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La situación nacional e internacional que ahora prevalece se caracteriza de entrada por esa condición conjunta que se vino a hacer presente como si se tratara de un golpe de novedad sin precedentes. Al menos eso es lo que se nos manifiesta en un análisis inmediatista de los hechos, aunque desde luego habría que calar más a fondo para poder percibir el fenómeno en su completo ser. Hay que agradecerle a la pandemia del coronavirus el que esto se haya producido en la forma en que se ha dado, porque sin duda se necesitaba un golpe inesperado de timón para que se agrietaran a fondo las viejas certidumbres y se pusieran a la vista los escombros acumulados del comportamiento tradicional. Repitámoslo hasta el cansancio para que las reservas acostumbradas no puedan continuar en su labor de artificiosidad permanente.

De seguro, la situación actual es más difícil de sobrellevar para aquellos que se acostumbraron a estar en la cumbre universal, desbordados de recursos y creyéndose dueños de todos los mecanismos del progreso. Ahora, de golpe, se ha evidenciado que eso no es así. Como es natural, sigue habiendo poderosos y el flujo de riqueza no se ha detenido, pero ya nadie puede sentirse apoderado exclusivo de la realidad, y esto cambia las cosas de raíz. Alistémonos, entonces, en el día y día para autorreconocernos como partícipes identificables del hacer universal, sean cuales fueren las condiciones del respectivo momento. Esto es como haber subido a un plano superior, donde todos podemos vernos a los ojos. ¿Quién iba a decirlo hasta ayer por la noche?

En nuestro país, la situación está hoy especialmente complicada porque se juntan dos factores típicamente conflictivos, sobre todo cuando se trata de cambiar un esquema arraigado de malas prácticas y el método que se pone en vigencia busca hacerlo todo sin reconocer lo que no sea su propia voluntad. En otras palabras, el desafío es crucial, porque implica recomponer la forma de funcionar teniendo encima un nuevo agobio de distorsiones. Y es que en verdad nos está pasando factura la irresponsabilidad del pasado en alianza con la irresponsabilidad del presente, lo cual constituye el peor enlace que se podría imaginar. Y la pregunta clave es: ¿Cómo superar este cruce de adversidades?

Visto el fenómeno desde una perspectiva saludablemente analítica, lo que nos convendría es hacer una especie de alto en el camino para poder percibir con la debida claridad lo que se necesita para seguir de veras adelante. Pero dadas las condiciones que hoy imperan, hablar de «un alto en el camino» puede parecer inverosímil, porque todo induce a trabajar a prisa y cuanto antes en el despliegue de las iniciativas reformadoras, que aparecen como el gran reto inaplazable de la realidad en plan de avance, que por momentos se vuelve caótica y en otros pareciera avanzar a marcha forzada.

En el título de la presente Columna nos autocaracterizamos como «aprendices de todo», lo cual no va a variar por decisión espontánea: lo que se impone hacer ahora es mover todas las actuaciones, sean quienes fueren los que las realicen, conforme a una directriz de funcionalidad que responda al realismo que la lógica fundamental exige. Cuando ya estamos en el presente nivel, lo más imperioso es entender sin reservas de ninguna índole que el país en su conjunto es un ser vivo, que debe ser manejado con toda la racionalidad requerida.

Dentro de todas estas peculiaridades de la coyuntura se vuelve insoslayable que los criterios respetuosos y creativos se impongan. Desafortunadamente hay aún grandes resistencias a ello, que provienen sobre todo de los niveles más elevados del poder. Y es que contar con un poder comprensivo y evolutivo es en todas partes una especie de regalo de la Providencia que se da muy de vez en cuando. Volver eso normal y corriente es la misión trascendental que a todos nos toca.

Todas las fuerzas nacionales, así como los individuos que las conforman, deben comprometerse a fondo y de manera permanente con el proceso en el que por obra del devenir nuestro país se encuentra inmerso. Y dicho compromiso debe pasar de las palabras a los hechos para que tenga sentido histórico pleno. Ese es otro aporte de la dinámica que caracteriza al presente.

Hagamos alianza valedera con la historia, en vez de estar luchando de manera constante contra ella, como ha sido nuestra desafortunada y absurda tradición. Es hora de recapacitar en todos los órdenes, a fin de que recojamos los buenos frutos del hoy y preparemos las sanas cosechas del mañana.

Se habla mucho de educar a las masas, pero no se dice nada del propósito vital, que debe ser educar a los liderazgos. Estos deben salir de sus cámaras artificiales y entrar a respirar el aire libre en calles y caminos.

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