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«Picasso era un enamorado de lo underground, de lo gitano, y de la libertad del flamenco. Y el flamenco es indómito por muchas leyes que se le quieran poner. Eso lo sabía Pablo, que se crió con algunos gitanos». Lo dice el periodista, profesor y escritor Francis Mármol, uno de los grandes divulgadores del jondo y que lleva años empeñado en un proyecto más que necesario: no, Picasso no pintaba guitarras españolas por casualidad, ni tampoco organizaba soirèes flamencas en Francis para divertir a amigos y conocidos galos con el exotismo ibérico. Mármol presenta el lunes en La Térmica ‘Y Picasso recordaba el flamenco’, un libro que, entre la ficción y la indagación histórica, la poesía y los recuentos de los archiveros, documenta, reivindica y enarbola la pasión por el jondo del genio de La Merced y cómo se imbrica a la perfección en su corpus artístico.

Francis Mármol y Emmanuel Lafont. L. O.


Cuando Pablo Picasso nació Málaga era una imponente sede flamenca, «con hasta doce cafés cantantes en funcionamiento y las estrellas del momento pasando por todos». Uno de sus «consumidores habituales» era el padre del pintor, el también artista José Ruiz y Blasco, que, dice Mármol, «tuvo que volver más de un día a casa cantando bajito algo por fiesta». Y eso se quedó impreso en la piel del pequeño Pablito. Como también las vivencias que tuvo con los gitanos de Mundo Nuevo, muy cerca de la Plaza de la Merced donde residía el niño; esa zona en la que imponía su magisterio jondo el mítico Piyayo. Por cierto, que el cantaor y guitarrista malagueño da pie a ‘Y Picasso recordaba el flamenco’: «Cuando el famoso grupo de pintores malagueños que fue en furgoneta en 1957 a verlo a Cannes le pregunta por sus recuerdos lo primero que hace Picasso es tararearles un cante del Piyayo, una letra que había guardado durante sesenta años probablemente».

Para Pablo Picasso, el flamenco, y los toros, tendrían, apunta Mármol, «el factor nostalgia de la infancia, propia del extranjero en el exilio». Pero no sólo eso: «Estoy seguro de que el pintor reconocía el factor cultural diferencial de ambas artes, bastante originales si las comparamos con lo que hay en el resto del mundo. Y creo yo que a Picasso habrá que darle el prurito de ser un buen curator que se dice ahora».

Guitarras

Sumen sus numerosísimos cuadros de guitarras españolas («Quizás el pintor que más reproduce en sus cuadros», señala el escritor, quien también resalta que contrató a un guitarrista malagueño, Paco Jurado, para impartir clases del instrumento a Jacqueline Roque, musa y segunda esposa); también añadan sus «encuentros felicísimos en cumpleaños y otras celebraciones» con flamencos como Antonio El Bailarín, Gades, Manitas de Plata, Pepito Vargas y tendrán, obvio, al pintor más jondo de todos. Aunque no se le haya reconocido hasta ahora como tal: «El problema es que en esta ciudad hay complejos que parten de los propios impulsores de la Cultura, que siguen abonando el descrédito del pasado flamenco de Málaga por propio desconocimiento o por prejuicios puros y duros porque a Picasso se le ha relacionado con todo lo habido y por haber menos con la música que lo amamantó y que se pirró por escuchar», razona Francis Mármol.

¿La prueba? Hoy la Málaga de los doce cafés cantantes es sólo un recuerdo, y El Chinitas, testigo de una época y una cultura, desapareció en favor de apartamentos turísticos y negocios de nueva cuna. ¿Qué opinaría Don Pablo? Mármol lo tiene claro: «Pues lo que opinamos toda esa inmensa minoría que tenemos algo de sensibilidad por el patrimonio cultural: que es una auténtica pena que El Chinitas no se haya conservado en sus formas originales por dentro, porque era quizá el local cultural más importante de la ciudad junto con el Teatro Cervantes, con aquella letra de Lorca, con aquella película… Pero a muy poca gente le importan estas cosas».

Y Picasso recordaba el flamenco es un artefacto que nada contra esta corriente actual de las cosas y las tendencias. La aventura, en realidad, comenzó el año pasado, con una exposición en la que el artista argentino afincado en Málaga Emmanuel Lafont mostraba las obras con las que ilustró algunos de los textos del libro de Mármol: gitanillas bailando ante gramófonos surrealistas, minotauros en laberintos jondos… No aparecía ningún retrato del genio pero estaba todo él en ellas, su universo imbuido en el microcosmos fascinante de la Málaga cantaora. Las piezas visuales aparecen, cómo no, en el libro que se publica ahora, con los textos completos.

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