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El cine francés tiene una gran querencia por las películas costumbristas. Con un tono muy propio entre la tragedia y la comedia, muchas veces se inspira en obras literarias como hemos visto en éxitos más o menos recientes como La elegancia del erizo, novela de Muriel Barbery adaptada al cine en 2009 por Mona Achache, o Los ojos amarillos de los cocodrilos, de Katherine Pancol, que se estrenó en cines hace cinco años. Quisiera que alguien me esperara algún lugar adapta una historia de la popular Anna Gavalda (Juntos, nada más) para contarnos la historia de una familia de clase media marcada por la temprana desaparición del padre cuando eran niños.
Ya adultos, el hermano mayor, Jean-Pierre (Jean-Paul Rouve) sigue cargando con la responsabilidad de tener que ocuparse de sus tres hermanos ocupando el lugar que dejó vacío el padre con su marcha. Cada una de ellos tiene sus preocupaciones, hay una joven artista con dificultades para integrarse en el mundo laboral, una profesora de literatura infeliz en su matrimonio que sueña con publicar su primer libro de relatos y un oficinista tímido que como dice la madre es el único “que no ha querido ser artista” y se desespera por encontrar pareja.
El drama parisino como quintaesencia de una cinematografía que oscila entre la película shock (Leos Carax y Gaspar Noe), un costumbrismo refinado en el que sus personajes citan a Rimbaud y se pasean por las galerías de arte en su tiempo libre. La realidad, sin embargo, es que Quisiera que alguien me esperara en algún lugar, dirigida por el actor Arnaud Viard, tiene verdadera emoción gracias a una notable construcción de personajes y la complejidad de los asuntos que retrata. Sin duda, el personaje más interesante es el del propio Jean Pierre, un hombre que lleva sus heridas muy bien escondidas con el que Rouve logra un trabajo espectacular al mostrar al mismo tiempo su vulnerabilidad y el sentido de la responsabilidad que le impide exteriorizarla.
Una tragedia que conviene no desvelar marca el devenir de estos hermanos que tuvieron que crecer demasiado deprisa cuando perdieron al padre pero también a una madre que se derrumbó ante la fatalidad dejándolos abandonados. La sutilidad a veces se convierte en la coartada para una ambigüedad vacua pero en este caso Viard, quizá gracias a su larga experiencia como actor, brilla a la hora de conseguir que sus actores sean capaces de dejar entrever sus emociones más íntimas al mismo tiempo que las disimulan para los demás e incluso ellos mismos. Es esta una película sencilla, sin grandes pretensiones moralizantes o trágicas, casi una pieza de cámara rodada con tanto rigor como sentimiento.
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