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TIERRA PROMETIDA
La soberbia asfixiante del asfalto
se eleva frente a nosotras
como un templo.
Inclinadas, sumisas,
hundimos las rodillas
en el suelo y alabamos
la estúpida figura de un mesías
que no viene a salvarnos a nosotras.
Hormigas atrapadas en la inmediatez
de un verano infinito,
pensando en la promesa
de galerías subterráneas
que nos darán cobijo
luego,
más tarde,
tal vez nunca.
Insectos obedientes y nerviosos
que aspiran a convertir en nido
un hormiguero
que se
derrumba
todas
las mañanas.
Recogemos las migas,
con cuidadosa determinación,
mientras otros
se comen
el bocadillo.
Satisfechas,
ufanas,
incluso agradecidas,
marchamos por las calles
en ordenada peregrinación
hacia líneas de tiza
que cambian
cada día
de lugar.
La meta,
el objetivo,
¿la tierra prometida?
Con la espalda encorvada
y las manos vacías
hundimos las rodillas en el suelo
bajo la impune sombra
del zapato.
(Nuria Hernández González)
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