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Habitualmente hablamos, con excesiva alegría, de los mitos, de la magia que nos puede envolver y de las religiones que componen una buena parte de las preocupaciones y acciones, algunas terribles, de los individuos. Y no son lo mismo. Un estimado antropólogo, aparte de su historia, distinguiría las reglas que determinan cada una de esas tres palabras. Por mi parte, me voy a referir al uso que actualmente se hace de mito, algo diré también de magia, y cómo un pensamiento laico debería ser más cauto con estas expresiones. Y cómo se cuelan en el lenguaje introduciendo una dañada mercancía en el pensamiento laico. El mito suele tomarse habitualmente como un cuento, una leyenda, una falsa historia. No sería del todo cierto. Como dice un importante antropólogo, el mito es una verdad exagerada. Si eso es así, en él existe un núcleo de verdad al que se le añaden deseos e intereses que dependerán de la cultura en la que se inserten tales mitos. Un filósofo no menos importante escribió que en nuestro lenguaje habita toda una mitología.
Si nos volvemos a nuestros días y desde una mirada laica, hay que reconocer que estamos rodeados de mitos por todas partes, que nos atacan sin descanso, que son utilizados a su antojo por el Poder. En este sentido sobresale el mito del dinero. No del simple dinero que es un intercambio simbólico que hemos inventado los humanos para relacionarnos con lo que nos pueda ser útil, sino como un Dios que todo lo bendice. La gloria se la lleva el dinero. Y el dinero hoy, en un capitalismo financiero que todo lo domina o diluye, es un mito tóxico, alienante, opuesto a una vida libre y armónica. Ya se nos ha colado Dios de nuevo. Pero existen otros mitos que circulan casi sin que nos demos cuenta. Otro mito muy a la vista a pesar de la capacidad que posee para esconderse, es el de las iglesias. Porque no existe una sola iglesia en España. Coexisten católicos con cristianos no romanos, evangelistas sobre todo, y musulmanes, entre otros. Y todos ellos monoteístas o creyentes en un solo Dios Único, lo que les aleja de los cuerpos humanos y ensalza un Poder absoluto. Su alimento, o si se quiere, su pequeña verdad, se apoya en la necesidad que tenemos los humanos para superar el sufrimiento y el deseo de una vida posterior que ahogara las desdichas de las miserias de la tierra. Pero sobre todo ello se montan grandes y pequeños mitos que van desde grandiosos atributos divinos en los que la gente debería creer hasta ritos, ceremonias, procesiones y todo un conjunto de artilugios que caen sobre las personas a modo de maná del cielo. El mito, de una u otra forma, se mantiene, se impone y aliena. Y su forma, mas allá del cuento o la respetable leyenda, anida entre nosotros en forma de religión. De ahí, digámoslo de nuevo, el deber de desmitologizar si partimos de un pensamiento laico.
Pero tal vez en donde más sutilmente se infiltre el mito en nuestra sociedad es en el campo, hoy en manos de la economía, de la política. Aparecen caudillos en todos o casi todos los partidos, las jerarquías se respetan como si fueran las Tablas de la ley. Y lo que es peor, el militante obedece como si tuviera fe. Es como si hubiera mandado a pasear a la razón. Y de esta manera, mientras con la boca se dice una cosa, en los hechos se permite que la religión ocupe el espacio publico, las iglesias tengan exenciones fiscales, la enseñanza no decae de sus manos y, cosa que da vergüenza ajena, las comuniones y las bodas continúan al ritmo de una sociedad que, en palabra, se declara laica. El mito sigue logrando su propósito. O para ser más exactos, el mito ha mutado en religión. Un laico, si quiere ser fiel a sí mismo, no puede por menos que desmitificar a toda costa. Contra una seudorrazón que hace como que razona, una sana racionalidad que, aunque no dogmatice nunca, no olvida sus principios. En nuestro caso, unos principios laicos.
Dos palabras sobre la magia. Su etimología se desconoce, pero sí conocemos a unos personajes que se consideraban superiores y de los que, por cierto, nace el filósofo, como sabemos, delas distintas disputas entre los antropólogos a la hora de confrontarla con la religión. La magia puede entretener y ser considerada como la abuela de las neurociencias. Solo que alberga muchos peligros individuales y colectivos. Desde un punto personal y si uno se deja llevar por las emociones que todo lo condicionan pero que hay que encauzarlas, acabará estrellándose y pensando que, por ejemplo, es amor una efímera, aunque con mucho trueno, emoción. Y siempre habrá algún o alguna listos que se aprovechen de ello. La magia esta vez ha entontecido. Existe otra magia que se posa sobre gran ataje todas esas formas parte de la ciudadanía. Esta coloca en la cima de la sociedad a unos mediocres personajes a los que se les unge de aura, duende, nula capacidad de nada, mala magia en suma. El caso de la monarquía es claro. Son personajes que nada producen, que gastan nuestro dinero pero que poseen legalmente unos poderes que a nosotros nos están vedados. De nuevo una ficción ha tomado cuerpo religioso. Y de nuevo hay que pedir al pensamiento laico que de religión que continúan dominando bajo la mirada resignada, otra vez la religión, de tanta gente.
Javier Sádaba. Filósofo y miembro del Grupo de Pensamiento Laico
El Grupo de Pensamiento Laico está integrado por Nazanín Armanian, Enrique J. Díez Gutiérez, Pedro López López, Rosa Regás Pagés, Waleed Saleh AlKhalifa y Javier Sádaba Garay.
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