[ad_1]

Los seis millones de años que nos separan de un chimpancé son una eternidad en comparación con nuestra vida fugaz. Seis millones de años son 3.000 veces la historia de Occidente desde los griegos hasta aquí, 600 veces el lapso transcurrido desde los orígenes del neolítico y 30 veces desde el origen de nuestra especie, el Homo sapiens. Pero la duración de una vida humana es una pésima regla para manejarse en las escalas temporales de la evolución, casi como intentar medir una montaña con la cinta métrica de costurero.

En las escalas evolutivas, los seis millones de años que nos separan de un chimpancé no son más que un pestañeo geológico: una centésima del tiempo transcurrido desde el origen de los animales en los albores del cámbrico, y apenas dos milésimas desde el origen de la vida en la Tierra. En la jerga biológica, la evolución humana desde el chimpancé es un suceso rápido, relativamente brusco, con un tiempo muy escaso para escalar hasta las supuestas cimas mentales a las que ha accedido nuestra especie, todos esos talentos que nos hacen únicos en la Creación.

El poco tiempo disponible para nuestra evolución –junto a nuestra estrechísima proximidad genética a los chimpancés— indican con elocuencia que todas esas capacidades exclusivamente humanas que hemos imaginado no son más que un error de perspectiva, como el que comete el ratón que se cree muy distinto de una rata. Para un evolucionista, es evidente que nuestras diferencias con los chimpancés –bipedismo, lenguaje, volumen cerebral triplicado— deben ser meros incrementos de unas habilidades que ya estaban presentes en nuestro ancestro común.

De ahí la fuerza expresiva de la conga que bailaban Holly y Bakhari, dos hembras chimpancés del zoo de San Luis, como puedes leer (y ver) en Materia. El análisis computacional de sus movimientos, e incluso su mera contemplación, plantean con fuerza la hipótesis de que la danza, y por tanto la percepción del ritmo musical, pudieron existir ya hace seis millones de años, la fecha mágica en que las dos especies emprendimos nuestros caminos separados. Junto con otros datos, la observación parece asociar el baile al bipedismo, una idea que encantaría a Steven Mithen, autor de The singing neanderthals, un libro donde propuso que la música apareció con el bipedismo y que ha evolucionado con los movimientos del cuerpo. Viendo bailar a Holly y Bakhari, “las Chimp Sisters”, es difícil sustraerse al encanto de esa teoría.

* LA CIENCIA DE LA SEMANA es un espacio en el que Javier Sampedro analiza la actualidad científica. Suscríbete a la newsletter de Materia y lo recibirás cada sábado en tu correo, junto con una selección de nuestras mejores noticias de la semana.

[ad_2]

Source link