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Alba G. Ferrín | Vivimos momentos difíciles para la organización de alternativas. La pandemia dificulta más que nunca las reuniones que no supongan peligros, y la falta de espacios no es un elemento fácil de combatir. Además, ha añadido un punto más a una agenda periodística marcada por el sensacionalismo: la okupación es ahora motivo de preocupación para una parte importante de las clases medias. Las empresas de seguridad y las plataformas de especulación (Idealista, inmobiliarias varias…) parecen haber ganado de manera temporal el discurso: todas estamos en peligro ante de que nos okupen las casas (que no tenemos).

Se nos pone en el punto de mira por intentar reivindicar y reapropiarnos de espacios que nos deberían pertenecer a todas. “Sí, sí, mucho anticapitalismo, pero luego bien que vais a los lugares más céntricos y bonitos, eh”. Pierdo la cuenta de las veces que he tenido que escuchar esa frase en mi entorno cercano cuando he defendido de manera radical la okupación y la necesidad de crear cada vez más Centros Sociales Okupas. Cuando tenía 16 años, intentaba argumentar que realmente no había tantos CSO’s en lugares céntricos, que los CSO’s se buscaban en barrios cercanos a nosotras. Ahora, en cambio, respondo con orgullo que ojalá el centro de las ciudades llenos de CSO’s que nos ayuden a construir comunidad.

Durante el avance del último siglo, nos hemos encontrado con la casi completa expulsión de las personas del centro de las ciudades: los barrios de Atocha, la Plaza Mayor y Sol están llenos de sucursales de bancos, de franquicias de diversos tipos, de hoteles y apartamentos turísticos, de edificios vacíos que nos llevan a dos de las lógicas capitalistas por excelencia: el consumismo y la especulación inmobiliaria.

La primera de ellas se ha visto acentuada de manera radical con las decisiones urbanísticas tomadas en las últimas décadas: la gradual eliminación de zonas verdes, de bancos para sentarse han hecho de la ciudad una dicotomía entre eje transitorio de desplazamiento y consumo en terrazas y bares. Es difícil encontrar en estas zonas un ocio no consumista. Siempre quedarían los grandes parques, o eso parecía hasta la pandemia. La Covid-19 evidenció que el capital prohibiría que acudiésemos a parques, cerrándolos, haciéndonos basar nuestro ocio en ir al bar que nos quedase más cerca a gastar los ahorros en cervezas demasiado caras.

La segunda lógica la vivimos todas aquellas personas que buscamos un sitio donde vivir: precios exorbitados que hacen de nuestra emancipación una acción casi onírica. ¿Irnos de casa de nuestros padres? Si los sueldos (quien los tenga) no llegan para pagar el alquiler y nuestra comida, ¿qué deberíamos hacer todas las organizaciones juveniles (y no tan juveniles) que necesitamos sitios para organizar resistencia? Las jóvenes no tenemos las circunstancias económicas para poner de nuestro bolsillo dinero para crear y mantener espacios necesarios para ejercer nuestros derechos fundamentales.

Precisamente por todo esto, defiendo radicalmente que la okupación y creación de CSO’s es acción política anticapitalista en dos sentidos muy claros. Por una parte, es resistencia humana frente a la opresión urbanística y gentrificadora del capital. Es una forma de gritarle al sistema que, si nos quieren fuera de las zonas céntricas, grandes y bonitas, nosotras nos apañaremos para reapropiárnoslas. Porque son nuestras, de quienes hacemos moverse la economía y no de quienes la maltrata, privatizando sus beneficios y socializando las pérdidas. Y no solo nos las reapropiaremos, sino que no pagaremos un duro por hacerlo, demostrando que los cuidados son para con nosotras y nuestros espacios.

En el otro sentido, la okupación es resistencia anticapitalista en tanto que método de creación de espacios y movimientos de organización. En el Síndrome de Sherwood, ideado por David Piqué, excomisario general de Coordinación Territorial de los Mossos d’Esquadra, el documento tan mencionado a raíz de las tácticas de la policía en manifestaciones, se habla de cómo los movimientos de okupación favorecen la organización antisistema y de resistencias. Es normal que desde las instituciones aliadas con el capital se nos intente criminalizar por llevar a cabo estas acciones: cuando quieren fomentar el individualismo y dificultarnos la asociación y el apoyo, nosotras respondemos de manera contundente, con la okupación de lugares abandonados y privatizados.

La reciente okupación llevada a cabo por la ODS de la Ingobernable del antiguo hostal Cántabro, abandonado y monopolizado durante 5 años por los hermanos que llevan la firma Marco Aldan es el mejor ejemplo de esta resistencia: cuando el aparato del Estado se muestra inmóvil y sin intención ayudarnos, entre nosotras nos organizamos y cuidamos. La okupación no es solo reapropiarnos de un espacio que se nos ha arrebatado: es enseñar que está mejor con nosotras. El debate no está en de quién la propiedad: la cuestión está en que ellos usan los espacios para ahogarnos y explotarnos, nosotras para cuidar(nos).

El tiempo de excusarnos debería acabar (si es que alguna vez debió empezar). Desde la izquierda alternativa tenemos que responder con contundencia: queremos más okupación para devolver una ciudad presa del capital a las personas que la habitamos. ¿Por qué nos tenemos que conformar con espacios de comunidad relegados a las afueras, lejos de las zonas céntricas, más fácilmente accesibles y mucho más cuidadas? ¿Por qué tenemos que asumir que todo eso pertenece a la gente que tiene dinero, a las empresas y a quienes especulan con nuestras vidas?

En tiempos turbulentos, de neoliberalismo apoyado en el trumpismo español, con una izquierda institucional que parece aletargada, es vital buscar sitios de comunidad, cercanos, cómodos para poder organizarnos y resistir al sistema. Okupar las ciudades para combatir al capital debería ser nuestro lema permanente.

Anímate a participar en la jornada sobre vivienda organizada por el colectivo juvenil Abrir Brecha. Aquí puedes inscribirte: https://forms.gle/uJiDDGPtuirS6H5o6



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