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El presidente de Tanzania, John Magufuli, que inesperadamente ha muerto a los 61 años, fue un acérrimo negacionista de la Covid-19 que desalentó el uso de mascarillas y llegó a sostener que su país estaba protegido de esta enfermedad por una intervención divina.

Tras 18 días sin que el mandatario apareciera en público, lo que desató un sinfín de rumores sobre su salud, la vicepresidenta tanzana, Samia Suluhu, confirmó este miércoles la muerte del presidente por problemas cardíacos.

Su último año como jefe de Estado estuvo marcado por una estrategia de lucha contra el coronavirus -basada en la fe y el rezo- que provocó críticas dentro y fuera de las fronteras de Tanzania.

Además, su negacionismo dio pie a comparaciones con su homólogo brasileño, Jair Bolsonaro, o con el expresidente de Estados Unidos, Donald Trump, dos líderes mundiales que rechazaron la existencia de la covid-19 y acabaron contrayendo la enfermedad.

En marzo de 2020, poco después de que se detectase el primer caso de covid-19 en el país, el presidente tanzano aseveró que el coronavirus era «el diablo» y que por ello, si la población tenía fe, le sería imposible «sobrevivir en el cuerpo de Cristo».

Su política se basó en no solicitar vacunas y en reprobar cualquier medida -según él- creada por Occidente, llegando a calificar de defectuosos test de detección que habían dado positivo en una papaya y en una cabra.

Desde junio pasado, la Tanzania de Magufuli no publica ninguna cifra de casos de la enfermedad, con datos oficiales que continúan estancados en 509 contagios y sólo 21 fallecidos.

Tras los pasos de Nyerere

Nacido en 1959 en Chato, en el noroeste de Tanzania, Magufuli estudió Matemáticas y se doctoró en Químicas por la Universidad de Dar es Salam, el centro regional de pensamiento anticolonialista y panafricanista donde estudiaron varias de las figuras políticas que gobiernan o gobernaron en los últimos años en África del Este, como el ugandés Yoweri Museveni o el congoleño Laurent-Désiré Kabila.

Elegido, por primera vez, quinto presidente de Tanzania en 2015 al frente de la formación que gobierna el país desde su independencia en 1961, el Partido de la Revolución (CCM, por sus siglas en suajili), Magufuli fue reelegido para un segundo mandato el pasado 28 de octubre, en unos comicios calificados por la oposición de «fraudulentos» y en los que apenas hubo misiones de observación.

El dirigente llegó a la Presidencia con aires nacionalistas y la intención de evocar al padre de la nación tanzana, Julius Nyerere, el socialista que todavía sigue siendo el gran referente político del país incluso veinte años después de su muerte.

Su grandes planes de desarrollo, pues comenzó siendo ministro de Obras Públicas con exploraciones de gas o la ampliación del puerto de Dar es Salam, ayudaron a que sus afines, aparte de llamarle «apisonadora» -cariñosamente por sus numerosas reformas- le considerasen un «Nyerere» contemporáneo.

Con un alegato al trabajo, su popularidad aumentó tras convertir el Día de la Independencia en una jornada de limpieza colectiva o tras prohibir viajes al extranjero sin su autorización a miembros de su Gobierno, propuesta con la que ahorró a las arcas del Estado 430 millones de dólares; además de la expulsión de decenas de personas acusadas de corrupción.

El legado durante su primer mandato incluye la firma con Uganda del primer proyecto regional de un gasoducto o la megapresa de Stiegler, en el parque de Selous (sur de Tanzania), lo que le valió críticas de activistas medioambientales por alterar una inmensa reserva natural declarada patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

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