdad social y económica. A pesar de ser productos de primera necesidad, se siguen pagando impuestos sobre los productos de gestión menstrual. Además, cientos de mujeres y disidencias que están en situación de calle, privadas de su libertad, y las niñas, adolescentes y adultas más pobres no suelen tener un acceso gratuito a los productos de gestión menstrual, ya sean descartables o reutilizables.

El ciclo menstrual es realmente un reflejo de nuestro estado de salud. Hacerlo de forma irregular, hacerlo más de una vez al mes o con sangrado demasiado abundante, dejar de hacerlo por meses, hacerlo con dolor o con náuseas son características que no son inamovibles ni estáticas.

No es lo que “nos tocó” por ser personas menstruantes. Es un área donde, a diferencia de lo que nos han dicho siempre, sí podemos intervenir. Y al hacerlo, ganamos. Cuando empezamos a entender que menstruar es salud, que la sangre nos brinda información sobre nuestro sistema glandular y sobre el funcionamiento de distintos órganos de nuestro cuerpo, dejamos de ver la sangre desde el tabú y la suciedad. Es decir, menstruar no solo es natural: ¡es clave! Y, como toda inflamación, debe ser resuelta por nuestro organismo. Por supuesto, no hay una regla exacta ni igual para todas las personas, pero sí está bueno tener en cuenta algunas claves:

Dormir al menos siete horas y en horarios adecuados.

Controlar el consumo desmedido de fármacos.

Preferir cosmética natural (para evitar químicos que interfieren con nuestras hormonas).

Meditar al menos diez minutos al día.

Disminuir el consumo de alcohol, tabaco y alimentos ultraprocesados (aditivos y agrotóxicos).

Reforzar la alimentación sumando condimentos antiinflamatorios e infusiones tales como cúrcuma, pimienta, jengibre y canela.

Disminuir (o incluso evitar) el azúcar y el exceso de carbohidratos (panes, pastas, pizzas, galletitas).

Aumentar el consumo de verduras de muchos colores, frutas preferentemente enteras y alimentos con grasas saludables como palta, frutos secos y huevo.

En su libro Cosa de mujeres, Eugenia Tarzibachi dice que la primera menstruación no es considerada de la misma manera que las poluciones nocturnas de los varones, que suelen relacionarse con el placer sexual y el reconocimiento corporal. Necesitamos volver a imprimir una valoración positiva sobre la menstruación. Que sea un contenido que se aborde desde la ESI con una perspectiva mucho más integral, considerando el ciclo menstrual como vivencia que se construye en lo personal y subjetivo a la vez que en lo colectivo. Y claro, para que el nuevo paradigma se imponga, necesitamos incluir la menstruación en la agenda pública. Entender que la menstruación toca distintas aristas como la educación, la salud, la economía y el medioambiente. Tener un registro de nuestros ciclos y poner en la menstruación una impronta positiva, de salud y placer, no solo nos ayuda a reconocer y entender nuestro cuerpo, sino que también nos da la posibilidad de decidir y elegir la mejor forma de gestionar nuestra fertilidad. Estamos logrando interpelar a toda la sociedad con nuestra menstruación. Es más que empatía o sororidad: estamos visibilizándola –en los vínculos, en el sexo, en procesos terapéuticos– como algo natural que ya no tiene por qué avergonzarnos.

10 cosas a tener en cuenta

Por Marina Pazos, médica especialista en ginecología y obstetricia, Hospital Materno Infantil Ramón Sardá; en IG: @estrogenasalud

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