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Confiesa Rafael Gumucio (Santiago de Chile, 1970) que decidió escribir Nicanor Parra. Rey y mendigo (Random House) cuando su relación con el poeta se afianzó tras conocerlo en su casa de Las Cruces en 2002. Desde entonces, cada vez que se citaban el novelista y biógrafo acababa pensando que «‘esto habría que contarlo’, ‘esto es una novela’. Ingenuamente creía que me estaba dictando el libro posible», comenta ahora. El problema fue descubrir que esas supuestas confidencias exclusivas no lo eran tanto pues «Parra le decía lo mismo a todo el mundo». Quizá por eso, sólo se puso a escribir seriamente su biografía en el verano del 2015.

«Sí, cuando ya había cumplido 100 años pensé que Nicanor iba a morir en algún momento. También pensé que no sucedería jamás. Cuando murió tenía gran parte del libro ya escrito, aunque tuve que revisarlo todo de nuevo en tiempo récord dada la abundancia sin fin de material contradictorio. Parra lo ha había dicho todo muchas veces y tuve que cotejar versiones y elegir la que más me servía para el libro. La otra dificultad, que fue también el principal placer de la escritura, fue estrenarme como crítico de poesía y leer esta desde la doble perspectiva del crítico y el biógrafo». 

Pregunta. En la versión chilena del libro, publicada hace dos años, figuraba Leila Guerriero como responsable de la edición, pero en la española esa alusión ha desaparecido, ¿por qué y qué papel ha desempeñado en el volumen?

Respuesta. Leila fue esencial en la escritura del libro. Fue mi guía, mi crítica, mi paño de lágrimas y la que tuvo que ordenar esto que en mi cabeza fue empezando a florecer por distintas e infinitas ramas. El libro no habría sido posible sin saber que estaba al otro lado esperando la próxima entrega. Este libro que es en sustento el mismo que publique en Santiago el 2018 es también otro. Tiene varias páginas menos y varios capítulos más. Todo lo sucedido desde la publicación de la primera edición y ésta ha sido incorporado en otro orden y de otra manera que en el original.

P. Antes de conocer a Parra en persona, ¿qué significaba para usted, como autor y como lector, de qué manera le influía el hombre y el antipoeta?

R. Un cierto prejuicio francófilo me lo hacía ver como un surrealista rural con unas veleidades ecologistas que me daban un profundo sopor. Me había impresionado mucho de adolescente el descaro de Versos de salón, pero quería conscientemente, cuando empecé a escribir en Chile, separarme de la tradición poética nacional. No fue hasta que empecé a hacer periodismo humorístico y redactar noticias falsas que la figura de Parra, que había hecho lo mismo 50 años antes, apareció en mi vida. Sólo después comprendí que todo me llevaba a Parra o que era imposible comprender Chile sin los hermanos Parra, que lo inventaron de la casi nada.

«Hablar con Parra era hacer conversar a la vanguardia europea y al folclore campesino. Era algo único»

P. Sí, pero ¿cómo cambió su percepción de él al conocerle, cómo le enriqueció personal y literariamente? De alguna manera ¿podría entenderse esta biografía como el pago de una deuda?

R. Conocerlo fue una revolución. Había conocido hasta entonces gente inteligente en algún aspecto, científico, literario, político, practico, poético, pero no había conocido una inteligencia completa y compleja como la de Parra. Hablar con Parra era hacer conversar a Duchamp y al Mulato Taguada, el famoso mulato payador que se enfrentó en un duelo de versos con el gran señor Javier de la Rosa. Ese dialogo entre la vanguardia europea y el folclore campesino y, más aún, el folclore urbano, era absolutamente único. Está, por cierto, todo eso en su obra, pero creo que hablar con él ayudaba a comprender dimensiones de su obra y de su vida que no están del todo escritas en sus libros. Algo, sentí desde la primera vez, se perderían los que no lo conocieron. Esa fue la razón para escribir el libro, que los que no lo conocieron tuviera acceso a la forma única de su pensamiento.

Bolaño, una estrella distante

P. Su libro arranca en 2002, cuando va a conocer a Nicanor Parra a su casa. También una novela reciente de Alejandro Zambra incluye un episodio similar, en el que va a casa del antipoeta a visitarle. ¿De qué manera la personalidad de Parra ha marcado la literatura chilena contemporánea? ¿Su influencia es mayor que la de Bolaño, por ejemplo? ¿Qué relación mantuvieron, de admiración, de respeto, de recelo quizá?

R. Bolaño fue una estrella distante. Estaba y no estaba en nuestras vidas y obras. Apareció, cambió todo y se fue. Entre las cosas que hizo aparecer con él fue a la figura de Parra, que siempre había estado ahí y no habíamos visto del todo. Parra, al revés de Bolaño, se quedó con nosotros. Jugó el juego de ser un escritor joven. Nos enseñó a pensar, a hablar mal de los demás, a comprar casas, a soportar los celos, a leer a Neruda y Nietzsche, a comprender el ecosistema, la cueca y la economía y los mapuches y, por cierto, Hamlet. La dimensión de su influencia en todos los que lo conocieron es tan enorme como el campo de sus intereses y la enorme generosidad en que ese hombre austero (o avaro) se prodigaba con las cabezas que le interesaba amueblar. En el fondo de todas las cosas que Nicanor fue, la más importante fue la primera que estudio: Fue un enorme y definitivo profesor de matemática. Decir eso de parte de alguien que apenas sabe el resultado de 2 más 2 no es poco decir.

«Parra jugó a ser un escritor joven. Su influencia es tan enorme como el campo de sus intereses»

P. Destaca la infancia como la etapa decisiva de la vida del poeta, ¿en qué sentido? ¿Cómo le marcó la personalidad disipada de su padre, su carácter bohemio y sus problemas con el alcohol?

