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Paula y Lucía, estudiantes, relatan cómo les afectó el confinamiento y qué expectativas tienen a futuro
El último tramo del curso 2019-2020 en las universidades, en los institutos y en las escuelas ha sido atípico. Tanto estudiantes como docentes han tenido que adaptarse con mayor o menor acierto a la incertidumbre desatada por la pandemia del coronavirus. Las medidas adoptadas por las instituciones educativas se tomaron a contrapié, intentando conseguir el objetivo marcado por el Ministerio de Educación y el de Universidades: que ningún estudiante pierda el curso.
Tan solo en Madrid, el número de estudiantes universitarios y de institutos ronda los 300.000. Y una significativa parte de ellos procede de otras Comunidades Autónomas o de otros países. Por lo tanto, a estos estudiantes, el confinamiento les sorprendió alejados de sus familias.
El coronavirus sorprendió a muchos estudiantes
Así le ocurrió a Lucía, oriunda de un pequeño pueblo al norte de Almería que define como «alejado del glamour de las costas». Se instaló en Madrid para cursar el grado de Periodismo en la Universidad Complutense, del cual acaba de terminar el segundo año.
A diferencia de sus compañeras de piso, después de que se suspendieran las clases Lucía prefirió quedarse en Madrid pues creía que la pandemia sería noticia de un par de semanas: «No quiero dar a entender que era escéptica; simplemente me pudo el optimismo».
Ella es bastante crítica respecto a cómo se terminó el curso este año, afirmando que «no se pudo haber hecho peor». Argumenta que la Complutense no supo responder a la incertidumbre de los alumnos y que, por el contrario, ayudó a propagar la inquietud. «Cada comunicado que emitían era confuso. Y días más tarde te envían otro rectificando lo que habían dicho en el anterior», explica.
La escuela de Paula se adaptó bien a la nueva realidad
Asimismo, otra de las críticas de Lucía están dirigidas a sus profesores. Ella cuenta que no supo de gran parte de ellos hasta finales de abril, y cuando finalmente se pusieron en contacto, solo fue para explicar cómo se desarrollaría la evaluación de la asignatura. «Te subían los apuntes al campus virtual y lo siguiente era el día del examen. Ni clases ‘online’ ni nada», comenta decepcionada.
En el polo opuesto de la experiencia de la educación a distancia está Paula, estudiante de Interpretación en la escuela Work in Progress de Madrid. Llegó desde Barcelona hace menos de un año porque «quería cambiar un poco de aires y, al final, el trabajo está ahí».
Según dice, debido a la naturaleza práctica de sus clases de interpretación, la adaptación a la educación ‘online’ «era más difícil que si fueran clases teóricas». Su escuela resolvió sustituir las clases prácticas por la grabación de monólogos que los estudiantes debían presentar en las clases virtuales.
A pesar de que al principio no estaba muy convencida, Paula valora que «a medida que fuimos haciendo los monólogos y al ver lo mucho que se podía aprender, realmente me quedé súper contenta».
«Ha habido poca consideración con los estudiantes»
Sin embargo, en un principio la carga psicológica que suponía detenerse por completo de un día para otro le llegó a afectar: «Estuve un par de semanas en las que no me apetecía hacer nada». Y añade: «al final como estudiante parece que no te afecta tanto pero como persona sí».
Desde la perspectiva de Lucía, el confinamiento también le supuso «un freno a la frenética vida que llevaba». A pesar del descanso obligatorio, ella resalta que «era imposible estar bien con todo lo que estaba pasando. Peor aún sabiendo que tu familia también está expuesta».
Por consiguiente, esperar que tanto Lucía, Paula y el resto de estudiantes pudieran rendir igual que antes del coronavirus, ignorando completamente el contexto social y personal, era una utopía. «Pienso que ha habido muy poca consideración. Salvo en una asignatura, a mi clase no le preguntaron qué nos venía bien», explica Lucía.
Comenta, además, que varios compañeros de clase se dejaron los apuntes al tener que marcharse apresuradamente de Madrid para pasar el confinamiento con sus familias. Ante estos casos, por el grupo de Whatsapp de clase se compartieron el material que tenía cada uno: «Era la única manera de asegurarnos de que todos pudiéramos aprobar las asignaturas».
