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Libertad e igualdad no son dones caídos del cielo ni un regalo de los dioses. Hay que reconquistarlas cada día y ambas nociones constituyen los pilares fundamentales de nuestra convivencia social. Sin ellas el edificio comunitario no se sostiene y, de hecho, se derrumba cuando se da un grave desequilibrio entre las dos. Deben guardar una exquisita proporcionalidad. Han de respetarse recíprocamente y no crecer pretendiendo ganar un terreno que no les corresponde.

Su mutua colaboración las fortalece, mientras que su pugna únicamente consigue debilitarlas. En realidad, el exceso de libertad asfixia la igualdad y otro tanto sucede con lo contrario.

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