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Quedan atrás las grandes avenidas,
las incesantes luces
–alma de marketin–
las torres de marfil y de cristal,
los caros restaurantes,
–siempre con mesas reservadas–
donde a la puerta espera
un joven que recoge nuestras llaves.
Gente de porcelana, en celofán vestida
en paseo triunfal por las aceras,
mirando nuestro mundo desde arriba.
Y bancos, muchos bancos.
¿Qué más se puede hacer con el dinero?
Quedan atrás las grandes avenidas
y la ciudad se desdibuja
en los barrios lejanos
de perfil dolorido,
en los que cada día
asesinamos la esperanza.
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