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Bajo la explanada que queda tras el derribo de la cárcel de Carabanchel en Madrid, hay túneles que esperan sacar a la luz la memoria de las torturas que allí se dieron. Túneles que conducían bajo las galerías a celdas de castigo y, en su tiempo, también a donde se situaba el garrote vil. Todos los que allí estuvimos sabíamos de su existencia y ya pocos lo recuerdan. Es el escenario de la muerte y la tortura que se ocultó con un vergonzoso derribo y que ahora culmina con la especulación inmobiliaria.

Aquellos túneles conducían desde la gran bóveda, donde se encontraba el centro de control de los funcionarios, a las diversas galerías. Los funcionarios los utilizaban para el traslado de presos, especialmente los más peligrosos, sin pasar por las zonas habituales de los presos comunes y políticos. Sin duda, las vergüenzas asesinas y el tráfico de drogas caminaron por el subsuelo de la cárcel de Carabanchel.

Desde aquella rotonda, los túneles partían en dirección a la sexta galería, bajo la cual se encontraban algunas de esas celdas de castigo. No eran las habituales de castigo, más próximas a cada galería, en donde se cumplían las sanciones, por ejemplo, tras cada una de las huelgas de hambre, de al menos 20 a 30 días.

Marcelino Camacho hizo ocho huelgas de hambre, dos de ellas en el año 1975: en febrero, por la revisión en el Supremo de las sentencias del 1001; y la última cuando los fusilamientos de 27 de septiembre. Recordemos: de ETA PM ejecutaron en Barcelona a Juan Paredes Manot, Txiki, de 21 años; y en Burgos a Ángel Otaegui, de 33 años. Del FRAP, en Hoyo de Manzanares (Madrid), ejecutaron a José Luis Sánchez Bravo, de 22 años, Ramón García Sanz, de 27, y José Humberto Baena Alonso, de 24.

No se trataba del castigo habitual de aislamiento. Estas celdas de castigo eran especiales. Aparentemente más amplias que las demás, pero dentro el preso quedaba encerrado en otra celda de barrotes en donde nada había excepto un lavabo y una taza de váter. El colchón y mantas solo se les daba tras el recuento nocturno. Esas celdas estarán ahí junto a los túneles y quizá también la celda del garrote vil de Carabanchel, que será uno de los dos que custodia el Tribunal Supremo.

Estos túneles son de hormigón armado y por ellos pasaba la comunicación entre los controles de los funcionarios. En su recorrido había varios accesos y rejas que impedían el paso de presos. El principal partía del control central de galerías, al que accedían los funcionarios de prisiones y algunos presos comunes de confianza. En la época de abandono del edificio, previo al derribo, los túneles fueron visitados por chatarreros y jóvenes aventureros y dejaron constancia con algunas fotografías que circulan aún por Internet.

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El derribo de la cárcel, el 25 de octubre de 2008, se hizo sin excavación alguna. Grandes máquinas mordieron paso a paso los muros de carga, incluida la bóveda, que era la mayor de España realizada en hormigón armado. De todo ello hicieron arena gruesa que esparcieron en la parcela. Es decir, que para su derribo fue necesario cortar toda la ferralla de hierro que iba junto al hormigón. Un buen negocio para la empresa, que quedó con toneladas de hierro. El derribo por parte de esta empresa también se puede ver en Internet.

Buena parte de la documentación carcelaria, que pertenecía a la Dirección General de Instituciones Penitenciarias, quedó abandonada, porque con la salida de los funcionarios no se conservó en su totalidad. Miles de DNI y otros documentos quedaron esparcidos en las galerías abandonadas. Recuperar muchos de los expedientes de los presos resulta hoy una tarea de titanes, si no imposible.

El tiempo pasa y pasa, pero los restos de la cárcel siguen ahí y afloran a la superficie. Como si de ruinas romanas se tratase, reclaman también una actuación arqueológica. En las inmediaciones de la cárcel, junto a la ermita y su cementerio, aparecieron los primeros vestigios de los pueblos que iniciaron la vida de Madrid, en lo que en sus orígenes era un cruce de calzadas. Poco interés ha despertado en el Ayuntamiento de Madrid.

Es más que probable que, si los estudios se extendieran al subsuelo de la cárcel, encontraríamos más restos de aquel pueblo y además todos los túneles de la memoria carcelaria. Por eso quizá el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, no quiere asomarse a esa sima de los horrores.

Pero si al PP le interesa borrar sus horrores del franquismo, los especuladores no quieren perder el gran negocio inmobiliario. ¿Y quién aparece? Pues PRYCONSA. En una superficie de más de 170.000 metros cuadrados —unos 17 campos de fútbol— y un negocio de más de 25 millones de euros. Unas 600 viviendas de las que prometen que 169 tendrán “alguna” protección oficial. Se trata de todo un pelotazo de la mano de la Administración pública.

Ahora el proyecto está en periodo de alegaciones públicas hasta el 27 de enero. Después se dará luz verde a las licencias de obras que el Ayuntamiento conceda. ¿Pero qué harán las excavadoras cuando tropiecen con los túneles o con nuevas ruinas arqueológicas? ¿Harán un gran cercado para que nada se vea ni se sepa?

La Plataforma para el Centro de Memoria de Carabanchel lleva luchando para que la memoria histórica no sea aplastada por la especulación. Muchas de las viejas cárceles en muchas ciudades se han convertido en centros culturales y han conservado sus edificios dando espacio para que los más jóvenes conozcan la historia, pero en Madrid no ha sido así. La derecha madrileña prefirió enterrar la memoria como hacían los grandes conquistadores que demolían a fuego las ciudades que se resistían a su dominación. Pero hay que decir a José Luis Martínez-Almeida que él no es Alejandro Magno.

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