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CÁNTICO GENERACIONAL
Queríamos tomar
la vida por la fuerza,
caminar sobre los adoquines
como quien espera el alba,
abrazar la juventud
entre sonrisas y banderas
entre consignas y pupitres.
Éramos los hijos del cometa Halley,
aquellos nacidos en mitad de los ochenta
con el habla cansada
y la infancia recién desleída.
Nada más bello ardía
que un contenedor
o una oficina de banqueros
los taxímetros las mecanógrafas
y el llanto de dios sobre nuestros hombros.
Aprendimos la vida,
¡a fuerza de traición!,
en tratados de Bakunin
y manuales de Althusser:
aquellas ediciones de los setenta,
la huelga de los tranvías las manifestaciones
y un lejano hedor
una extraña sensación entre tinta y sudor
hacinaba nuestra memoria
en la barra de los bares.
Queda lejos ya la vida,
tan cerca todavía,
cuando hurgamos entre los afiches
entre los besos y las caricias
olvidadas en cualquier cajón.
No conozco esos rostros
no conozco esos muertos
que ahora ocupan
un lugar en las secretarías
un lugar en los consejos de administración
y organizaciones sindicales
no conozco esos rostros
no conozco esos muertos
rendidos al exilio
rendidos al desempleo.
Y puede que,
a fin de cuentas,
la vida y sus plusvalías
nos empujara a los callejones más oscuros,
que aquellas jornadas
de carreras y zapatos rotos,
sin saberlo siquiera,
–o bella ciao, bella ciao! ciao! ciao!–
no fueran más que una estrategia,
un ajedrez asolado
donde nos reinventó el capital.
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