[ad_1]

María Fernanda Ampuero. Foto: PE

Migración, violencia, hambre, horror y muerte son algunos de los invitados de excepción en los 12 relatos que componen Sacrificios humanos (Páginas de Espuma), el nuevo libro de la ecuatoriana María Fernanda Ampuero (Guayaquil, 1976). Unos cuentos que son como gritos, alaridos estridentes que enfocan historias cotidianas, que a nadie extrañara leer, pero en las que nunca querríamos encontrarnos y que hacen al lector volver la vista hacia otro lado. Un repaso atroz, inclemente, a los acusados desequilibrios de una sociedad con muchas grietas supurantes que deja en el lector el regusto amargo de una herida mal curada.

Pregunta. En estos relatos pone el foco en todas esas personas marginales, que están al otro lado de la cara del éxito, de lo imprescindible, algo muy evidente en “Elegidas”, por ejemplo… ¿Quiénes son todos esos Sacrificios humanos y por qué el mundo se obstina en que lo sean?

Respuesta. Más que obstinación, creo que es un tema de supervivencia de un estilo de vida que te permite tener todos los beneficios y privilegios. Si hubiera un grupo humano que pudiera tener toda la riqueza y el poder sin necesidad de aplastar a otros… pero eso es impensable. No puedes mirar desde arriba a otros sin que éstos estén arrodillados, y esta ha sido la forma en la que nos hemos constituido como humanidad. Me interesaba poner el foco en todas esas personas que, desde que vienen a este mundo hasta que lo abandonan, son sacrificios humanos. De un tipo muy curioso, además, en el que quedas vivo, pero en el que toda tu vida está sacrificada a un poder superior, sea el sistema capitalista, patriarcal, político…

P. Sus cuentos son crudos, violentos, dolorosos… ¿por qué llevar al lector tan al límite? ¿Por qué eliges la violencia, la crudeza como forma de narrar?

R. No es algo tan simple como la pura provocación, sino que tiene que ver con la propia naturaleza de la literatura que quiero hacer. Si no llevo al lector al límite, no le veo sentido a hacer esto. Yo no vivo de la literatura, así que dónde estaría el sentido de escribir un libro complaciente, light, entretenido, de verano… ¿Yo para qué voy a hacer eso? Escribir es para mí una cuestión de supervivencia, una necesidad de aullar. Escribo porque necesito que ese aullido se escuche y también que la ira que siento ante muchas realidades sirva para algo, porque si no volvemos a esas vidas desperdiciadas de las que hablábamos.

«Hemos construido sociedades desiguales porque no puedes mirar desde arriba a otros sin que éstos estén arrodillados»

P. En “Silba” habla de una madre que no se rebela, que no da alaridos. Hace unos meses Rebecca Solnit nos contaba que “la violencia contra las mujeres es y ha sido siempre violencia contra las voces”. ¿Cree que estamos en el buen camino para lograr una igualdad a nivel de voz, de relato?

R. Soy periodista desde hace años, y tras todo lo que he visto creo que es muy difícil el optimismo. Aunque por otro lado, quisiera pensar que todas las batallas para alcanzar la igualdad de derechos tuvieron esa reverberación del odio en los últimos estertores. Pero el odio que hay ahora, alimentado por el megáfono que son las redes sociales, es increíble. Hay gente que llega a la puerta de tu casa para decirte que te quiere matar y tengo amigas feministas en México a las que envían balas con su nombre. Mi parte optimista podría pensar que son los estertores, como el recrudecimiento de la caída del nazismo. Ojalá sea eso, pero veo una cantidad de odio y de negación que me tienen un poco desesperanzada.

Opiniones espinosas

P. Su literatura es abiertamente feminista, y esto le ha granjeado muchas críticas que apuntan hacia el oportunismo de escribir sobre “un tema de moda”. ¿Qué opina de esto?

R. Es cierto que mi literatura es muy comprometida, y tiene, digamos, una agenda. Pero esos comentarios me parecen un insulto grave. Creo que en este debate se pierde la perspectiva de lo que es y no es literatura. Es cierto que ahora hay más mujeres en el foco, pero me genera incomodidad que llamen boom a esto que está viviendo mi generación. El propio boom tenía un montón de mujeres que estaban fuera de foco, que nadie quería ver. He sido apasionada lectora de autores como J. M. Coetzee, Mary Shelley, Clarice Lispector o Carson McCullers, ellos y libros como El jugador o La metamorfosis han conformado mi escritura. No creo que Kafka hiciera entrevistas en las que le preguntaran qué buscaba al denunciar la futilidad de la vida o el horror de ser el hombre que tiene que responder por sus padres. Lo primero que hicieron estos autores es literatura, y el tema, aunque muy importante, siempre va detrás.

P. Otro relato habla de una inmigrante, que usted ha dicho que son “el sacrificio contemporáneo por excelencia”. ¿Cómo podemos permitir en un país con un pasado tan migrante como España, este éxodo contemporáneo? ¿Pecamos de falta de visión histórica, de empatía, de solidaridad?

