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Espartaco es Kirk Douglas enchepado, con el torso descubierto y empuñando una espada en la arena de los gladiadores; o esa escena final en la que los esclavos, derrotados por las legiones de Marco Licinio Craso, entregan su propia vida para preservar el aura de su líder. Pero como cualquier superproducción de Hollywood, la magistral película de Stanley Kubrick ofrece una versión edulcorada de la historia, de una rebelión real. Porque, ¿cuáles fueron las verdaderas hazañas de este hombres que entre 73-71 a.C. hizo tambalear los cimientos de la poderosa Roma?

De origen tracio, una región al sureste de Europa, nada se conoce de la infancia de Espartaco ni de cómo se convirtió en un esclavo. Tres son los historiadores romanos —todos escriben un siglo después de los hechos— que refieren la vida del gladiador, dibujado como un paladín de la libertad por el cine y la novela de Howard Fast en la que se basa la cinta —también por Karl Marx, que en una famosa misiva a su camarada Engels le tilda de prototipo del proletario revolucionario—.

Apiano dice que Espartaco fue un tracio «que una vez había luchado contra los romanos y, después de haber sido capturado y vendido, se había convertido en un gladiador». Según Floro, se trataba de un mercenario enrolado en las legiones romanas a quien habían hecho prisionero por deserción y robo antes de ser escogido como gladiador «gracias a su fuerza física». Una versión similar la ofrece Plutarco, quien añade que Espartaco fue apresado con su mujer después de desertar.




Adiós a Kirk Douglas, leyenda de Hollywood

La historia de Espartaco, un hombre alto y extremadamente robusto según las descripciones de los historiadores antiguos, arranca en el año 73 a.C. en la escuela de gladiadores de Capua, al sur de Roma, dirigida por Léntulo Batiato. El objetivo de los rebeldes era escapar de esa suerte de prisión donde les entrenaban duramente para combatir en los juegos. Cuando estalló la revuelta, unos 70 gladiadores saquearon la cocina para armarse con cuchillos y otros elementos puntiagudos, asesinaron a sus instructores y luego marcharon hacia las faldas del monte Vesubio.

Roma, durante la República de Sila, vivía una época convulsa con la mayoría de sus legiones inmersas en campañas militares lejos de Italia, como las guerras sertorianas en Hispania o en El Ponto contra Mitrídates el Grande. Para el Senado, la rebelión de los esclavos no era más que una leve molestia y por ello envió a un contingente de soldados poco entrenados al mando del general Claudio Glabro. Cómo iba a saber una turba de rebeldes y gladiadores lo más mínimo de estrategia militar, debieron pensar.

Pero las tropas romanas fueron derrotadas con estrépito; también las legiones de Publio Varinio a las que el Senado recurrió como segunda respuesta. Mientras tanto, el ejército de Espartaco, en su camino hacia el norte en búsqueda de la libertad fuera de Italia, se fue haciendo cada vez más numeroso: hasta 70.000 esclavos llegaría a comandar según las fuentes clásicas. De repente, en el año 72 a. C., el engorro de los esclavos se había convertido en una de las grandes preocupaciones y amenazas para Roma. 

La aparición de Craso

«Los triunfos previos de Espartaco contra comandantes romanos se habían debido, en gran parte, al terror que inspiraban sus tropas a los soldados romanos«, explica el historiador Edward J. Wats en su obra República mortal (Galaxia Gutenberg). «Sus seguidores no tenían nada que perder —iban a morir luchando contra los romanos o, si se rendían, ejecutados por ellos—, por lo que combatían con una ferocidad que los primeros reclutas romanos enviados a hacerles frente no podían igualar».

Escena de la batalla final de la película 'Espartaco'.


Escena de la batalla final de la película ‘Espartaco’.

La bárbara entrega de los gladiadores la comprendió muy bien Craso, un militar de una familia de la élite romana al que se le encomendó la tarea de sofocar de una vez por todas la revuelta. Después de contemplar cómo dos legiones bajo el mando de uno de sus ayudantes se desintegraron, dejaron las armas y huyeron, decidió recuperar la salvaje pena de la decimatio: tomó a quinientos supervivientes, los dividió en cincuenta grupos de diez hombres cada uno y ejecutó al azar a un soldado de cada grupo. «Los reclutas comprendieron que se enfrentaban a una batalla difícil si se quedaban a luchar, pero a un castigo brutal si huían», añade Wats.

En vez de abandonar Italia por el norte, Espartaco dio un giro total a su táctica: se dirigió al sur y buscó una alianza con los piratas cilíceos para que los transportasen por mar a Sicilia, pero el acuerdo nunca llegaría a culminarse. Cercados por las ocho legiones de Craso —unos 40.000 hombres— los rebeldes quedaron entonces encerrados en la punta de la bota italiana. Según Apiano, el líder sublevado decidió lanzar pequeñas operaciones de hostigamiento contra el cerco romano e incluso «crucificó a un prisionero en tierra de nadie para demostrar a sus propias tropas el destino que les esperaba si eran derrotados».

La batalla final

El giro definitivo en la guerra de los esclavos se registraría en la primavera del 71 a.C. Las legiones de Pompeyo, que regresaban victoriosas de Hispania y fueron reclamadas nuevamente por el Senado, forzaron a Craso a buscar a una batalla definitiva con Espartaco para no tener que compartir el crédito de la victoria con otro general. El plan le salió a medias: derrotó a los rebeldes y obtuvo el crédito público por «vencer a los esclavos en combate abierto», pero fue su rival el encargado de capturar y matar a los fugitivos que se le escaparon. Eso le permitió a Pompeyo reivindicarse como el responsable del desenlace de la contienda.

Escultura de Espartaco en el Museo del Louvre.


Escultura de Espartaco en el Museo del Louvre.

Como relata Apiano, «Espartaco resultó herido en un muslo por una lanza y, doblando la rodilla en tierra y cubriéndose con el escudo, se defendió de sus atacantes hasta que él y una gran masa de partidarios suyos fueron cercados y perecieron». El cuerpo del gladiador nunca fue hallado y los 6.000 supervivientes fueron crucificados a lo largo de la Vía Apia que va de Roma a Capua para advertir de las consecuencias de rebelarse contra Roma.

Una historia y un final bastante diferentes a lo que proyecta la película de Stanley Kubrick y Kirk Douglas: ni hubo gritos de «¡Yo soy Espartaco!» ni el líder de los esclavos agonizó en la cruz. De hecho, los expertos contrastan esa posterior caracterización del gladiador como un héroe que lucha por la libertada con las fuentes romanas que le describen como un peligroso criminal.

«No hay señales de que Espartaco estuviese motivado por concepciones ideológicas para derrocar la estructura social», resumen el clasicista Erich Gruen. «Las fuentes dejan claro que se esforzó para liberar a sus tropas en lugar de reformar o revertir la sociedad romana. Los éxitos de Espartaco no son menos formidable por ello. El coraje, la tenacidad y la habilidad del gladiador tracio que mantuvo a raya a las fuerzas romanas durante dos años y convirtió a un puñado de seguidores en un conglomerado de 120.000 hombres solo puede inspirar admiración».

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