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Son conocidos los retratos que Francisco de Goya hizo del ilustrado gijonés Gaspar Melchor de Jovellanos, uno con la playa de San Lorenzo al fondo y otro con el prócer sentado en pose pensativa. También se conoce la obra «Retrato de Juan Agustín Ceán Bermúdez», otro ilustrado gijonés, secretario y gran amigo de Jovellanos a quien el artista retrató hacia 1785. Pero no son los únicos asturianos que posaron para el genial pintor aragonés. El pasado 26 de enero la sala neoyorquina de subastas Christie’s vendió por algo más de 15 millones de euros los retratos que Goya hizo de la asturiana Leonora María Antonia Valdés de Barruso y de su hija, María Vicenta Barruso Valdés, quien, pese a no haber nacido en Asturias, era hija de asturiana y esposa de asturiano.

Manuela Mena, máxima experta mundial en la obra de Goya y antigua jefa de conservación de pintura del siglo XVIII y Goya en el Museo del Prado, confirma que Leonora Valdés de Barruso nació en Asturias y explica a LA NUEVA ESPAÑA que ambos retratos pudieron verse en 2008 en la exposición «Goya en tiempos de guerra», de la que ella fue comisaria. «Logré entonces que la propietaria de los cuadros los prestara al Prado; no era fácil, pero lo conseguí y era la primera vez que se veían públicamente. Recientemente vi que los presentó Christie’s en Londres, antes del covid, y ahora se han vendido en Nueva York», apunta sobre las que considera «obras magníficas, de una modernidad total».

De izquierda a derecha, Salvador Carretero, director del Museo de Arte de Santander; la experta en Goya Manuela Mena y Alfonso Palacio, director del Museo de Bellas Artes de Asturias. IRMA COLLIN


Mena ha estudiado con detalle estos dos retratos y toda su investigación verá la luz en el libro «Goya a la luz del norte», que se publicará este año, como coedición del Museo de Bellas Artes de Asturias y el Museo de Arte de Santander. En la obra se estudian en profundidad los personajes de origen asturiano y cántabro pintados por Francisco de Goya.

LA NUEVA ESPAÑA ha tenido acceso al texto aún inédito en el que Manuela Mena traza las circunstancias vitales de la familia Valdés de Barruso y analiza los dos retratos.

La experta fija en San Andrés de Linares, en el concejo de Langreo, el nacimiento de Leonora María Antonia Valdés de Barruso (1760-1814). San Martín de Linares es hoy El Entrego, en el concejo de San Martín del Rey Aurelio, municipio que no existía en vida de Doña Leonora, ya que San Martín del Rey Aurelio se constituyó, por segregación del de Langreo, el 6 de enero de 1837. Era hija de Ignacio Valdés Sorribas y de María García Noriega, de Tiraña, en Laviana. Eran familia hidalga y es posible que estuvieran relacionados con la familia paterna de Antonio Noriega de Bada, hombre de confianza de Godoy y Tesorero Mayor del Reino.

Leonora se casó hacia 1789 o 1790 con un comerciante de telas de La Rioja, Salvador Anselmo Barruso de Ybarreta, nacido en Pedroso, del obispado de Calahorra, de quien sin duda dependió el traslado del matrimonio a Talavera de la Reina, donde ya nació su única hija, Vicenta, el 27 de octubre de 1790, la mujer del otro retrato de Goya.

¿Y cómo llegó la joven langreana a Talavera de la Reina? Manuela Mena explica que hay registro de que un hermano de Leonora, Francisco, vivía en la ciudad en 1793, con lo que es posible que ya llevase allí algún tiempo. «Aunque roce lo novelesco, es posible que el matrimonio de Leonora fuera convenido por Francisco Valdés, lo que no es extraño en ese tiempo, si este residía ya en Talavera y tenía contacto con Barruso».

«Son dos obras magníficas, de una modernidad total»

Manuela Mena – Máxima autoridad mundial en la obra de Goya


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La narración de Manuela Mena se traslada en este punto a Madrid, donde Goya hizo los retratos de la langreana y de su hija. La experta ha rastreado la figura de Francisco Javier Valdés Andayo, nacido en Villaviciosa, sobrino de Leonora y nieto del marqués de Vistalegre. En su investigación, Mena ha comprobado que Francisco Javier vivía en Madrid en 1794, donde era guardia de Corps de la Compañía Española. En 1807 se casó con su prima, la jovencísima Vicenta Barruso Valdés, que tenía entonces 16 años, los fijados por la ley del 10 de abril de 1803 para poder contraer matrimonio.