P. Fue una infancia llena de contrastes en que pasaba de cierta comodidad a la total miseria. Una infancia al lado de la muerte, la violencia, el circo, la locura, el abandono y el canto. Todo lo que le puede pasar a un niño le pasó de tal manera que para casi todos los efectos dejó de ser niño más o menos a los siete años.  Una infancia en que conoció casi todas las capas de la sociedad chilena y buena parte de la geografía del país. Una infancia en que cabía toda una vida. El resto de su vida y de su obra tuvo como objeto justamente digerir esa infancia, explicarla, aplicar lo que aprendió de ella a su vida adulta.

P. ¿Cuál fue su mejor momento vital y literario, y por qué?

R. Creo que para Nicanor la publicación de Poemas y Antipoemas el año 1954 fue el momento cumbre de su vida y su obra. Fue nacer de nuevo y poder hablar su idioma. Fue de alguna forma salir de todos sus miedos e inventarse un nombre en la poesía chilena. Otro gran momento creo que fue la traducción del Rey Lear, que lo abrió a Shakespeare y le hizo sentir que estaba en las ligas mayores.

Evolución concéntrica

P. ¿Y el más desdichado?

R. Creo que el malentendido de la taza de té y su expulsión de la izquierda chilena fue un trauma duradero y tremendo. Coincide más o menos en año con el suicidio de la Violeta Parra. El otro suicidio, el de su novia o amante Ana María Molinare, fue otro momento terrible. Creo que la impresión de que las mujeres que más amaba terminaban por matarse o enloquecer fue una herida duradera. De alguna manera sabía que si no tuviera una piel prematuramente endurecida y una tolerancia total a la incerteza, el debería haberse matado con ellas. No poder matarse fue quizás también un dolor, pero necesitaba vivir para contarlo.

P. ¿Cómo fue evolucionando la antipoesía de Nicanor con el tiempo?

R. Parra evolucionó de manera concéntrica. En el fondo, todo está en Poemas y Antipoemas. En La cueca larga explora el folclore que está en el primer libro. En Verso de salón el delirio de la clase media, en Canciones rusas la melancolía, en Los artefactos la desconstrucción semántica, en El cristo de Elqui el elemento religioso, en los Discursos de sobremesa la reflexión sobre su propia obra y la de otros. Pero todo gira en torno a los Vicios del Mundo Moderno y el Soliloquio del individuo, al que habría que agregarle Hay un día feliz y Se canta al mar, que son el reverso de la misma moneda.

«Su secreto fue entender que la clave del pensamiento de los intelectuales era lo que decían en el bar»

P. En el libro explica cómo Parra saltaba del siglo XVI a nuestros días, del folclore popular a Duchamp sin problemas,  y que comprendía y representaba la modernidad del siglo XXI… ¿Cuál era su secreto?

R. Creo que entendía que Duchamp también hacía lo mismo. Toda la obra de este último es la ilustración de viejos manuales de alquimia que leyó en la biblioteca Saint Genevieve. Pero Parra le agregaba el elemento popular que era el vehículo que le permitía ese viaje. En el lenguaje de la calle los siglos y los espacios se mezclan perfectamente. Todo es del mismo siglo, nadie cree en nada, las voces se mezclan. Entender que la clave del pensamiento de los intelectuales no era lo que decían en la conferencia sino en el bar después de la conferencia creo que fue parte de su secreto.

Contradicción sin conflicto

P. A través del libro, el lector conoce de primera mano el siglo XX chileno, y no sólo literario. ¿Qué pensaría Parra de la agitación actual en las calles, celebraría quizá la nueva constitución, comprendería que hubiese tenido que pasar tanto tiempo y que muchos crímenes siguieran impunes?

R. Creo que Parra hubiese comprendido que tenía que esperar, que no era el momento para lanzar sus preguntas incómodas. Seguro que habría celebrado el ingenio de la calle, aunque su profundo escepticismo no lo hubiese dejado creer en ésta y en ninguna revolución. Habría entendido la energía de la calle, pero era también un gran defensor de las instituciones. Todo eso que podía ser contradictorio, no lo era en él porque quería vivir la contradicción sin conflicto. Le hubiese parecido absurdo que Twitter se dedique a lo contrario, a entrar en conflicto sin plantear nunca una real contradicción. Lo de los crímenes, por supuesto le hubiera parecido horroroso, pero El cristo de Elqui decía en tono de horror «en este país se violan los derechos humanos» para acto seguido decir «bueno pero en que país no se violan los derechos humanos.» Ese juego era todo Nicanor.

P. Quien lea su libro, ¿llegará a conocer al Nicanor Parra que se ocultaba tras todas esas máscaras que usted, lentamente, va a desvelando? ¿cree que lo logró usted mismo, que llegó descubrir al Parra íntimo? ¿por qué, a pesar de su bonhomía y su sentido del humor, el poeta era tan reservado, de qué se defendía?

R. Una vez le dijo a mi amigo, el gran poeta Matías Rivas, que si no estuviera con sus máscaras puestas no le quedaría más que llorar sin parar. No podía, a sus 86 años de entonces, enfrentar todos los dolores, placeres, conocimientos y dudas sin una máscara que le ayudara a mantener la cara visible y quieta. Descubrir eso me alivió la tarea de buscar el Parra de verdad. El Parra de verdad era ése que podía confesar que necesitaba actuar su personaje para no caerse del escenario y no poder subirse. Ésa era su verdad, que era capaz de todo por un poco más de vida. Lo terrible fue descubrir lo cruel y doloroso que esto podía ser. Y es peor aún saber que yo estoy dispuesto a hacer lo mismo que él…

@nmazancot



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