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Hablar de Raymond Chandler (1888-1959) es hablar del gran maestro de la novela negra norteamericana y nacía un día como hoy en Chicago. Su creación, el detective privado Philip Marlowe, es el epítome del personaje más clásico del género, con permiso del Sam Spade de Dashiel Hammett, claro. Así que, para conmemorar su nacimiento hoy, escojo algunos fragmentos y frases de novelas como El sueño eterno, Adiós muñeca, El largo adiós o La dama del lago, indispensables en las bibliotecas más oscuras.

Raymond Thornton Chandler

Pasó su infancia y juventud en Inglaterra donde también trabajó como periodista. Sirvió en la Primera Guerra Mundial y al acabar el conflicto regresó a Estados Unidos y se estableció en California. Empezó a escribir relatos para las famosas revistas baratas de género negro (las llamadas pulps) cuando tenía 45 años.

El sueño eterno (1939) fue su primera novela donde presentó al ácido, impetuoso pero también sentimental Philip Marlowe, que protagonizó 7 de ellas y 2 cuentos. Y de ahí encadenó títulos igual de exitosos, varios de ellos llevados al cine, para el que también fue guionista en los años 40.

Frases y fragmentos

La dama del lago

-No me gustan sus modales, señor Marlowe -dijo Kingsley con una voz que, por sí sola, habría podido partir una nuez de Brasil.

-No se preocupe por eso, no los vendo.

El sueño eterno

  1. Eran cerca de las once de la mañana, a mediados de octubre. El sol no brillaba y en la claridad de las faldas de las colinas se apreciaba que había llovido. Vestía mi traje azul oscuro con camisa azul oscura, corbata y vistoso pañuelo fuera del bolsillo, zapatos negros y calcetines de lana del mismo color adornados con ribetes azul oscuro. Estaba aseado, limpio, afeitado y sereno, y no me importaba que se notase. Era todo lo que un detective privado debe ser. Iba a visitar cuatro millones de dólares.
  2. Tengo treinta y tres años, fui a la universidad una temporada y todavía sé hablar inglés si alguien me lo pide, cosa que no sucede con mucha frecuencia en mi oficio. Trabajé en una ocasión como investigador para el señor Wilde, el fiscal del Distrito. Su investigador jefe, un individuo llamado Bernie Ohls, me llamó y me dijo que quería usted verme. Sigo soltero porque no me gustan las mujeres de los policías.

El largo adiós

  1. Observé la franja de piel pálida que aparecía entre la piel quemada de sus muslos y la malla. La observé carnalmente. Luego desapareció de mi vista, oculta por la inclinación del techo. Un momento después la vi descender como una flecha haciendo un uno y medio. La salpicadura subió lo suficiente como para alcanzar el sol y hacer varios arcos iris tan hermosos como la muchacha misma. Luego volvió a la escalera y se sacó el gorro blanco y sacudió el pelo. Bamboleó su trasero hacia una mesita blanca y se sentó junto a un leñador de pantalones blancos de algodón y anteojos ahumados y tan quemado que no podía ser otra cosa que el cuidador de la pileta. Este se inclinó y le dio una palmada en el muslo. Ella abrió una boca del tamaño de una boca de incendio y rio. Aquello terminó con mi interés en ella. No oía su risa, pero la sima abierta en su rostro cuando abrió el cierre relámpago sobre su dentadura me bastaron.
  2. Hay lugares en donde no se odia a la Policía, comisario. Pero en esos lugares usted no sería policía.

Adiós, muñeca

  • Con semejante atuendo, el sujeto pasaba inadvertido, tanto como una tarántula sobre un pastel de crema.

Playback

-Usted es Marlowe, ¿verdad?

-Sí, supongo que sí. –Consulté mi reloj de pulsera. Eran las seis y media de la mañana, que no es precisamente mi mejor momento.

-No se ponga impertinente conmigo, joven.

-Lo siento, señor Umney, pero no soy joven; soy viejo, estoy cansado y aún no he tomado una gota de café. ¿En qué puedo ayudarle?

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