R. La epopeya de mi vida, y de muchas otras, ha sido la emigración. Homero ya lo supo narrar en la Odisea y, de hecho, se llaman hoy síndrome de Ulises a las crisis de ansiedad y otros trastornos de los migrantes. Ahora ya llevo 20 años en España, fui “ellos” y ahora soy “nosotros”, aunque al mismo tiempo sigo siendo “ellos” cada vez que quiero buscar piso. Mi percepción es que te mereces ser del que el lugar que tú eliges, al que te obcecas en pertenecer. Cuando llegué a España pensaba que la falta de preocupación por los inmigrantes se debía al olvido de un pasado muy reciente. Pero tras la crisis, cuando la emigración ha vuelto a ser el presente aquí, con gente repartida por todo el mundo, me he dado cuenta de que hay algo más. ¿Por qué es distinto Chema que Ibrahim? ¿Por el color de su piel? Eso es algo terrible.

«Es muy fácil, un recurso tópico, decir que son los pobres quienes pegan a sus mujeres. Es una manera más de demonizar al Otro»

P. Explora en muchos relatos la desigualdad social, la mayor lacra en cualquier país, pero especialmente notoria en regiones como Latinoamérica… ¿Es esto el germen de todas las violencias?

R. Sí y no. Por un lado, la desigualdad social genera que haya oprimidos y opresores, que haya gente que a día de hoy no se va a vacunar, porque las vacunas ya son privadas y caras en muchos países. Es un ejemplo, claro, la vida o la muerte, determinada por el dinero. Pero en el tema de otro tipo de violencias, como la patriarcal, a veces siento que es muy fácil, un recurso tópico, decir que son los pobres quienes pegan a sus mujeres. Es una manera más de demonizar al Otro. Pero en todas partes tienen su propia mierda y es algo que debemos asumir. Yo soy consciente de que vengo de un país en el que hay brechas salariales disparatadas, donde que las mujeres estudien no es una prioridad, o donde se quedan embarazadas en la adolescencia, pero el aborto es ilegal. Podría echar balones fuera, pero, como escritora, sé que tengo una responsabilidad, porque puedo escribir, contar, estas realidades que otra gente sólo puede vivir.

Hija del terror

P. Este libro presenta una característica común en el cuento actual: una atmósfera de realismo total pero que está narrada casi desde lo inverosímil, desde el coqueteo con lo fantástico. ¿Por qué enfocas ahí el objetivo?

R. Es simplemente, creo, porque soy hija de mi tiempo. Lo que yo más leía de joven era a los cuentistas argentinos, Borges, Cortázar u Horacio Quiroga, a quien me siento muy cercana. También a los autores del boom, claro, y el realismo mágico está ahí. Pero, por otro lado, mi generación es hija del cine y los videoclubs, somos los primeros en tener un acceso absolutamente democrático a las películas fue absolutamente democrático. A pesar de que los 80 y los 90 fueron terribles en mil aspectos, agradezco mucho que fuera la era dorada del cine de terror, que ya no fue más un género underground y friqui, sino algo masivo. Esa fue la forma de narrar que aprendí y creo que fue clave para enseñarnos a mirar otras realidades.

P. En este sentido entras en una corriente muy en boga en el cuento actual, particularmente en el latinoamericano, ¿con qué contemporáneos te identificas más, a quiénes lees?

«La literatura dentro de Ecuador sigue siendo cosa de hombres, pero tenemos a Mónica Ojeda, que será nuestro Premio Nobel»

R. Una cosa muy bonita es que hoy en día nos leemos entre todos y lo decimos, porque pienso que los escritores de generaciones anteriores, aunque se leyeran, muchas veces con envidia, siempre contestaban que estaban releyendo a Ovidio, por ejemplo. Nosotros nos recomendamos y nos apoyamos sinceramente. Tengo que mencionar a Mariana Enriquez, que, para mi gusto, es la mejor escritora de terror actual. Mónica Ojeda, a quien conozco desde hace años y por la que tengo una admiración feroz. Nefando es su libro más salvaje y me impacto profundamente. Recuerdo dejarlo en la cama y pensar que no quería seguir leyéndolo. Estoy segura de que será algún día el Premio Nobel ecuatoriano. También a Samanta Sacweblin, que condensó todo en Distancia de rescate, y a Fernanda Melchor, de quien recientemente me ha fascinado Páradais. Tiene el don de la palabra de una manera casi mágica, sobrenatural.

P. Hace un par de años se quejaba en El Cultural, en un reportaje junto a Solange Rodríguez y Mónica Ojeda, de la dificultad de publicar y alcanzar resonancia en Ecuador. ¿Ha cambiado la cosa o la pandemia lo ha hecho peor? ¿Cree que tiene más visibilidad en el extranjero?

R. Mi carrera ha sido prácticamente periodística hasta Pelea de gallos, que salió en 2018. En este oficio he sido muy valorada en Ecuador, mucho. Tengo una columna de opinión en una revista desde hace más de 20 años y, sorprendentemente quieren que siga escribiéndola, no se han cansado de mí. Sin embargo, la literatura en Ecuador sigue siendo un campo de nombres masculinos. Espero que de puertas para dentro nos demos cuenta pronto del talento de nuestras escritoras, como sí hacen en el resto del mundo.

[ad_2]

Source link