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Cuando lloramos a Berta Cáceres,
aún vimos a la abuela de mayo
arañando el suelo de raíz
y cortando ramas de retama.
Aquella tarde, en medio de un abrazo,
la que nunca dejó de llamar
donde nadie abría, preguntó:
¿No estaremos deseando caer
en la piedad de unas puertas
que no se nos van a abrir jamás?
Y, barre que te barre, amaneció
el día, en el que ya ni el miedo cabe.
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