Esa relación con Madrid es la que hace posible que la familia entrase en contacto con Goya y le encargara las obras. Lo que prueba, también, la buena posición económica de la familia. «El precio de una pintura de estas características y en ese periodo rondaba los 2.000 reales de vellón, una cantidad que sin duda solo podían permitirse las familias acomodadas», dice Mena. Si Leonora Valdés y Salvador Barruso no tenían casa en la capital, está claro que sí la tendría Vicenta, la joven retratada, ya que allí vivía su esposo. Los cuadros fueron pintados en 1805, dos años después de la boda de Vicenta y Francisco Javier. Ello hace pensar a Mena que los dos retratos, madre e hija, estaban destinados la futura casa del matrimonio en la capital. No descarta la investigadora que existiese un tercer retrato, el del esposo y padre. Leonora, en su retrato, está sentada con el cuerpo orientado hacia la izquierda y su hija Vicenta hacia la derecha, lo que permite aventurar que en el centro podría colocarse el retrato del padre.

Los cuadros, según la explicación de Manuela Mena, se habrían pintado en el estudio de Goya, «ya que solo en casos excepcionales el artista se trasladaba a la residencia de sus modelos o patronos, como en el caso de los reyes y de la más alta aristocracia». Además, «las mujeres están sentadas en sillones de madera con policromía dorada y forrados de seda carmesí, que aparecen habitualmente en otros retratos contemporáneos del artista, para su uso en el estudio».

«Los retratos de Leonora y de su hija forman parte de los más frecuentes de Goya desde principios del siglo XIX, cuando una nueva clase social, la burguesía, en ese caso alta burguesía, entra en escena y hará que parte de su proyección moderna resida en las imágenes», explica Manuela Mena.

Son retratos de damas que «no son a veces de una elegancia exquisita, pero saben vestir con un lujo algo recargado, e imponer su mirada al espectador, clavándole los ojos de frente y a las claras, sin complejos, como hace Leonora Valdés, e incluso su tímida niña a los quince años».

En el libro que publicarán el Bellas Artes de Asturias y el Museo de Arte de Santander, Mena describe los lienzos. «Leonora está situada a la derecha, sentada de medio perfil hacia la izquierda y con la cabeza girada hacia el espectador, su expresión es de confianza y plena seguridad, atenuada por una tenue sonrisa ligeramente mordaz, mientras sostiene el abanico con su mano derecha, pero no con la displicente elegancia de las aristócratas, sino como si fuera a reprender a alguien con un ese pequeño toque de atención con el que las mujeres utilizan ese objeto. Su vestido, de gasa blanca transparente con decoración de florecillas, amplio escote y manga corta, sigue la moda Imperio de esos años y luce como joyas un sencillo collar de doble fila de cuentas de azabache y pendientes que podrían ser del mismo material. Sobre el pelo recogido en un moño, lleva una diadema con adornos de hojas secas, aquí como de roble, y flores, que estaban de moda en esos años iniciales del siglo XIX y que llegaron hasta su segundo decenio». En su opinión, «Goya ha destacado con agudeza los bucles del cabello sobre la frente, cuya disposición sobrepasa a los que peinan otras damas de ese período, pero que Goya ha podido exagerar, ya que ese detalle parece acentuar un gusto poco refinado de la dama. Sus facciones duras, angulosas, revelan su carácter decidido, que le debió de hacer falta cuando murió su hija en 1809 y su marido en 1814, y ella cuidaría de su nieto, Salvador Valdés Barruso, que siguió la carrera de militar de su padre».

En el caso de Vicenta Barruso, Goya la pinta con apenas 15 años. Para Mena, «es uno de los más dulces y serenos del artista, con la jovencita envuelta en un bellísimo vestido de gasa dorada, sentada en el sillón de seda púrpura y sosteniendo un perrillo de lanas en su regazo. Aparece tocada con una diadema que, en su caso, es de flores frescas, margaritas blancas como símbolo de juventud e inocencia, y rosas, símbolo del amor, que junto al anillo que luce en la mano hacen tal vez hace referencia a su enlace matrimonial, ya confirmado para 1807».

Esas dos obras «magníficas», en palabras de la mayor experta mundial en la obra del genio de Fuendetodos, han pasado a la historia como las más caras del artista. Los retratos de las asturianas se vendieron por 16.420.000 dólares (15.164.034 euros). El récord anterior para una pintura de Goya fue marcado durante una subasta de la casa Sotheby’s en Londres en 1992, cuando el Getty Museum de Los Ángeles (EE UU) adquirió la obra «Suerte de varas» por 7,4 millones de dólares.

El retrato de Ceán Bermúdez salió a la venta en 2012 en una subasta en Maastricht (Holanda) por 2,4 millones de euros. El precio era relativamente bajo, ya que el Ministerio de Cultura lo declaró «no exportable», algo que no consta sobre los retratos de las asturianas vendidos en Nueva York y pertenecientes a una colección privada. Tampoco se conoce la identidad del comprador.

El precio en subastas de los cuadros del genio aragonés no ha alcanzado nunca los niveles exorbitantes de otros pintores como Picasso, Cézanne, Leonardo, Rembrandt o Modigliani, cuyas creaciones han superado ampliamente los 100 millones de euros. Uno de los motivos de esta «baja cotización» es, según las casas de subastas, bastante clara: la mayor parte de las grandes obras de Goya son, desde hace muchos años, propiedad pública, están en los museos. Toda una suerte para la mayor parte de los amantes del arte.

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