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El pasado siempre está cambiando. Cada presente tiene una versión distinta del mismo, pero la agitación a la que sometemos al español obliga a los historiadores a vivir en una alerta permanente. No hay mes sin que salgan a terciar en la polémica guerracivilista de turno para decir, sin fe pero sin darse por vencidos: eso no es así. La última, a cuenta del callejero de Madrid. Un concejal popular, Borja Fanjul, argumentó el voto en contra de su grupo al cambio de nombre de la calle Caídos de la División Azul porque, según él, homenajea “a unos españoles que fueron voluntarios a luchar contra la dictadura más sangrienta y salvaje que ha asolado Europa”. Acabáramos, el No-Do tenía razón.
Yo no borraría el nombre de la División Azul del callejero porque es un episodio histórico relevante, pero le cambiaría lo de “caídos” por “desgraciados”. Calle de la Ignominia de la División Azul, si quieren ponerlo en prosa municipal. Sabemos hoy que voluntarios, lo que se dice voluntarios, fueron hasta cierto punto. La mayoría se alistó para purgar su currículum republicano, para allegar unas pesetas a casa o para reducir años de condena, creyendo que en Stalingrado se estaría mejor que en la cárcel Modelo. La crueldad con la que la dictadura llevó al matadero helado a esa caterva de desnutridos sin esperanza no debería olvidarse, para que ningún Borja Fanjul les vuelva a confundir con heroicos mártires antiestalinistas.
No sé en qué urbanización aislada e impermeable están domiciliados Fanjul y quienes votaron con él, pero es meritorio vivir tan lejos de cualquier relación con la realidad para sostener como verdad, ante un micrófono y con taquígrafos que lo hacen constar en acta, una frase de propaganda de hace casi un siglo. ¿Cómo lo hacen para que no les llegue ni una brizna de conocimiento histórico? ¿Con qué cera se taponan los oídos? El problema de fondo que manifiesta la batalla por la memoria es que crea dos países que se dan la espalda. El pasado cambia constantemente. Es necesario que cambie, porque cada vez sabemos más, la sensibilidad de una generación se enfrenta a la anterior y nos fijamos en unas cosas y despreciamos otras, pero si no hay un mínimo acuerdo sobre el pasado de cada presente, tendremos muchos presentes incompatibles. Está claro que la España en la que vive el concejal Fanjul no es la España en la que vivo yo, pero la democracia exige que vivamos en el mismo país.
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