El coronavirus dejó a muchos estudiantes desconectados
Hay un sector de los estudiantes a los que que la pandemia del coronavirus ha dejado incomunicados. Según los últimos datos del Instituto Nacional de Estadística, más de un 8% de hogares españoles carece de acceso a internet. Se puede deducir, en consecuencia, la existencia de alumnos universitarios y de enseñanza general que actualmente están impedidos de participar en la educación online, viéndose perjudicados para desarrollar sus exámenes, terminar sus temarios o prepararse para la EBAU.
Como una iniciativa de apoyo, en la escuela de Paula se organizaron talleres dirigidos por alumnos para recaudar fondos destinados a los alumnos que estaban sufriendo problemas de dinero. Y, por su parte, la Complutense y otras universidades del país doblaron sus esfuerzos en identificar a aquellos estudiantes sin acceso a internet con el fin de facilitarles los recursos necesarios que les permitieran terminar el curso.
Ante la imposibilidad de asegurar la igualdad de oportunidades de los estudiantes, el Sindicato propuso la aplicación de lo que denominaron ‘apto general’. A diferencia del aprobado general aplicado en Italia, el apto general no computaba en el expediente académico del alumno. Aún así, la idea fue rechazada por otras organizaciones estudiantiles como la CREUP y los ministerios de Educación y de Universidades.
El alquiler ha sido otra de las preocupaciones
El contraste entre las experiencias de Paula y Lucía durante estos tiempos de pandemia no se reduce exclusivamente a lo académico. La suerte también fue dispar en lo que respecta al alquiler, otro de los quebraderos de cabeza de los estudiantes que son de fuera de Madrid.
En el caso de Lucía, a pesar de trabajar por las tardes, sus ingresos no eran suficientes como para costearse el alquiler por sí sola. Ella depende económicamente de sus padres, quienes ahora mismo están en un ERTE y no trabajan. El piso donde vive lo comparte con dos amigas y, según explica, su casera se ha negado, ya no a eximirlas, sino a rebajarles la mensualidad.
Por el contrario, a Paula la situación del alquiler la ha pillado con mejor suerte. Ella también trabaja y durante el confinamiento estuvo en un ERTE. Además, el casero del piso que comparte con tres compañeras tuvo el detalle de reducirles la mensualidad: «Se lo agradecí bastante porque estaba un poco fastidiada económicamente».
«No sé si he tenido el coronavirus porque nunca me hicieron la prueba»
Paula cuenta que se mantuvo confinada desde antes que se decretara el estado de alarma. Afirma que una compañera de su piso dio positivo por coronavirus: «Durante un mes estuvimos conviviendo las cuatro y ninguna tuvo síntomas, ni siquiera la que dio positivo», y añade, «no sé si lo he tenido porque nunca me hicieron la prueba».
Una vez decretado el estado de alarma, Paula se las arregló para marcharse a Barcelona y pasar el confinamiento junto con su familia. «Si no fui antes era porque creí que no se podía. Y moralmente no se podía, pero te ponías en la página de Renfe y te vendían los billetes», explica.
En relación al futuro, Paula cree que las clases a distancia son un sustituto eficaz en el contexto de indefensión que vivimos: «Lo que perdemos por una parte, lo ganamos por la otra». No obstante, eso no significa que vaya a ser lo mismo. Algunas veces, durante sus clases online, la invadía la melancolía, producto del distanciamiento: «Daba rabia la sensación de no poder abrazar a esa otra persona. Era muy frío todo».
Paula y Lucía no se imaginan cómo será la ‘nueva normalidad’ en las aulas
Lucía tiene más dudas que certezas respecto al próximo curso. No se imagina cómo se mantendrá la distancia de 1,5 metros entre estudiantes que recoge el Real Decreto-Ley de la ‘nueva normalidad’ por el coronavirus, ya que en su clase son más de 50 los alumnos matriculados.
Además, es escéptica respecto a la calidad de la educación que se pueda impartir a distancia. Explica que «ya no es una cuestión exclusiva de los profesores. Los mismos alumnos tendrán problemas para mantener la concentración, y ya no te digo la motivación, en las clases a distancia».
Y finaliza con una reflexión personal: «Dependerá más que nunca de los alumnos que el paso por la universidad les sea provechoso. Algunos lo verán como un problema, yo intentaré verlo como una oportunidad».
La ampliación de la becas universitarias, la ‘adaptación’ de los criterios de corrección de la EBAU, la alternancia entre las clases presenciales y virtuales: estas y otras son las medidas tomadas para preparar la llegada de la ‘nueva normalidad’ al ámbito educativo.
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