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2020 ha sido el año en que la devastación causada por un virus nos ha enseñado que no somos tan listos como creíamos. Somos bastante listos, sí, y por eso hemos inventado un puñado de vacunas en apenas nueve meses, pero no tanto como para haber sido capaces de contener los estragos del coronavirus.

El coronavirus está siendo nuestro diluvio universal y las vacunas nuestra Arca de Noé, pero 2020 nos ha demostrado que no éramos más listos que el virus… ni más limpios que los chinos, ya saben, esa gente ojos achinados que comen perros y trafican con serpientes y por eso los muy insensatos incubaron un virus mortal que, por fortuna, no iba a llegar al primer mundo porque aquí compramos y vendemos murciélagos vivos al peso ni íbamos a permitir que desembarcara ni un puto chino en nuestros aeropuertos.

Inicialmente, todos fuimos Trump en relación a los chinos. La diferencia con el expresidente norteamericano es que a nosotros se nos pasó pronto y él nunca se curará del incurable mal de ser él mismo.

En esta crisis de escala planetaria parece que los gobiernos asiáticos han sido más eficaces y los ciudadanos de aquellos países más responsables. Pero también parece que la ciencia europea y norteamericana es más veloz y eficiente que la ciencia oriental. Vaya una cosa por otra mientras nos acabamos de convencer de que somos lo mismo y habitamos el mismo lugar.

El virus no ha tenido, no está teniendo un comportamiento mensurable políticamente. En Occidente, no acaba de haber un país que destaque claramente sobre los demás en su gestión de la pandemia: primero pareció que era Portugal, pero luego resultó que no. Aunque queda todavía mucha guerra por librar, quizá haya sido Alemania el país occidental que lo hecho mejor, pero es que Alemania, entre guerra mundial y guerra mundial, siempre lo hace casi todo mejor que los demás.

67 millones de contagios y millón y medio de muertos después, este 1 de enero de 2021 ya podemos concluir hasta qué punto la política nos ha avergonzado durante este año recién acabado.

En España, la oposición encabezada por Pablo Casado ha hecho de Trump en relación al Gobierno: ha sido ciega, inclemente, ofensiva, irresponsable, deslenguada. Otras oposiciones no conservadoras siguieron su estela, puede que no con la misma intensidad, pero sí con parecido espíritu.

No es que el Gobierno de Pedro Sánchez o el epidemiólogo de referencia Fernando Simón no hayan cometido errores, es que la oposición solo quiso exagerarlos desorbitadamente primero y publicitarlos machaconamente después, pero nunca, nunca poner algo de su parte para enmendarlos.

No han entendido los partidos de la oposición que la situación era y es literalmente excepcional: no es un caso de conflicto bélico local, sino de guerra rigurosamente mundial.

Nos creíamos más listos que el virus, pero al menos ahora sabemos que no lo éramos. La oposición se creía y se cree más lista y mejor que el Gobierno, pero ella todavía no ha enterado de que no lo es.

67 millones de contagios y millón y medio de muertos después, seguimos necesitando un paréntesis, una tregua, un descanso, pero desengañémonos: no los tendremos. El político que, con generosidad y luces largas, sea capaz de abrir ese paréntesis será nuestro héroe de 2021.

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